¿Y si a lo mejor era mi dron?, por Omar Pineda
Yo solo quería enseñarle a mi hijo de 9 años cómo funciona un dron. Se lo compré la semana pasada en Miami, donde estas novedades nacen cada día, se multiplican y se venden como pan caliente. No quise esperar a traerle la pistola en 3D porque en Caracas pensándolo bien llevar esas cosas, así sea de juguete, te convierten automáticamente en chavista o en ladrón. Bueno, casi lo mismo, pero yo no hablo de política. Mi caso, señor comisario, es que solo soy un pequeño comerciante, que me defiendo comprando celulares y tabletas, y cuando aterrizo en Maiquetía me las arreglo con un coronel que es cuñado de un sobrino mío, y quien por suerte está al mando de parte de la aduana. Si le doy un iPhone último modelo y le meto un billete de 100$ en el bolsillo, el hombre me pasa la mano por la espalda, me pregunta qué tal el vuelo y hasta me acompaña al estacionamiento.
El punto es que aproveché la tranquilidad de ese sábado para probar el aparato, Como vivimos en Parque Central bajamos a un área verde cercana y saqué el dron de la caja, armamos algunas de las piezas y apreté el comando. El bicho alzó vuelo rápidamente, lo que me sorprendió porque yo me había leído bien el manual toda la noche. De modo que cuando le pasé rápido el control a Leonardo, quien a su edad poner a volar un dron sería una experiencia inolvidable el artefacto alzó vuelo un tanto alocado, tanto que se perdió de vista y se fue para no sé dónde. Leonardo puso cara de que iba a llorar, y yo lo tranquilicé mintiéndole de que esos drones tenían garantía y que cuando viajara la próxima semana le traería otro, pero le dije que esta vez le pagaría a alguien para que me instruyera bien cómo usarlo.
Leo frenó lo que sería un lloriqueo hasta la casa y entramos al ascensor. Traté de distraerlo, abombando los pocos segundos que nos duró el dron en las manos y preguntándole si a pesar de lo poco que duró no había sentido gran emoción al ponerlo a volar, pero mi hijo se quejó que eso apenas fueron unos segundos. Cuál sería mi sorpresa que al abrir la puerta del apartamento, mi esposa, con esa mala costumbre que tiene de no dejar que uno cuente algo me dijo “cállate, mira, trataron de matar a Maduro y se formó un peo en el desfile de la Bolívar. Parece que intentaron lanzarle una bomba”.
Verga, tomo el control y le doy más volumen para saber sobre ese atentado, al tiempo que empiezan a llegarme por whatsaap fotos y videos de la corredera de los militares alineados en la avenida cuando escucharon la explosión. Después vino Jorge Rodríguez, a quien, si ustedes me lo permiten, nadie le cree ni el número de su cédula, y aseguró en cadena nacional que fue un atentado frustrado porque uno de los militares de seguridad, apostados en la azotea de un edificio cercano a la tribuna presidencial le disparó un solo tiro a un dron que, según el ministro Rodríguez, portaba el peligroso explosivo de C4 para acabar con el Presidente. Ahí fue donde una cosa lleva a la otra y solté un «¡Coño de la madre! Zoraida salió de la cocina asustada y preguntó ¿qué pasó?
Yo respiré hondo, medité muy bien lo que diría y le conté “ese dron del que hablan es el de Leo, que se nos escapó de control y no lo vimos más”. Zora se llevó las manos al delantal, y luego a la cabeza y preguntó “¿de dónde sacas tú eso, Arturo?”
Me quedé sin respuesta, le dije que solo lo pensaba como hipótesis. Entonces sale Leo de su habitación emocionado y nos dice “¡Papá… mamá mi dron llegó hasta donde estaba Maduro!” El niño me abrazó, no sé si por la emoción de tener noticias de su juguete o por haber estado a un tris de entrar en la hazaña, y repitió lo mismo que dije yo en la sala “¡coño de la madre!”. Su mamá le dio un zurrazo por la cabeza y le recriminó por el uso de la palabrota, pero Leo seguía emocionado y sin entender por qué le pegaron nos vio y dijo “pero bueno ¿no es eso lo que todo el mundo dice, de que un día nos despertemos y Maduro haya desaparecido?”.Es todo lo que tengo que declarar, señor comisario-