A la atención del Centro Internacional Miranda
Nos vamos de chisme, pero por razones de higiene pública. Me cuenta un amigo, de plena confianza, que, estando hace pocos días en una reunión social en Miami pudo escuchar a un entusiasta contertulio narrar sus costosas hazañas eróticas. El tipo, de unos 28-30 años, decía ser gerente de Comercialización de Sidor, y se vanagloriaba de haberse gastado en una sola noche 60 mil dólares en una farra en un sitio en Chacao, llamado «Morrison», muy conocido entre noctámbulos de Caracas. Vaya uno a saber si era verdad o se trataba de uno de esos típicos coberos criollos, echando cuentos de cazador. El asunto nos importaría un pepino si se hubiera tratado de un particular. Cada quien se divierte como puede y hasta donde le alcanzan los reales. Pero aquí está el punto.
Esos reales, 60 mil dólares, 129 mil bolívares fuertes o 12 millones de los viejos (al cambio controlado, que es una ficción), si es verdad que el tipo es quien decía ser, no eran suyos sino de todos los venezolanos, en particular de los trabajadores de Sidor. En otras palabras, si el caballero es realmente el gerente de comercialización de Sidor, estaríamos ante un caso más de robo de los dineros públicos que, desde luego, permanecerá impune porque el Hombre Invisible de la Contraloría no va salir de su siesta perpetua para ocuparse de esa nimiedad. Pero si el tipo fuere un mero cobero, quedaría muy mal la moral «revolucionaria» cuando alguien puede presentarse como gerente de una de las grandes empresas estatales del país jactándose, con tanta desfachatez y descaro como lo hacía el supuesto héroe del «Morrison», de lo que, de ser cierto, sería un puro y simple atraco a mano limpia a la caja de Sidor.
Por donde se lo mire, entonces, se percibe una minúscula puntica del enorme iceberg de la corrupción. Durante estos años «revolucionarios» no es tanto que la corrupción se haya extendido a todos los niveles de la administración pública como la verdolaga, sino la impunidad que protege a los ladrones. Por eso la echonería: se sabe que no hay castigo.