Decidí sacarme el carnet, por Simón García
Desde sus inicios, ante amigos dirigentes de distintos partidos, abogué por llamar a inscribirse en el carnet de la patria como forma de anularlo. El combate al poder no puede ser siempre frontal, también hay que disponerse a usar sus mecanismos de dominación para neutralizarlos, desviarlos o volverlos contra sus intenciones.
Diversas experiencias para resistir la dominación soviética emplearon tácticas para combatir el sistema desde adentro, aceptando algunas de sus reglas para luchar por modificar o ponerles fin a otras. Un ejemplo de este método de lucha y negociación por partes fue Polonia.
Mis interlocutores aceptaban el razonamiento, pero consideraban inconveniente hacer el llamado público. Ese silencio permitió que el régimen acuñara otra línea de división: tener o no carnet. La oposición extremista complementó esta división con el fusilamiento moralista: disparó al “colaboracionista”. Despreció el chance de desbaratar la estrategia oficial de exclusión y control asociados a esa operación.
Los venezolanos tenemos igual derecho a recibir los beneficios que determine el Estado. Pero el régimen necesita imponer arbitrariamente la desigualdad y la discriminación. Paradójicamente, la carnetización masiva sería una forma pacífica de llevarlo a un límite que lo obliga a respetarle ese derecho a todos, sin poder distinguir quien es quien.
En el caso de la gasolina, no tener carnet es dejarle al gobierno más plata, usar a los sin carnet para pagar el subsidio a los inscritos y ayudarlo a tener la lista de los disidentes. ¿No es esta una gracia que no se le debe hacer a una dictadura?
La moralización de una acción política se presta a manipulaciones. Se habla en abstracto de dignidad, pero se esconde la mediación de la desigualdad: el derecho a la existencia, a comer, a llevar el sustento a la familia ¿la prima o no? ¿La dignidad adquiere igual forma para quien tiene un salario mínimo y para quien recibe altos ingresos?
Me pregunto sobre la dignidad en su doble sentido. Como valor intrínseco supone que todo ser humano la posee en tanto tal. Puede deducirse también que viene atribuida desde afuera, como reconocimiento a la persona que vive con decoro. Pero, ¿esa condición no la afecta que se viva o no en un Estado de Derecho?
Seguir conscientemente un mandato autoritario no implica necesariamente subordinarse al régimen que la dicta. Por más poderoso que sea un gobierno sólo puede desconocer mi dignidad, si se lo permito. Y no es tan frágil ni provisional para que el arrebatón oficialista me despoje de ella.
Si un opositor decide sacar el carnet y mantiene sus convicciones cívicas no está doblegándose. Candidatos presidenciales como Capriles o Velázquez, repetían: agarren, pero voten por mí. ¿Ahora piensan distinto? El repudio que la mayoría social muestra en la vida diaria comprueba que la operación fracasó: los votos oficialistas son menos de la mitad de los carnetizados.
No veo error en ser coherente entre lo que le he pedido a mis amigos y familiares y mi propia conducta.
He decidido ser fiel a mi conciencia: voy a solicitar el carnet de la patria ante unos muchachos que ya lo tienen hace tiempo y que no votan por Maduro.