¡Agarren al ladrón!, por Richard Casanova
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A nadie sorprende que el gobierno diga que va a ganar las elecciones. Es parte de la campaña electoral, ningún candidato dice que va a perder, todos –hasta el corre «detrás de la ambulancia», para decirlo en términos hípicos– tendrá una narrativa triunfadora. Pero lo insólito y absolutamente irresponsable, es la carga de violencia en la retórica oficialista, sus acciones represivas, su infinita capacidad de mentir y un cinismo sin parangón.
Cómo el célebre delincuente que intenta confundir y en medio del tumulto grita: «ahí va el ladrón, agarren al ladrón», ahora el candidato del gobierno y sus voceros andan con la cantaleta de que la oposición prepara un fraude. Algo que nadie cree, pero justamente esa es la matriz de opinión que necesita construir quien realmente piensa en imponerse con un fraude, el cual –vista la realidad– tendría que ser descomunal y por tanto, insostenible, vale advertirlo.
La idea de que la oposición pueda cometer un fraude no resiste el mínimo análisis. ¿Quién puede cometer un fraude? ¿El gobierno que controla al CNE, al Poder Judicial y se ufana de controlar también a las cúpulas militares, o la oposición que no tiene acceso a esas instancias de poder? ¿Quién es sospechoso de querer cometer un fraude: la oposición que ha exigido la más amplia observación internacional o el gobierno que se niega a ella? La respuesta es obvia.
En el plano internacional ¿quién es el fraudulento: la oposición que ha hecho todo por mantener una mesa de negociación para procurar una elección medianamente transparente y competitiva? ¿O el gobierno que ha irrespetado el Acuerdo de Barbados en todas sus partes, incluyendo la misión de observación de la Unión Europea y demás condiciones que garanticen una campaña en condiciones de equidad? Por mucho que grite, el país sabe quién es el ladrón.
Esta actitud no es nada nueva. Los venezolanos hemos visto cómo descaradamente han saqueado el Erario Público, se han desaparecido miles de millones de dólares, mientras el país se ha empobrecido dramáticamente. Pero los responsables de este asalto a la nación, tienen el cinismo de calificar de corrupta a la oposición. ¡Insólito! Lo mismo sucede con el virulento discurso del gobierno, quien se han convertido en el principal promotor de la violencia.
Se supone que tienen control de las fuerzas militares, policiales y en todas las instancias de poder, pero entonces ¿es una oposición «escuálida» y sin recursos la que podría generar actos de violencia? ¿Cómo lo haría? ¿Con el pueblo en las calles? En su desespero, terminan reconociendo que la mayoría respaldaría un cambio. En todo caso, es la oposición la más interesada en una transición pacífica. Pero el gobierno subestima a los venezolanos, cree que somos pendejos para comernos esos cuentos.
Desde los tiempos de Chávez, ellos vienen hablando de una «revolución armada» y no es la oposición quien recientemente habló de ganar «por las buenas o por las malas». En fin, a confesión de partes, relevo de pruebas, dicen los abogados. Queda claro quienes tienen vocación para la violencia. En su última patraña el tiro también les salió por la culata: ¿Tan débil está la «poderosa» revolución bolivariana que dos personas honorables, pero con escasa experiencia política y privados de libertad (asilados en la Embajada de Argentina), la pueden desestabilizar por WhatsApp? ¡Ja! Disparan desesperados sus chapuzas y terminan dándose un tiro en el pie.
Pero no solo la retórica los delata, también su ejecutoria. Amenazan, persiguen y apresan a dirigentes o activistas de la campaña. Arremeten contra el pueblo humilde como las empanaderas de Corozopando que atendieron a María Corina Machado, el canoero que facilita su modesto transporte, el trabajador que alquila un sonido, a los dueños de hoteles o a cualquier comerciante.
Pretenden sembrar terror y luego acusan de terrorista a la oposición. Será inútil, en Venezuela se ha perdido el miedo y paradójicamente, cada acción de este tipo se les revierte: solo estimula a votar contra un gobierno que usa el poder para amedrentar y atropellar. Olvidaron la lección de Barinas, dónde una catarata de abusos del gobierno –durante la ilegal repetición de los comicios– se tradujo en una mayor votación en su contra y una victoria de la oposición mucho más amplia que la anterior. Estás acciones cobardes dejan claro que -ante este panorama electoral- quienes pretenden meter miedo, tienen serios problemas para controlar sus esfínteres.
¿Cuál es la realidad? El gobierno lee encuestas –igual que la oposición– y sabe que Nicolás Maduro tiene un inmenso rechazo y que la ventaja del candidato de la Plataforma Unitaria, Edmundo González Urrutia, es amplia y ostensible. Sabe también que está será una elección polarizada, dónde la manada de candidatos disfrazados de opositores y financiados por el régimen, los llamados «alacranes», no podrán dividir esta vez la votación de las fuerzas del cambio. Y más allá de las encuestas, ésta es una realidad que se percibe a simple vista, a lo largo y ancho del país, en los barrios y caseríos, en el más recóndito rincón la gente grita «Edmundo pa’ todo el mundo».
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Así las cosas, tenemos razones para ser muy optimistas, pero hay que alejarse del triunfalismo. Lo antes relatado muestra la naturaleza truculenta del régimen, así que hay que ampliar cada día la ventaja, cada voto cuenta y todos ellos deben ser defendidos con firmeza, pero sin violencia. Defender la voluntad del pueblo y garantizar la paz es nuestra misión como ciudadanos. El gobierno se equivoca, aquí nadie se confunde: no importa cuánto griten, todos sabemos quién es el ladrón. ¡Dios bendiga a Venezuela!
Richard Casanova es arquitecto / Vicepresidente de ANR del Colegio de Ingenieros de Venezuela
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