Ya vuelvo, cariño, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Mayren se quedó con esa frase como última señal. Tiene dificultad para conciliar el sueño, entonces cada noche ronda en torno a esas tres palabras que ahora le suenan a despedida. Después de ese instante el mundo se paralizó. Con mirada escrutadora, que planea sobre el descampado del parque donde nos hemos citado para conversar, esta bioanalista merideña, 39 años, madre de una niña y rostro hermoso, salpicado por unas atractivas pecas, repasa los detalles de aquel jueves 5 de abril de 2016, a las 10:16 de la mañana, cuando su esposo bajó del edificio a comprar cigarros y no volvió.
Habla con el aturdimiento provocado por lo inesperado. Una hermana está por llegar ya que teme más por su inestabilidad emocional que por la falta de recursos para sobrevivir en esta ciudad donde no conoce a nadie que pueda tenderle una mano. Si se le pregunta –como lo acabo de hacer yo– qué pudo haber pasado, Mayren García enmudece por instantes y, como si activara una grabación, vuelve al comienzo de la historia, como esas personas que se afanan en recontar lo que te perdiste de la película mientras te levantaste de la butaca para ir al baño.
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Once días antes le habían avisado a su esposo que unos funcionarios del Sebin llevaban semanas siguiéndoles sus pasos, lo que le molestó tanto que se presentó en la dirección de ese organismo para saber por qué un capitán del Ejército como él era blanco del acoso y espionaje. Nadie le dio respuestas convincentes. Se excusaron asegurándole que quizás se trataba de un error, razón por la cual le prometieron citar a los hombres involucrados en este «malentendido» para que explicaran tal irregularidad. «Sí, porque si alguien en Inteligencia Militar sospecha que estoy conspirando o infringiendo la ley bastará con que me lo notifiquen por las vías ordinarias y yo me presento. ¿No creen?», cuenta ella que les dijo entonces el capitán Alberto Rodríguez R.
El caso ha sido denunciado en todas las instancias (lo hizo llegar a la Corte Penal Internacional de La Haya), y es esa denuncia la que la mantuvo a salvo del hostigamiento que soportó mientras estuvo en el país yendo de un sitio a otro sin obtener respuesta.
De eso hace ya año y dos meses e insiste en que debe seguir denunciando la desaparición –que no detención– de su marido. ¿Está muerto? ¿Oculto de sus perseguidores? ¿Aislado en alguna celda que vigilan esbirros cubanos o matones del Sebin? Mayren García quisiera saberlo, pero vivimos tan intoxicados por malas noticias y rumores disfrazados de verdades que ella no sabe cómo discernir lo falso de lo real.
Por eso siente miedo de que una noche, cuando vuelva a recordar la última frase de su marido, sea una noticia inventada la que no deje entrar a la verdadera y destruya las pocas esperanzas que le quedan y la mantiene respirando en el optimismo.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España