29-J: ¿Apocalipsis ahora?, por Rafael Uzcátegui
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Hemos iniciado la conversación sobre la posibilidad de una transición a la democracia en Venezuela, consecuencia de la repolitización masiva de la esperanza entre nosotros. Aunque los desafíos para alcanzar un proceso electoral mínimamente confiable, donde la avalancha de la participación popular haga irreversible el cambio, son todos y cada uno, el que podamos trascender la tiranía del presente, agotado en la supervivencia, para imaginarnos el futuro posible, es de por sí un triunfo sobre el autoritarismo.
Un escenario hipotético versa sobre lo que pudiera suceder el día después de un triunfo de la alternativa democrática. Las opiniones mayoritarias dibujan un escenario apocalíptico, donde el chavismo controla el resto de las instituciones, salvo el Ejecutivo, e incendia el país durante los seis meses que transcurren antes de la juramentación. Estos temores tienen antecedentes y fundamento. El chavismo, bajo su lógica revolucionaria, ha declarado reiteradamente que es ajeno a la alternabilidad del poder y que ha llegado para quedarse. Aunque las condiciones objetivas y la expresión del soberano les sean adversa, cuesta imaginarse un panorama bajo el cual el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) sea, sin traumas, desplazado del poder.
En nuestra opinión, sin subestimar la sinrazón autoritaria, el día después de las elecciones estará protagonizado por tres tipos de reacciones dentro del oficialismo: 1) La huida hacia adelante; 2) El luto utópico y 3) El pragmatismo.
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La primera es la que los analistas dan por previsible: brotes de violencia para desconocer y obstaculizar el triunfo opositor. Sin embargo, creo, y deseo, que estos hechos de violencia serán aislados. La infraestructura de la violencia bolivariana también ha sentido el peso de la crisis y el propio desgaste del conflicto. Los elementos de mayor preocupación, los colectivos armados, ya no tienen la operatividad y presencia que mostraron en los años 2014 y 2017.
No estamos sugiriendo que han desaparecido, sino que ha mermado la posibilidad de una reacción temible y coordinada en todo el país, como sucedió alguna vez. Integrantes de estas organizaciones han migrado de manera forzada, como el resto de los venezolanos, mientras que para otros la ausencia de incentivos los estimuló a centrarse en una lógica de actuación exclusivamente delincuencial.
Por otro lado, las organizaciones subalternas del antiguo Polo Patriótico, que contaban con una capacidad autonómica de movilización –como demostraron en el 2002 y en las elecciones del 2013- hoy se encuentran distanciadas y confrontadas con el madurismo. En esta ecuación faltarían las Fuerzas Armadas, cuya expresión insurreccional, por acotada que sea, pudiera ser el factor de mayor preocupación. La única fuerza que pudiera plantearse una acción coordinada en diferentes partes al mismo tiempo sería el PSUV. Sin embargo, especulamos que el grueso de su militancia estaría repartido en las siguientes dos tipos de reacciones presagiadas, que describimos a continuación.
El segundo tipo de respuesta prevista es el «luto utópico». El chavismo militante ha sido eficaz en construirse a si mismo como una comunidad altamente ideologizada, con diferentes capas que lo protegen, o que lo aíslan, de la realidad. La hegemonía comunicacional y las diferentes “cámaras de eco” con las que un militante convencido del PSUV interactúa, que le permiten ratificar permanentemente sus sesgos, han transformado su propuesta política en un dogma de fe. Por ello cree, genuinamente, que el chavismo representa todo lo bueno que hay en el mundo y que sus críticos, usted o yo, todo lo execrable y oscuro de las pasiones humanas.
Aunque en esta compleja operación psicológica puede haber tanto principios como razones oportunistas, lo que nos interesa en este punto es que, a fuerza de repetición, está profundamente convencido de sus propias mentiras. Si creemos que la transición sólo será posible por una alta participación y un amplio margen de diferencia de la alternativa democrática sobre la autoritaria, pongamos 20 puntos porcentuales, el resultado generará un terremoto emocional en un pedazo de la militancia roja: el pueblo, a quienes ellos decían representar, les ha dado masiva y contundentemente la espalda.
Y ello, además, por un liderazgo (María Corina Machado) que simbólicamente representa todo lo contrario a lo que pregonan. Convencidos hasta el día de la votación de su arrollador triunfo, como le aseguraron sus cámaras de eco, un sector del actual oficialismo pasará a lidiar con las diferentes etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Un proceso constatable en alguno de los chavistas críticos que en años anteriores han decidido alejarse de la arena política, y que para evitar los costos de ese barranco mental han incursionado en la metafísica y la new age.
La tercera reacción posible sería la del simple pragmatismo: en virtud de no quedarse por fuera de la transición, bien sea para tener un espacio político en la Venezuela democrática o por mantener los negocios y bienes mal habidos, diferentes sectores del chavismo, abiertamente, comenzarán a tender puentes con los sectores democráticos. Hay que recordar que la fidelidad bolivariana es con Hugo Chávez y no con Nicolás Maduro, así que muchos no estarán dispuestos, finalmente, a hundirse con ese Titanic.
Una evidencia de estas razones las encontramos en el audio filtrado, hace meses atrás, de Juan Barreto: «El problema nuestro es pasar con vida política la alcabala del 2024 para llegar con vida al 2025 y que ustedes –la militancia del partido Redes- puedan ocupar espacios de poder que les den legitimidad de origen, para acumular fuerzas que nos permitan entrar en cualquier negociación». Será después del 28-J que seremos testigos VIP de las divisiones dentro del chavismo, así como de la lucha caníbal por la posibilidad de negociar primero, en mejores condiciones, como sugiere el ex Alcalde Mayor de Caracas, «la supervivencia política».
No pudiéramos predecir cuál de estos tres tipos de reacciones posibles hegemonizará el universo bolivariano luego de una contundente derrota electoral, como la que efectivamente se necesita para que se abran las grandes alamedas de la democracia en el país. Lo que sí consideramos es que el cálculo y el despecho convivirán con las potenciales actuaciones radicales de focos del chavismo, afortunadamente limitadas por la propia ineficacia del modelo, la crisis económica, la migración y el desgaste. Habría entonces que matizar las profecías espeluznantes que algunos imaginan luego de la posibilidad de una victoria opositora. Especialmente de aquellos que, en base al supuesto caos e ingobernabilidad a desatarse, de manera soterrada postulan que lo mejor para el país sería la permanencia de la ignominia, gobernada por una paz autoritaria.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz.
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