A Dios le pido, por Teodoro Petkoff
«Le pido a Dios, a quien sea, para que haga algo y no siga pasando esto». Es el lamento dolorido de una de las hermanas del coronel de la Guardia Nacional asesinado el sábado pasado por sus secuestradores. Otra de las hermanas resumió la situación, dramáticamente: «Hoy me tocó a mí y mañana le puede tocar a uno de ustedes». Es la «sensación», ésta sí bien concreta, de la indefensión absoluta, de la impotencia de la gente común para sentirse a salvo frente al asalto brutal de la delincuencia. No fue el coronel Héctor Trade la única víctima este sangriento fin de semana, ni es aislado su caso. Todo lo contrario. Fue el suyo uno de los 38 homicidios que se produjeron en el Área Metropolitana de Caracas, entre la noche del viernes y la mañana del domingo de la semana pasada. Cifra que se repite –números más, números menos– todas las semanas, todos los meses, cada año peor que el anterior.
Prácticamente todos los crímenes tuvieron lugar en las barriadas populares y los fallecidos eran personas humildes. Un taxista, un mototaxista, un colector de busetas, y así, la dolorosa lista se extiende de barrio en barrio, por toda Caracas. Por trágica ironía del destino, otro militar, esta vez un cabo, igualmente de la Guardia Nacional, Roger Bolívar, también fue asesinado. La muerte del coronel Trade será investigada, como debe ser, y los responsables juzgados; la del cabo Bolívar tal vez corra la suerte, que no debe ser, de ir a parar a la inmensa lista de casos jamás investigados y que permanecen impunes.
La policía, desbordada por la tremenda marejada delictiva, no tiene capacidad ni tiempo para ocuparse de muertos sin dolientes.
Las causas estructurales que sociólogos, psicólogos sociales, criminólogos y demás especialistas estudian para explicar el delito, existen, más o menos, iguales en todas las grandes ciudades de este continente.
Sin embargo, en algunas de las capitales suramericanas se han logrado resultados muy positivos en la lucha por reducir y contener el delito y en particular los homicidios. Si en otros países pueden, ¿por qué –y la pregunta es inquietante– aquí no? Bien sabemos que los resultados no son mágicos y necesitan tiempo, pero es que los éxitos alcanzados en otras partes han tenido lugar en los últimos diez años, precisamente los mismos durante los cuales el problema heredado por este gobierno, ha crecido exponencialmente, llegando a extremos realmente aterradores.
No es por falta de estudios y de planes. De ésos sobran y ya ni vale la pena recordar unos y otros. De modo que es forzoso llegar a la desoladora conclusión de que así como en otras esferas de la actividad estatal, la incapacidad y la corrupción constituyen notas dominantes, también en la de la defensa de la seguridad de la ciudadanía, son la incompetencia y la corrupción lo que quizás explica cómo se ha llegado a una situación en la cual no queda otra cosa que rezarle a Dios para que Él, o «quien sea, haga algo y no siga pasando esto».