Acto escolar, por Marcial Fonseca
Por todos lados sobresalía que era una familia normal; se veía en la unión que mostraban sus miembros; eran asiduos de las misas dominicales. Los progenitores sentíanse orgullosos de ello y de ser portador, él, del Santo Sepulcro. Las hijas mostraban prestancia al usar el hábito de las Hijas de María; el hijo era monaguillo. Ambos padres provenían de entornos que pasaban de siete hermanos y ellos hubiesen querido tener aunque fuera cinco hijos; pero la prole, debido a cuestiones de salud de la mujer, quedó en dos hembras y un varón.
Ya adulto este, todos estaban muy entusiasmados porque ya descollaba como un gran deportista, excelente hijo y más tarde, sería muy buen ingeniero con una carrera promisoria y brillante por delante. La mayor ya le había dado nietos que eran sus pupilas; estos herederos eran réplicas de la madre y orgullo de los abuelos. La menor era, por supuesto, la toñeca, no solo por ser la última, sino también por exhibir características claras de liderazgo, no presente en ninguno de los otros hermanos.
Para las próximas vacaciones, el jefe de la casa ya les había informado de la cabaña que había alquilado para pasar una semana en el llano. La pequeña aprovechó la ocasión para comentar que participaría en los actos culturales de la escuela; aclaró que su maestra la escogió para representar el salón; en total serían cinco candidatas para elegir una. El progenitor en su rol de buen padre comentó que lo importante era participar, y que si por casualidad no la elegían, la vida continuaría; la madre ahondó en el mismo tema, coincidió con su esposo y añadió que la hija siempre sería la reina de la familia, aunque no lo fuera de su salón.
Otro día, y el tópico de conversación durante el desayuno fue el evento escolar ya que hoy elegirían los participantes de la jornada; la niña se veía muy contenta; los progenitores eufóricos. El padre y el varón se fueron a sus quehaceres, pero antes le desearon buena suerte a la chiquita.
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Transcurrieron las horas, el progenitor regresó temprano; asimismo la mayor. Los tres, incluyendo a la madre, platicaban en la cocina. Sintieron unos pasos, alguien abrió la puerta trasera de la cocina; y ahí estaba la toñeca, a todas luces compungida y cuando vio a sus padres, se dirigió a ellos con tristeza:
–Papá, mamá, ya no soy virgen.
El padre se tragó un pedazo de mango que se estaba comiendo y tuvo que beber agua, la hija mayor espernancó los ojos, el varón no hizo nada porque no había llegado; la madre empezó a llorar.
–Pero mamá, qué importa que no sea la virgen, quizás me elijan para el pesebre del año que próximo.
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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