El tiempo se agota… enero crucial, por Bernardino Herrera León
“Me acusas de jugar siempre al empate,
me acusas de no presentar batalla,
me acusas de empezar cada combate
tirando la toalla”
Joaquín Sabina, en “Por delicadeza”.
Se acaba el tiempo. Tanto al gobierno chavista como a la oposición democrática atrincherada en la Asamblea Nacional (AN) se les acaba el tiempo. Ambos muestran agotamiento. Ninguna es capaz de convocar. El tiempo corre en contra de ambos. A medida que se acelera el desabastecimiento, que a su vez dispara los precios a niveles jamás conocidos en país alguno. Los inventarios no se reponen a la velocidad con que la que se vacían. Todos los indicadores se han disparado hasta reventar. Una nueva ola de hambruna, esta vez más masiva, se cierne sobre el país como una tormenta. Las válvulas sociales de las migraciones comienzan a obstruirse. Los países vecinos ya no pueden acoger a más gente. Tampoco el dinero alcanza para comprar, ni siquiera el de las “remesas”.
El régimen, más endeudado que nunca, ha perdido capacidad de importar alimentos, y los particulares ya no ven renta en traer bienes cada vez más caros y que menos gente puede comprar. El reciente triunfo de la ultraizquierda en México se presentó como una bombona de oxígenos, una esperanza para ganar más tiempo. Pero ese país también tiene sus problemas y presiones sociales. Apoyar al régimen de Maduro tiene su precio. Lo dice la ausencia de su solidario presidente, Andrés Manuel López Obrador, anunciando la escueta asistencia de un encargado de negocios de su embajada en su lugar.
Los años 2016, 2017 y 2018, de jugar al empate gobierno-oposición se agotaron. Por primera vez se observa con claridad que el reloj conspira tanto contra el chavismo como contra la oposición. Cualquier cosa puede ocurrir en esta bomba social de tiempo, de esta tragedia social que asoma descarado letal impacto. Puede ocurrir cualquier cosa parecida a la anarquía y al caos, y que escape de control de cualquier grupo político que se haga del poder. La gobernabilidad sólo es posible con la confianza que resulta de la credibilidad. Gobernar por la fuerza cruenta no es gobernabilidad sino orden sangriento. Dictadura pura.
No es el primer país que se desintegra y desaparece tras el colapso de su economía y una agotadora y asfixiante crisis de gobernabilidad. Una parte de esta nación ya está fuera de su territorio. Las migraciones masivas son una forma de desintegración social. Probablemente, algunos regresen. Seguramente, la mayoría no, pues se han integrado a su nueva nación, que es la de sus hijos
El régimen chavista encabezado por Maduro, nadie duda de su hegemonía caudillista dentro del PSUV, está condenado a cometer dos premeditados errores. Uno es disolver la Asamblea Nacional, con cualquier excusa (desacato, rebelión, etcétera). Estuvo tentado hacerlo hasta la madrugada del sábado 5 de enero, cuando la invasión del siniestro Sebin al Palacio Federal Legislativo, con la excusa de una supuesta granada. Se da por descontado que esos mercenarios sembrarían de micrófonos dichas instalaciones, para aburrirse luego con las conversaciones cotidianas de los diputados. El segundo error fue por el que, finalmente, optó el régimen: Permitir la instalación de la nueva directiva de la AN.
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Son errores premeditados porque implican altos costos y amenaza para la permanencia en el poder. Otras opciones tales como aprobarse una nueva constitución, convocatoria a elecciones de los nuevos poderes, etcétera, pasan necesariamente por aquellas dos costosas opciones.
Errores son costosísimos, sin duda. El gobierno de Maduro será desde el 10 de enero un remedo, una burla, una desgracia, un castigo, una pena, una vergüenza, una raya… Pero, sobre todo, una tragedia de proporciones cataclísmicas. Su nuevo período comenzará podrido.
La oposición representada en la AN por su parte, luego de haber probado su ineficiente desempeño, se debate entre dos aciertos: uno, el “empate”. Y dos, paso crucial de formar gobierno interino, solventando la vacante presidencial. Pero solo uno de esos aciertos representa la menor cantidad de sufrimiento popular.
No sabemos cómo está la correlación de diputados entre una u otra opción. Seguramente algunos diputados de AD ya estarán hartos del “doblarse para no partirse” de su presidente de partido, Ramos Allup. Igualmente, algunos diputados de Primero Justicia estarán ya cansados de “el tiempo de Dios es perfecto”, de su líder Henrique Capriles. Lo evidente es que ninguno de esos partidos, antes mayoritarios, convocan a la ciudadanía. Inspiran poca confianza y menos credibilidad. Se les percibe como políticos tradicionales, de esos que no tienen partido sino tropa. De los que dicen una cosa en público y otra en las reuniones privadas. Ese tipo de política ya huele muy mal.
Quienes se inclinan por el “empate”, es decir, por mantener indefinidamente la tesis de la “usurpación”, dejando gobernar indefinidamente al presidente usurpador, o mientras “dure la usurpación”, argumentan que hay que dejar que el tiempo continúe deteriorando al régimen chavista, evitando con ello el enfrentamiento violento gobierno-oposición. Se trata, qué duda cabe, de un buen argumento. Pero pasa por alto el “detalle” del sufrimiento y las muertes por hambre y morbilidad que aumentan en espeluznante frecuencia. Es cómodo, por no decir cínico, pedir más paciencia a una madre que no tiene cómo darle de comer a sus hijos. Pueden ser días, meses o años.
Quienes optan por suplir la vacante presidencial, desde el 11 de enero, saben de los riesgos y las consecuencias. Pero también saben que no les queda más remedio. Deben saltar para salvar lo poco de capital político que les queda, y de paso, salvar al país del colapso definitivo
Lo que deben saber todos, tanto chavistas como opositores es que ya se nos agotó el tiempo.