Abusos de poder no apabullan a caficultores de Portuguesa
Distintos productores manifiestan haber sido víctimas de sobornos para poder trasladar sus productos. La falta de agroinsumos es otra amenaza constante para la cosecha 2018-2019 de un rubro en el que Venezuela pasó en apenas una década de ser exportadora neta a importar 70% del café que consume
En las montañas de Chabasquén, en el estado Portuguesa, se encuentran unas de las tierras más fértiles de Venezuela para el cultivo de café, pero en la actualidad mantener una tradición productora con más 200 años a cuestas, representa para los campesinos humillaciones, extorsiones y la incertidumbre de perder el dinero y el esfuerzo que representa la cosecha.
Damelis Colmenares, dueña de la finca La Productora, se ha dedicado a la caficultura desde hace 11 años. “Esto es lo que trabajamos aquí, el café, es la manera, es la vida”. Con esa seguridad comienza a responder las preguntas mientras muestra una parcela donde mantiene las plantas de café que luego serán trasplantadas a la tierra.
Actualmente Venezuela solo produce el 30% del café que se consume. Este rubro es uno de los que en los últimos años ha experimentado una de las mayores caídas en la producción agrícola.
“La mano de obra está costosa y difícil, los obreros no quieren trabajar por lo que se les paga porque no les alcanza y no podemos pagar más porque no nos alcanza”, afirma. A esto se suma la escasez de abono, veneno y otros insumos, que constituyen algunas de las amenazas que juegan en contra de la cosecha de Damelis para este 2018.
La caficultora recuerda que, años atrás, conseguían los agroinsumos sin inconveniente a través de la empresa privada Agroisleña, expropiada por el fallecido Hugo Chávez en 2010 y que pasó a manos del Estado bajo el nombre de Agropatria. Ocho años después, Damelis asegura que “no les venden nada”.
“Antes nos vendían cinco sacos, diez sacos, pero ahorita no llega nada, ahorita todo es por el bachaqueo (mercado negro). Todo es ‘tenemos una gandola de abono’, si hay la plata se compra porque ahorita por un saco te cobran cinco millones de bolívares”, explica.
Una gandola de abono hasta el 10 de mayo costaba unos tres millardos de bolívares, según los caficultores
La producción de Damelis este año es totalmente nueva debido a que en el pasado la roya, un hongo que debilita las plantas y provoca que el fruto del café se caiga antes de su maduración, afectó los sembradíos. Pero este año tendrán cosecha. Damelis aspira sacar unos 40 quintales (saco de 46 kilos) por hectárea, en las 35 (ha) que tiene cultivadas, esto equivale a unos 1.400 quintales, lo que significa unos 64.400 kilos de café que son comercializados en la zona.
“Hay dificultades para conseguir el gasoil y cuando uno carga 1.000 litros parece traficante porque no lo puedes cargar, pero nosotros sin gasoil no podemos beneficiar el café porque eso se necesita para la secadora y sin gasolina cómo andamos… Ese es otro problema también, tu cargas una pimpina de gasolina y estás pecando, cargas una cantidad de café (…) En estos días la guardia nos quería quitar dos sacos. Un productor baja con un saquito y empiezan a preguntar que para dónde va. Son muchas las dificultades, da tristeza”, lamenta.
La falta de efectivo en el país también define la comercialización del café que se produce en Chabasquén. A principio de mayo, el saco tenía un valor de Bs. 75 millones. “Uno se cuadra con el que te está comprando, si vendo el saco en efectivo uno tiene que dejarlo en Bs. 25 millones, máximo Bs. 30 millones”, detalla la productora, agregando pese a que pierden casi el 80% del valor, ésta es la única vía para obtener algo de papel moneda, debido a que los bancos establecen montos diarios de retiro que son insuficientes y los campesinos se rehúsan a abrir cuentas.
“A la gente del campo no le gusta tener cuenta y no van a tener. Para qué van a tener cuenta si lo que cobran es miseria”, reflexiona.
