Acoso al Táchira, por Teodoro Petkoff
César Pérez Vivas ganó la Gobernación del Táchira, el 23 de noviembre pasado, por un margen escasamente superior al 1%. Tres meses después, en el referéndum del 15F, la brecha se había ampliado a 15 puntos porcentuales. ¿Explicación? En ese lapso, la Reencarnación de Simón Bolívar desató una feroz campaña de insultos y calumnias contra el recién elegido gobernador (ya desde entonces se estableció la pauta de lo que le venía encima: acusaciones de paramilitarismo), amén de que le fueron arrebatadas facultades e instalaciones, entre ellas el emblema del fútbol tachirense, el estadio de Pueblo Nuevo.
¿Resultado? Los gochos captaron la verdadera naturaleza del gobierno de la Reencarnación de Simón Bolívar –brutal, agresiva, intolerante y prepotente, ebria de poder– y lo castigaron. Si hoy hubiera algún proceso electoral en el estado andino, la votación del chacumbelato no debería ir mucho más allá de Iris Valera y su entorno.
A lo largo de este año, la situación no ha hecho sino empeorar. Chacumbele trata al Táchira como territorio enemigo, y aplica una política de tierra arrasada. Uno de los colmos de la irracionalidad chacumbeliana lo constituyó la declaración del minpopopa’todo Cabello, negándose a colaborar con el gobierno regional ante un desastre natural provocado por las lluvias.
La policía regional fue desarmada por el gobierno central, y los agentes, en esa tierra cruzada por todas las formas del delito violento, no cuentan más que con sus viejos revólveres. Como a Ledezma, la sede de la Gobernación le fue confiscada por el chacumbelato local y Pérez Vivas se ve obligado a despachar desde la residencia. La estúpida política de reducir el comercio con el vecino país, con el propósito de eliminarlo, está arruinando a la población fronteriza, en particular a transportistas y comerciantes. Una cólera sorda embarga a San Antonio y Ureña.
Encima de todo esto, ya es bien sabido que desde hace años, la sospechosa pasividad del gobierno y de la FAN ante la presencia abierta y visible de los grupos irregulares colombianos, tanto guerrilleros como paracos, ha transformado al Táchira en un frente de guerra. Sin embargo, para Chacumbele sólo existen paracos. Los guerrilleros parecieran poseer una suerte de salvoconducto. Y este es el pretexto perfecto para la salvaje ofensiva contra Pérez Vivas. A partir de la patraña canallesca sobre sus «vínculos con los paracos» (los cuales jamás se preocupan por sustentar con pruebas), llueven sobre el gobernador toda clase de infundios, que hacen pensar en que algo se trama contra él, más allá de la agresión verbal permanente.
¿Pretenderá Chacumbele desconocer a la brava el resultado electoral, arrebatando al Táchira su gobernador? ¿Llegará su descocamiento hasta este extremo? Puesto que no pueden ser mera guerra psicológica los ataques de que está siendo víctima que la jaula de las focas acompaña obedientemente, queremos alertar contra la posibilidad de un atropello aún peor que los ya cometidos contra el pueblo tachirense, que afecte directamente al propio gobernador. Ya Chávez dijo que este terminaría en Perú. La amenaza no es nada sutil.