A proteger el medioambiente y también las inversiones, por David Somoza Mosquera
Twitter: @DavidParedes861
No lo digo yo sino expertos en materia científica y ambiental: la pandemia que se vive desde marzo del año pasado ha tenido un efecto sobre el medioambiente. ¿Favorable o desfavorable? Todo depende del color del cristal con que se mire.
A mediados del año pasado, Inger Andersen, directora del programa ambiental de las Naciones Unidas, aseguró: «El covid-19 de ninguna manera tiene un lado positivo para el medioambiente. Los impactos positivos visibles, ya sea la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, no son más que temporales, ya que se deben a la trágica desaceleración económica y al sufrimiento humano”.
En contraste, a inicios de la pandemia en las redes sociales se compartieron imágenes de aguas que se veían más cristalinas, como los canales de Venecia, y animales que se paseaban por las ciudades sin humanos a su alrededor. Los usuarios lo destacaban como hechos positivos.
Pero el panorama es ciertamente más complejo. La abrumadora caída de las emisiones de CO2 —la NASA detectó desde el espacio la disminución de gases contaminantes en la atmósfera— está atada al colapso de la actividad industrial, a la reducción del consumo de energía, al descenso de la movilidad, es decir, a una severa crisis económica.
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A las pruebas me remito. Los últimos datos de la Agencia Internacional de Energía muestran una caída de 3% en la demanda global de energía, en comparación con el primer trimestre de 2019, debido a la drástica reducción de la actividad económica global y la movilidad durante el primer trimestre de 2020. No había habido un bajón como ese en los últimos 70 años.
En tanto, si bien el Fondo Monetario Internacional en la más reciente actualización de su informe “Perspectivas Económicas Mundiales” prevé un crecimiento global de 5,5% para este año, advierte que el mundo pasa por “la peor contracción en tiempos de paz, desde la Gran Depresión de 1930”. Al extremo de que superpotencias como China y Estados Unidos han visto cómo la pandemia destruyó o sigue acabado con sus economías, aunque a partir de octubre del año pasado la recuperación de los indicadores de la nación asiática ha sido notable.
Pero lo cierto es que no solo esos países sino todos están desesperados por volver a los niveles de producción anteriores al virus y una de la manera más expedita para lograrlo es recurriendo a los combustibles fósiles.
No cabe duda de que salir de la recesión es una prioridad, en aras de mejorar también las condiciones de vida de los ciudadanos, pero no debería ser a costa de seguir pisoteando la tierra.
No hay que olvidar que las “mejoras” ambientales provocadas por la pandemia no son decisivas. En 2020 hubo la mayor caída en emisiones de la que se tenga registro en la historia, pero así y todo fue el año más caluroso, en un empate técnico con 2016, con efectos ambientales nocivos, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea.
Así que la situación climática mundial parece no haberse detenido por nada. Por lo tanto, sigue siendo uno de los principales retos estratégicos a los que también deben enfrentarse las compañías para proteger el planeta, y lo cual está establecido en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU.
Con su actividad, que tiene un efecto directo sobre el entorno y el medioambiente, las empresas pueden hacer aportes decisivos para alcanzar la meta de reducir los impactos del cambio climático. Mitigar las consecuencias del calentamiento global dependerá de la velocidad con la que adopten prácticas sostenibles, incluso en estos tiempos de coronavirus, porque también están en riesgo sus inversiones.
Si no actuamos ahora, y lo seguimos dejando en manos del covid-19, todos seremos perdedores. Sin ánimo de alarmar y como ya se ha reiterado una y otra vez: la destrucción progresiva del planeta podría ser irreversible.
David Somoza es especialista en temas de negocios y manejo de capital humano.
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