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Hace poco, los lugareños tuvieron que lidiar con la visita de «gente de afuera» que quería quitarles el café. “Es como si uno estuviera robando, hay que tenerlo escondido y no puedes tenerlo en la casa”.
Para la trabajadora la falta de insumos se agudizó desde hace unos cuatro años. Cada hectárea requiere de unos 30 sacos de abono. En el pasado Damelis usaba unos 600 sacos para fertilizar todas sus tierras. Hoy “a duras penas” reúne unos 300 sacos.
En los últimos años, el sector ha venido denunciando la crisis por los controles de precio, la falta de agroinsumos, así como la imposibilidad de adquirir dólares para importar materias primas. A esta situación se suma la mala calidad de los fertilizantes que se consiguen en el mercado. En el caso del abono, uno de los productores del pueblo muestra la diferencia que existe entre uno y otro.
El abono que consiguen en la actualidad es blanco y pulverizado, mientras que el de mayor calidad es granulado y tiene un color marrón terracota, este mineral hace que la planta pueda tener un mejor rendimiento. La falta de este insumo amenaza la cosecha no solo de Damelis sino de toda la región.
“Tengo que echarle pichirreao (poco) a la mata porque no se consigue”, expresa la caficultora. Estas plantas deben fertilizarse tres veces al año, el principal es después de la cosecha de octubre, cuando se acostumbra a regar abono para que «vuelvan a agarrar vida”. El café tarda unos dos años en dar fruto y su tiempo de vida es de unos 15 años.
En la parte trasera de la finca La Productora se encuentran la despulpadora, la secadora y la trilladora, máquinas que permiten que el café verde se convierta en un producto de consumo.
Al preguntar a Damelis si se dedicaría a otra actividad responde tajante que no. “Esto es algo de sangre, ya cada quien aquí trabaja es porque le gusta, yo por ejemplo tengo apenas 11 años trabajando con esto, pero hay gente que lleva toda la vida”.
Por otra parte, señala que un obrero gana más que un profesor, pero que aún así no alcanza para vivir. En una nación donde la inflación anualizada ya supera los 13.000%, según los últimos datos de la Asamblea Nacional, único organismo del Estado que entrega cifras económicas, debido a que el Banco Central de Venezuela abandonó esta tarea desde hace unos cuatro años.
Clima y arraigo
Las montañas de Chabasquén dan la impresión de que son de clima templado, sin embargo, a golpe de 10 de la mañana las temperaturas suben y se siente el calor característico del trópico. La actividad que predomina en esta zona es la de la caficultura, aunque recientemente se han dedicado a producir cambur debido a la crisis. Este último rubro provee frutos mes a mes, algo que los ayuda a sortear no solo la economía sino también la alimentación.
Dimas Antonio Delgado se dedica a esta actividad desde hace unos veinte años, posee siete hectáreas de donde saca unos 300 sacos de café. Este año se suma a los caficultores que no consiguen abono. “No sabemos cómo terminará porque no hay veneno, pudiéramos perder las plantas. Ahorita vivimos del cambur”, sostiene. Hasta el 10 de mayo de este año, Delgado vendía 2.000 kilos de cambur por 13 millones de bolívares.
El pueblo sigue andando como puede; los campesinos siembran caraotas, maíz, cebolla, tomate y cualquier rubro que les permita alimentarse. Explican que adquirir actualmente un kilo de harina de maíz precocida es muy costoso por lo que prefieren comer de lo que cosechan. Una harina de maíz precocida cuesta oficialmente Bs. 56.000, pero debido a la escasez se consigue en el mercado negro a unos Bs. 500.000.
Félix Alburjas es uno de esos pobladores que tiene de todo en la entrada de su casa, asegura que muchas de las cosas que se dan en su finca son para regalarle a la gente, a los vecinos. La carne, el café y el cambur, son los rubros que pueden mantenerlo a él y a su familia.
