¿Y si los hechos hubieran sido distintos?, por Carlos M. Montenegro
Leyendo a Chitty La Roche en su habitual columna de los viernes en El Nacional, en su entradilla anota que James Joyce escribió en su Ulises: “Las cosas que han ocurrido no se pueden suprimir con el pensamiento”, y agregaba: “El tiempo las ha marcado y residen, encadenadas, en el mismo espacio de las infinitas posibilidades que han desalojado”.
La posibilidad de que las cosas sucedidas en un momento dado pudieran haberlo sido de otra forma, son probabilidades que siempre han fascinado a historiadores y personas de signo indagado, hasta el punto de forjar una rama bastarda de la historiografía, la ucronía, conocida también como historia alternativa que ha devenido en un pasatiempo intelectual, un artefacto moral y político para los poco nostálgicos del pasado, y un filón inagotable para escritores de ciencia ficción y guionistas de películas y series de TV.
Independientemente del rigor académico, es perfectamente posible trazar una relación clara entre la historia alternativa y meras ficciones históricas, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido acaecer.
La historia contada desde ese punto de vista bien pudiera ser un entretenimiento popular, empleando simple y llanamente una de las más apasionantes tareas: pensar, pensar libremente y contar de la mejor manera posible lo que se piensa.
Sería como una especie de juego intelectual de salón, para estimular los conocimientos y la fantasía de los miembros de la familia. Quién sabe si esa rancia costumbre hogareña que existió antes de la mutación producida por el Internet y sus derivados, pudiera resurgir aprovechando la reclusión en que al parecer terminaremos por culpa de los microbios, o lo que sean, del inoportuno sobrevenido coronavirus.
De cualquier forma, seduce imaginar cómo sería el mundo actual si los hechos hubieran sido otros. Podrían reescribirse muchas partes de la historia, no como ficción, sino verosímiles.
Imaginen cómo sería nuestro mundo si los Magos de Oriente le hubieran hecho caso a Herodes, quien les dijo que estaba muy interesado en conocer al Niño rey que iba a nacer, y les pidió que a su regreso le informaran donde se encontraba, para ir también a adorarlo.
Afortunadamente, un ángel les avisó en sueños que lo que quería Herodes era matar a Jesús; así que engañando a Herodes regresaron a sus patrias por otros caminos y San José, la Virgen y el Niño lograron escapar de la matanza de los inocentes (eso, según el Evangelio canónico de Mateo).
Y si las legiones del poderoso Imperio Romano hubieran contenido y derrotado a los hunos de Atila y a las tribus germánicas, los visigodos, sus descendientes, nunca habrían reinado en Hispania.
Con el norte de África en posesión de Roma seguramente los bereberes y musulmanes árabes no habrían podido invadir la península Ibérica en el 711, y el mundo habría tomado otros derroteros.
Napoleón Bonaparte fue el hombre providencial que determinó las grandes conquistas de la Revolución Francesa, dotando a su país de unas estructuras de poder sólidas y estables con las que, y que se “pondría fin” al caos político precedente. Su rápido encumbramiento se debió a dos pilares básicos: su innegable prestigio ganado con su genio militar y, el otro, tras auto coronarse emperador traicionando a la revolución, al régimen que le hizo general, a su innegable capacidad para mantener un sistema de gobierno apoyado en la admiración que le profesaban la mayoría de los franceses.
Pero si la revolución francesa hubiese fracasado, Luis XVI hubiera conservado el trono, en vez de ser derrocado y guillotinado, y Bonaparte hubiera sido poco más que un joven artillero con ambiciones, jamás un emperador.
En 1898 un joven 2° teniente llamado Winston Spencer Churchill se unió al 21° Regimiento de Lanceros del ejército anglo-egipcio comandado por el general británico Horatio Kitchener, tomando parte en la batalla de Omdurmán, Sudan, con intrépido desempeño en la legendaria carga de caballería, con su Regimiento de Lanceros, contra los sublevados mahdistas sudaneses.
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Los británicos lograron ponerlos en fuga pero con gran costo en oficiales, soldados y caballos, perdiendo la cuarta parte de sus fuerzas. La retaguardia inglesa logró salvar al maltrecho ejército, enredado en un terrible combate cuerpo a cuerpo que habría producido aún mayores pérdidas de vidas.
Y cabe preguntarse: ¿quién hubiera sustituido al melindroso primer ministro Neville Chamberlain en 1940 capaz de dirigir la II Guerra Mundial para contener y vencer a Adolf Hitler, si Churchill hubiera caído abatido en Sudán a los 24 años durante la sangrienta carga de los Lanceros?
Hay infinidad de cosas que habrían cambiado si los hechos hubieran ocurrido de otra forma, por ejemplo: ¿Cómo sería la música actual si Paul McCartney y John Lennon no hubieran sido presentados por Ivan Vaughan, amigo de ambos en aquella fiesta colegial veraniega el 6 de Julio de 1957 en Liverpool?
Piensen, si a ustedes nadie les hubiera presentado a aquel bien plantado muchacho o aquella guapa chica, ¿cuántos y cómo serían sus hijos hoy?
Y, ¿cuantos rusos víctimas de las purgas de Stalin vivieran aún si Vladímir Ilich Uliánov, o sea Lenin, hubiera vivido veinte años más, en vez de morir con solo 52 años?
En pleno siglo XX sucedió un caso dramático. El 26 de septiembre de 1983, ocurrió lo que se conoce como el incidente del equinoccio de otoño.
El teniente coronel Stanislav Petrov estaba de guardia al mando del sistema de alerta temprana de ataques nucleares de la URSS. En plena madrugada, la sirena del sistema advirtió que EEUU había lanzado un misil con carga nuclear contra el territorio de la Unión Soviética. Minutos después la sirena sonó por segunda vez y en la pantalla aparecieron las temidas letras rojas con la palabra “encendido”. El sistema informaba que cuatro misiles más se dirigían contra territorio soviético.
Petrov, era el responsable para determinar si la amenaza era real o no, y disponía apenas de 15 minutos para evaluar si debía pulsar el botón tras informar del incidente al Kremlin. A Petrov le habían enseñado que un ataque nuclear estadounidense sería una ofensiva a gran escala, y aquel ataque no lo parecía. Petrov transmitió al Alto Mando su correcta interpretación: se trataba de una falsa alarma provocada por un error del sistema y canceló la alarma. El incidente se consideró información clasificada.
Más tarde una investigación confirmó que se había tratado de un fallo del sistema de alerta por satélite. Stanislav Petrov, que nunca se consideró a sí mismo como un héroe, había tomado una arriesgada decisión, pero impidió un ataque erróneo de represalia nuclear contra los Estados Unidos que pudo ocasionar la III Guerra Mundial y millones de muertos. La decisión de Petrov ni siquiera fue elogiada por sus superiores. Pero, ¿Y dónde estaríamos ahora si Petrov hubiera decidido simplemente seguir el manual de instrucciones?
Y en fin, una última ucronía: ¿cómo viviríamos hoy en Venezuela si a Rafael Caldera no le hubiera dado por sobreseer la causa de un convicto y confeso de ser el jefe del golpe de Estado militar del 4 de febrero de 1992?