De apagones y otras odiosidades, por Laureano Márquez
Sin vaina que esta gente es de antología: nos asesinan, nos torturan, masacran a la juventud en las calles, a los niños en los hospitales, a los ancianos en sus casas por falta de medicamentos y de la seguridad para la que trabajaron durante toda su vida, dejan el país criminalmente en tinieblas porque se robaron hasta el último céntimo del presupuesto eléctrico y encima pretenden que les amemos.
El “fiscal” promueve una ley contra el odio, es decir, una ley contra ellos mismos, contra los fundamentos de su desquiciada robolución, que no ha hecho otra cosa que maltratar, insultar, destruir y promover toda clase de odios y resentimientos desde el primer día. Cómo olvidar que de aquellas frituras de cabezas en aceite, vienen estas masacres. Las palabras no se las lleva el viento, son semillas que, lanzadas desde la ira descontrolada de los balcones del pueblo, terminan germinando con su savia de sangre, porque sin duda, el odio moviliza más que el amor, porque es más simple y visceral, pero sólo el amor perdura, construye y transforma para lo noble, para lo bueno, para lo justo.
El odio es, efectivamente, algo muy malo. El chavismo es la muestra más clara y contundente de hasta dónde el odio puede llegar. En lo personal, el odio envilece a quien lo siente y si lo vemos en términos de utilidad práctica, perjudica solo al portador, sin que en nada afecte a su destinatario.
Cuando el odio es promovido desde el poder, siempre termina en tragedia. Ahí tenemos –por poner otro ejemplo– al nazismo, como la muestra más acabada de un sistema edificado sobre el odio convertido en el motor de toda una nación.
El odio y el humor nunca se han llevado bien. El segundo es siempre una relación contra el primero, lo aniquila, lo desmonta. No puede haber humor odioso ni odio humorístico, será otra cosa, pero no humor. El humor, como bien dijo José Francés debe tener “gracia, verdad, bondad y poesía”. La verdad es una de las ideas más peligrosas que existen. En la opresión política, la primera víctima es la verdad: los medios deben ser controlados, los comunicadores perseguidos, los humoristas silenciados.
Es que la fuerza de la verdad desnuda al emperador como en el cuento de Andersen y le deja con sus vergüenzas al aire
Hace muchos años, tuve el gusto de participar en un programa de radio en KYS FM (la emisora del inolvidable Oswaldo do Yepes), junto a Alba Cecilia Mujica y Sergio Novelli, acudía los días viernes para lo que llamábamos “viernes de humor”. Allí vi por vez primera a un joven muy simpático, pelo largo, de contextura delgada, risa fácil, vestimenta sencilla, sin ostentación. Tenía cara de árabe y nombre también.
Daba la impresión de ser una persona bondadosa, de un alma inquieta por las injusticias todas del mundo, defendía los derechos humanos, estaba en contra de las masacres, de los abusos del poder y como era -además-poeta, promovía también el amor, al fin y al cabo en eso consiste el oficio de ser poeta. De esto hace ya más de veinte años, que como decía Gardel, “no es nada”, pero también puede ser mucho, cuando se ha decidido dejar de estar del lado de las víctimas, para convertirse en verdugo.
¿Una ley contra el odio? Verdaderamente, más te valdría promover una ley en contra de la lástima.