Agarrenme que lo mato, por Simón Boccanegra

La naturaleza político-electorera de la «guerra» de Tartarin de Tarascón la evidencia la absoluta prescindencia por su parte de los pasos orgánicos que una movilización de esa naturaleza exigiría. No haberlo hecho revela no sólo que Chacumbele no es serio sino que todo es parte de un operativo electorero. No se movilizan batallones de infantería y de tanques y no se mueven los aviones hacia Barquisimeto desde un programa de televisión.
Un gobierno medianamente serio convoca al Alto Mando, convoca al Comando Estratégico Operacional (CEO), creado en la reforma de la Ley de la FAN, convoca a los líderes políticos de su partido (y, de no ser Chávez, también al resto de las fuerzas políticas y sociales), para explicar la gravedad de la situación –si es que ella lo fuere realmente. Es lo que hizo Lusinchi, por
ejemplo, cuando el episodio del «Caldas», que es cuando más cerca –y no sin razón–, estuvimos de un choque armado con Colombia.
Pero como Chávez no tiene realmente ninguna intención de ir a la guerra deja de lado esos llamados POV’s, «procedimientos operativos vigentes», en la jerga militar, y con la misma desaprensión con la cual bota ministros, regala plata aquí y allá, echa cuentos de su infancia, en «Aló, Presidente», hace un escándalo con lo de la incursión colombiana en Ecuador que se parece demasiado a su amenaza de sacar a Venezuela del Fondo Monetario Internacional o a la de dejar de venderle petróleo a los gringos. Puro gamelote.
«Agarrenme que lo mato» gritaba el chamo que veía a uno más grandote que él en plan de bronca. Así está el presidente. Más errático que nunca.