La recta final, por Carolina Gómez-Ávila
Autor: Carolina Gómez-Ávila | @cgomezavila
A 29 días del proceso convocado como elección presidencial, la candidatura de Henri Falcón no despierta entusiasmo alguno.
El control social en los sectores más dependientes económicamente es férreo por lo que presumo que votarán a favor del Gobierno. Lo peor es que, en ese sector, quienes piden “cambio”, en realidad están pidiendo retornar al populismo que se practicaba con el barril de petróleo a 100 dólares, antes de que los corruptos se robaran todo y colapsara la infraestructura que jamás atendieron como debían.
Por otra parte, la población tradicionalmente dispuesta a desafiar esos controles, se muestra contraria a participar o compelida a no hacerlo por distintas razones, la más clara es que ningún candidato en pugna es visto como opositor.
El que se ofrece como tal es Falcón, quien a finales de febrero formalizó su inscripción escindiéndose de la Mesa de la Unidad, a sabiendas de que su acción podría aplastar la estrategia de sus antiguos aliados.
Acto seguido activó una campaña para depredar las estructuras de esos partidos con ofertas a los cuadros que abandonaran sus toldas de origen. Para captar a los opositores moderados, reclutó a un grupo de influenciadores que se destacan por la invectiva y que no se dedicaron a convencer sino a soliviantar a los electores que rechazaron el madrugonazo de Falcón. El resultado es que no han podido ni podrán conquistarlos para su propósito
Se saben perdidos. Por eso, ahora se turnan para adular o increpar a Henrique Capriles a fin de que le levante la mano al sargento. Quieren concluir la misión encomendada: destruir lo que queda de la oposición. Por cierto que la ambigüedad de Capriles me hace preguntarme si realmente está pensando hacerlo o si está sacándole provecho a que todos creamos que está pensando hacerlo.
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Por otro lado, el segmento de electores que pretende un retorno al orden republicano por la vía democrática está vacío de liderazgo. Los dirigentes que habían sido más consistentes en esos métodos y objetivo, aceptaron la alianza con los extremistas. La huelga electoral fue una consecuencia; el intento fallido de recalentar la calle, otra.
A pesar de todo, sigo con atención la actividad destinada a aumentar la presión internacional aunque a veces las medidas anunciadas por algunos países me parezcan incoherentes o extemporáneas. Como diferencio el alcance jurídico del político, no me hago ilusiones con las consecuencias que tendrá el acuerdo que el martes pasado aprobó la Asamblea Nacional y sólo lo interpreto como un nuevo tablero sobre el cual negociar. Con el mismo criterio entiendo que anunciar la aprobación de un plan similar al Marshall, aunque parezca predecir una inminente defenestración difícil de creer, pueda servir para estrechar el cerco alrededor de la dictadura.
Lo único que está claro es que la oposición intenta que se postergue la convocatoria del 20 de mayo, cambio al que podría anclar otras condiciones para participar. A esa estrategia le sería útil que Falcón declinara su candidatura, pero él seguirá en la carrera porque prefiere destruir a la oposición mientras fantasea con convertirse en el líder de sus cenizas o con que la dictadura le entregará la silla presidencial.