A Cuba se le corrió el maquillaje, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
La revolución cubana, al igual que todas las revoluciones comunistas, cuida mucho su apariencia ante el mundo. Lo que se ve desde lejos a través de la propaganda dista mucho de lo que sucede en la dura realidad. Envían mensajes muy bien diseñados, vendiendo paraísos idílicos o «Narnias socialistas». El objetivo: buscar estremecer las fibras de jóvenes soñadores e inconformes de todas partes del mundo.
Así pasaba con la Unión Soviética, la China de Mao, Corea del Norte, Albania, Checoslovaquia y en general en todos los países de Europa del Este. Vendían la idea de un espacio Disney que «los capitalistas llamaban con mala intención, la Cortina de Hierro». Eso fue lo que leí en un número de la revista soviética Sputnik, que un querido colega comunista, profesor de la UCV, dejaba una vez al mes en mi cubículo, con disciplina y puntualidad evangélica o marxista. Corrían los tempranos 80 y la URSS se veía sólida y envalentonada.
Aquellos coqueteos con el socialismo real eran como los amores por Internet de hoy en día. Uno se formaba una idea de esos países por la narrativa de los camaradas (que por lo demás, tampoco habían visitado esos países), por las revistas que llegaban editadas en español y por los pocos documentales y películas que se exhibían en los cine-foros de Sociología o en la Casa del Periodista. Por supuesto, los pocos libros soviéticos y cubanos que circulaban por los predios universitarios eran forrados con papel periódico para «despistar al enemigo». Eso era parte del encanto.
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Recuerdo que en una de esas revistas soviéticas que llegaban a Venezuela se mostraba la fotografía de un grupo de jóvenes sonrientes, bien comidos, con cachetes rosados, vestidos a la usanza de los campesinos rusos, pero con ropa recién sacada de la tintorería.
Estos camaradas corrían alegres por una pradera con grama impecablemente cortada, similar a la que vemos en los estadios de fútbol del mundo. La leyenda decía: «Así vivimos los jóvenes soviéticos y así queremos que vivan todos los jóvenes del mundo». ¡Una guará, caballo! ¿Quién no se iba a meter a comunista con tanta pelazón por estos lados?
También recuerdo la revista Cuba Internacional. Llegaba a Venezuela y se vendía en los pasillos de Ingeniería. Sus artículos destacaban la felicidad del pueblo cubano, su espíritu de lucha y su decidida determinación a defender la revolución y a Fidel. Las fotografías hablaban por sí solas. Fidel manejando un Jeep sin escoltas por las calles de La Habana; Fidel abrazado por niños en el patio de una escuela recién inaugurada; Fidel cortando caña al lado de los campesinos; Fidel esto, Fidel lo otro y todos felices como perdices.
Al igual que los amores por Internet, llega el momento de conocer en persona a la que nos ha quitado el sueño. En ese momento es cuando comienza Cristo a padecer. En 1993 fui a un congreso en la isla. Desde que me monte en el avión de Cubana de Aviación en Maiquetía, iba con el entusiasmo y la emoción de un fan enamorado. Como la Penélope de Serrat tenía una imagen en la mente construida con base en la propaganda, así como cuando uno compra por fotografías.
Para hacerles el cuento corto: la decepción fue inmediata. Pobreza extrema, apartheid contra los propios cubanos, racismo evidente, prostitución por hambre, niños desnutridos y pedigüeños, una ciudad arruinada, caras famélicas y resignadas, basura por doquier; un jabón o un desodorante a cambio de lo que sea y sobre todo mucho miedo en la población.
En ese momento entendí el porqué esos países tienden a aislarse del mundo. Si abrieran fronteras, quedarían solo los dirigentes.
Espero que las manifestaciones que se están realizando en Cuba sirvan para que muchos jóvenes que creen en «el futuro mejor» que garantiza el socialismo, se den cuenta de que ni los propios cubanos lo soportan. A Cuba socialista se le corrió el maquillaje, no es tan bonita como creíamos.
Tulio Ramírez es Abogado, Sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
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