Alburjas tiene 58 años y dice que perdió la memoria de cuándo comenzó a trabajar este fruto aromático. “Nací casi debajo de una mata de café. Todavía estamos echándole, luchando por sobrevivir. Mis abuelos, mis padres, todos se dedicaban a esto, eran fundadores aquí en el municipio”.
Para Félix son “muchísimas” las dificultades que enfrentan, sin embargo, menciona que gracias a la Asociación Civil de Productores Agropecuarios Monseñor Unda (Asoprounda), presidida por Diolegdy Páez, han logrado solventar algunos problemas y sembrar algo.
“Nos ha traído beneficios porque conseguimos lo que necesitamos, hace poco el Gobierno le quitó unos insumos a la presidenta de la asociación (Páez) y la detuvieron. El gobierno está trancando todo, ellos quieren todo para ellos y que nadie se beneficie de nada”, lamenta Alburjas.
El hombre cuenta que ha sido víctima de sobornos por parte de las autoridades. Pero a pesar del desamparo, manifiesta tener esperanza de tener algo para los nietos, «para mis hijos y las generaciones nuevas que necesiten realizarse, estudiar y ya no hay posibilidades, no hay transporte, ya no hay nada”.
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Félix espera que “todo esté más organizado” y que el Gobierno “tome cartas en el asunto”. “Que no nos estén matraqueando, ese es alto costo de la vida ahorita, los militares lo tomaron todo, los que mandan son los militares, nos tienen a los productores a la banca rota con hambre, con demasiada hambre”.
Mientras habla va mostrando su plantación de cebollín, regala maní, cajúa y algunos cambures, una de las nietas no se le quita de lado y mira con atención la entrevista. Alburjas, al igual que Damelis, no se ve haciendo otra cosa que no sea producir café.
“Yo no creo en políticos, yo creo en Dios, en nosotros, cuando empezaron a dar regalos no me gustó, hay que trabajar… a mí no me gustó el Gobierno de Chávez por eso, vi que no era la salida. Tenemos un país que está en la banca rota, no tenemos posibilidades de nada, es una crisis total”. Con ojos aguarapados, Félix se muestra conmovido y mira hacia la montaña, justo detrás de una mata de moringa.
“No, no (dedicarse a otra cosa) ya tenemos edad más o menos y no sé hacer más nada que agricultor, no hay posibilidades, no tengo esa educación, esas posibilidades de salir del país”, agrega.
Alburjas vende un kilo de carne de res en 200.000 bolívares. Para el momento de la entrevista, en el Distrito Capital el kilo de carne superaba los dos millones de bolívares. “No es factible, no hay manera de trabajar”, en ese sentido, explica que “hay muchos intermediarios” que fijan el precio.
“No hay posibilidad de trabajar ni uno, ni otro, no hay entendimiento, esto se fue de las manos del Gobierno y pobrecitos de nosotros porque ellos están bien, ellos saben lo que están haciendo, como quien dice el sartén agarrado por el mango, ellos son dueños del país y lo que están haciendo con los niños es lo que más me duele, están dispuestos a pagar con Venezuela”, destaca.
Asoprounda se fundó hace dos años con 300 caficultores de la zona. La visita de TalCual coincidió con la celebración del Día del Caficultor (24 de abril). El 11 de mayo realizaron una asamblea y ratificaron su compromiso con la producción de café para el país, según expresó Diolegdy Páez, quien es conocida como “La dama del café”, una mujer que a pesar de haber estado detenida durante dos días por llevar insumos para los agricultores, sigue convencida de trabajar y de generar bienestar para la zona de Biscucuy y Chabasquén.
Hace dos siglos la nación soportaba su economía a través de rubros como este, hoy su producción es baja y quienes se dedican a ella se niegan a dejarla morir. El café de este municipio es de excelente calidad, su aroma y textura son particulares. Mientras llega a los paladares de los venezolanos (quienes consumían en condiciones normales unos tres kilos de café al año), los agricultores hacen magia para conseguir los insumos y se arraigan a un trabajo que planean dejárselo a sus descendientes. El café de Paraíso de Chabasquén es en verdad un paraíso.