Y nadie pidió perdón, por Humberto Villasmil Prieto
Twitter: @hvmcbo57
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia (…)
Heberto Padilla, Fuera del juego, 1968.
Heberto Padilla estuvo fuera del juego mucho antes de 1971 y se mantuvo allí para siempre. Con todo, la puesta en escena de que lo estaba fue aquella parodia por la cual se inculpó de crímenes imperdonables al tiempo que culpaba a otros intelectuales que, impertérritos, asistieron aquel 20 de marzo de 1971 a la sede de la Unión de Escritores y Artistas de (Uneac) entonces bajo el mando de un muy asustado Nicolás Guillén quien sin éxito quiso hacer de Pilatos aquella tarde. Había decidido «enfermarse».
Lo acontecido pasó a la historia como el Caso Padilla y se recuerda después de 51 años con horror. Allí estuvieron, entre otros, Reinaldo Arenas, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Eliseo Diego, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea y Antón Arrufat quien, junto con Padilla —por el poemario Fuera del juego— había sido galardonado con el premio Julián del Casal de la Uneac en 1968 por su obra de teatro Los siete contra Tebas.
«Cabizbajos casi todos, asisten a uno de los momentos más trágicos de la revolución cubana, en el que el terror y el desencanto se materializaron ante un grupo de hombres enfrentados a una insalvable disyuntiva: revolución o muerte», se lee en un artículo de Eliza Fernández-Santos publicado en la edición del pasado 19 de septiembre en El País de Madrid. (La escalofriante inmolación de una oveja negra de la revolución cubana). En un caso Dreyfus volteado y con el mar de las Antillas de fondo, el Yo acuso se trocó en un Yo me acuso, con Heberto Padilla copando la escena.
La crónica es conocida: a comienzos de enero de 1971, Padilla hizo una lectura pública de una serie de poemas titulada Provocaciones. A primera hora del 20 de marzo de ese mismo año el apartamento que compartía con su mujer, la poetisa Belkis Cuza Malé, fue allanado y ambos fueron detenidos. Cuza fue liberada poco después, no así Padilla quien debió esperar 38 días y no antes de leer su célebre autocrítica en la sede de la Uneac.
Heberto Padilla, de ascendencia canaria, había nacido en Puerta de Golpe, Provincia de Pinar del Río, el 20 de enero de 1932 y fue un consecuente luchador contra la dictadura de Fulgencio Batista. Luego de la huida de este, el 1 de enero de 1959, Padilla —quien trabajaba en los EE.UU— decidió regresar a Cuba enseguida para ponerse al servicio de la revolución. Formó parte después de medios señeros de aquel tiempo como la Revista Lunes de Revolución o el periódico Juventud Rebelde dirigido por Carlos Franqui, quien terminó exiliándose y murió también sin poder volver a la isla. A raíz de recibir el premio de la Uneac, se denunció al poeta por «desviacionismo político» y se le acusó de estar coludido con traidores a la revolución cubana.
Estos 51 años trascurridos han permitido descubrir documentos que ahora están a la disposición de quien quiera volver sobre esos hechos. Un filme del director de cine cubano Pavel Giroud (El caso Padilla) proyectado en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, ha expuesto un tape que durante más de cinco décadas estuvo bajo llave y que había sido preparado especialmente para Fidel Castro. «En ese monólogo escalofriante se ve a un hombre quemarse a fuego lento, y a una revolución precipitarse hacia su propio infierno (…) Fue un durísimo y perturbador retrato del miedo» escribía Fernández-Santos.
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Se escucha decir a Padilla en su autoinculpación:
«.-La revolución no podía seguir tolerando la situación de conspiración venenosa.
.- Me avergüenzo del libro de poemas.
.- Me veía como un contrarrevolucionario objetivo».
En un artículo publicado en Letras Libres el 30-11-2000, José De La Colina describía los portazos que la tragedia vital de Padilla le había hecho vivir: «el del exilio interior, el que lo encerró en prisión, el que lo devolvió al <<inxilio>>, el que lo hizo maldito para la izquierda internacional correctamente política, y, finalmente, el portazo con que el que la isla se cerró tras de él». El 25/11 de 2000, abandonado por todos y a los 68 años, Heberto Padilla murió en los EE.UU.
El material de archivo de Giraud, cuyo origen, por razones más que justificables se ha negado de momento a explicar, permite reconstruir aquella tragedia que fue, por sobre todo, un aviso a navegantes.
Escuchar y ver a Padilla gesticular en exceso, hablando sin parar; sudoroso, intentando que la autoinculpación fuera lo más creíble posible, lleno de miedo, hablando con la cadencia de una gestualidad exagerada —lo que siendo tan caribeño deja de serlo cuando ya simplemente no es creíble— como intentando convencer con la palabra, con las manos y con el ritmo del cuerpo de que se está diciendo la verdad y de que todos asisten a un acto de sincera confesión, es una invitación a juzgar toda una era y sobre todo la ilusión traicionada de una revolución que dejaba ver ya por donde terminó marchando.
En ese mismo artículo, De La Colina recrea un encuentro con Padilla en Valencia, España, en 1987, que reunió a escritores cubanos del exilio —como Cabrera Infante y Carlos Franqui— y a otros afectos al castrismo como Lisandro Otero o Miguel Barnet. En esa ocasión, Padilla le dijo al autor —según lo narra— que «su autoinculpación como intelectual era la mejor escrita de todas las hechas por intelectuales en la historia de las dictaduras comunistas. Una obra maestra en su género», ante lo cual «[l]o contradijimos: aquella autoinfamación de 1968 tenía la falla de la inverosimilitud, se le notaba el exceso en la inculpación de sí mismo y de otros, de modo que en realidad la <<autocrítica>> resultaba un testimonio acusatorio contra Fidel Castro y sus métodos para doblegar y humillar a los disidentes».
Belkis Cuza en unos versos que encabezan el texto de las memorias de Padilla (La Mala Memoria, publicadas en España en 1989) narra la tragedia de su compañero y la de generaciones enteras de exiliados de adentro y de afuera:
(…) Al pie de la foto unas cuantas líneas
atestiguan el hecho:
ninguno está seguro del otro,
pero navegan,
navegan con la isla por todos los mares del mundo.
Humberto Villasmil Prieto es abogado laboralista venezolano, profesor de la UCAB. Miembro de número de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Soc.
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