A Emeterio Gómez, allá en el Hyperuránion tópon, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Emeterio querido:
Nos van a faltar días para recordarte. Como cuando llamabas pan al pan y vino al vino e insistías en la absoluta necedad de quienes, incómodos con el término “capitalismo”, se empeñaban tercamente en sustituirlo por otros pretendidamente más potables como los de “economía del emprendimiento” y “democracia social”, por ejemplo.
Denunciabas a los que abominaban de la noción de lucro teniéndolo por “malo” – pero sin que por eso se abstuvieran de disfrutarlo llegado el caso, por cierto– como si lo de vivir con cuatro dólares al mes, como toca a nuestros jóvenes médicos residentes del Hospital Universitario, fuese cónsono con un mínimo de dignidad.
Resabios todos de esa fuerte rémora que es aún el marxismo cultural y que siempre denunciaste. Una rémora que con Rousseau postula, entre otras pendejadas, la idea del hombre como ángel expulsado de algún paraíso remoto por obra de la maldad de “capitalistas explotadores”, cuando lo cierto es que, como lo propone Daniel Defoe con su Robinson Crusoe, no somos sino náufragos abandonados a su suerte en algún pedazo del mundo sin más opción que “echarle un camión” todos los días para proveernos de lo que de otro modo no nos caerá del cielo.
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Nos dijiste muchas veces que los socialistas en Venezuela tenían muy claro a lo que venían. Como también nos decías que la única manera de crear riqueza y empleo era en el capitalismo, que no había otra. Y que todos esos programas sociales en cuyo diseño y gestión dejábamos el alma día a día no resolverían nada, ya que solo había una única ruta para la superación de la pobreza: la del crecimiento económico.
Pero con la misma fuerza nos dijiste también que el capitalismo no tenía alma y que insuflarle la fuerza moral de la que carecía era la gran asignatura pendiente de los liberales.
¡Cuánta razón tenías, Emeterio querido! Mira sino a Donald Trump, que con las mismas palas mecánicas con las que prometió un día levantar un muro que alejara a inmigrantes de tez morena del sueño americano tuvo que correr a abrir fosas comunes en Nueva York para enterrar a víctimas de la covid-19 que sucumbieron sin tener –literalmente– ni donde caerse muertas, en medio de una de las peores gestiones de la pandemia en todo el mundo.
Pero era mucho pedir a la primera economía del planeta, a cuya cabeza está el típico “capitán de empresa”, como solía llamarlos Carlyle, que pusiera en su lista a los miles de seres humanos que tendrían que verle la cara a covid-19 en medio de una situación social, económica y médica desventajosa. Allí están las consecuencias. A cosas como esa te adelantaste tú cuando, por allá por 2005, escribías acerca del desafío que suponía relanzar al capitalismo “…ya no solo como modelo económico sino como fundamento de una sociedad éticamente superior”.
A ti había que tomarte apuntes y yo, afortunadamente, guardé muy bien los míos. Fuiste siempre firme y riguroso en la argumentación, le cayera a quien le cayera. Implacable, lo mismo ante los neocomunistas que ante esos liberales de pretendida pureza que van por el mundo siendo incapaces de mirar a su entorno con un mínimo de sensatez y de criterio.
Como solías serlo también frente a los adalides de la llamada “democracia social” y de todas esas pazjuatadas que, borladas de filosofías manidas, forjaron la “paja” latinoamericana y venezolana – así te expresabas- de “la toma del cielo por asalto” y de “la era está pariendo un corazón”, siendo que eran millones los compatriotas –balseros de tierra, como los cubanos del mar– que para entonces iban caminando rumbo a Guayaquil y Lima buscando visa para no volver.
Valiente hasta el final, así te conocí. Inflexible ante los relativismos de la ética acomodaticia. El “santón de Cedice” te llamaron alguna vez, pensando que te hacían alguna mella ¡Con rayos X habrá que buscar en el liberalismo venezolano a quien te llegue a los talones, Emeterio querido! Porque, como decías, no pensar no nos estaba ni nos estaría nunca permitido a los liberales venezolanos. Y a pensar este tiempo, con sus dramas y sus grandes equivocaciones, pero también con sus posibilidades, nos llamaste en tanto que una obligación superior para todo liberal intelectualmente honesto.
Harás falta para pensar este tiempo, Emeterio. Un tiempo que, como decía André Malraux, tendrá que ser del espíritu o simplemente no será. covid-19, el terrible mal que te llevó de nosotros, nos está conminando a ello. Porque, como escribirías algunos años más tarde,
“…mejorar los niveles de vida de la inmensa masa de pobres que puebla la tierra…hoy no reside tanto en la esfera de lo político, lo jurídico, lo ideológico o lo social, sino en la esfera de lo moral”.
La gran batalla a librar en el mundo posterior a la gran pandemia será en el terreno de lo ético. Y yo, Emeterio amigo, el más modesto de tus muchos alumnos, voy a formar filas en la primera línea en ese combate, tenlo por seguro. Sin pedir ni dar cuartel. No encuentro mejor homenaje que hacerte ni modo distinto de agradecerte por tanto.
Descansa en paz, Emeterio querido, allá en el Hyperuránion tópon: el cielo de los filósofos.
Te quiero.
Referencias:
Gómez, E. “Capriles, Gustavo y el Capitalismo”, El Universal, 10 de octubre de 2010.
Gómez, E. “La responsabilidad moral de la empresa capitalista”, Edición conjunta CEDICE Libertad, Econoinvest Casa de Bolsa y Fundación Valle de San Francisco, Caracas, 2005, p180.
Gómez, E. “¿Qué es lo humano…en ti?”. Edición conjunta Alianza por el Bienestar Social, Conindustria, Center for International Private Enterprise y Al-Invest América Latina Inversiones, Caracas, 2009, p94.