Al miedo lo acompaña la posverdad, por Luis Ernesto Aparicio M.
Con el artículo de la semana pasada creo haber iniciado algunas opiniones relacionadas a los sistemas o estrategias que utilizan los autócratas para conquistar las preferencias de los ciudadanos aprovechando incluso el claro debilitamiento por el que, hasta la fecha, está atravesando la democracia liberal como sistema de gobierno garante de las libertades humanas que hasta ahora se han conquistado.
En primera instancia ya conocimos al miedo como uno de los instrumentos más eficientes para el autoritarismo, pero este no viene solo. Podría decirse que viene acompañado de otros familiares, por así decirlo, que le favorecen al ciento por ciento. En este caso vamos a intentar identificar y descubrir a su familiar más cercano: la posverdad como su apoyo, esa que habilita las medias verdades, aquello que implica el uso de datos descontextualizados, relatos simplificados y emociones exageradas.
Para darle una identidad a la posverdad y a su objetivo, me apoyaré en una aproximación planteada, de manera muy acertada, por Moisés Naím en su libro La revancha de los poderosos: «El principal objetivo de la posverdad no es que se acepten las mentiras como verdades, sino enturbiar las aguas hasta hacer que sea difícil de distinguir la diferencia entre la verdad y la falsedad».
En el mundo actual, los autoritarismos han perfeccionado el arte de dominar sin necesidad de recurrir únicamente a la represión física o militar. Las estrategias de control han evolucionado, y hoy el poder se afianza utilizando dos recursos profundamente humanos: el miedo y la posverdad. Separados ya son peligrosos; juntos, resultan una fórmula letal para las democracias.
Como ya lo dijimos, en política el miedo funciona como un mecanismo poderoso de control. Líderes autoritarios lo usan para paralizar el pensamiento crítico, para sembrar ansiedad colectiva y para presentarse como los únicos capaces de ofrecer protección.
Un ciudadano dominado por el miedo difícilmente analiza, cuestiona o desafía; al contrario, busca refugio, busca orden, busca seguridad inmediata.
Observando lo dicho sobre ella, la posverdad es el terreno fértil donde el miedo encuentra su justificación. En un entorno de posverdad, los hechos demostrables pierden peso frente a las emociones y las creencias individuales. Lo importante no es lo que ocurrió, sino cómo me hace sentir el relato. La información pasa a ser moldeada para generar reacciones, no para describir la realidad.
A través de medias verdades, exageraciones, rumores y mentiras abiertas, los regímenes autoritarios construyen enemigos internos y externos: periodistas, inmigrantes, opositores, minorías, teorías y supuestos conspiradores extranjeros. Con estas narrativas buscan alimentar la sensación permanente de amenaza, de peligro inminente, justificando así cualquier medida de control.
Ahora bien, ambos elementos no actúan de forma aislada, sino que se retroalimentan. La posverdad crea escenarios de amenaza; el miedo colectivo valida esos escenarios; y en respuesta, los ciudadanos aceptan restricciones a sus libertades bajo la promesa de seguridad. Así, el autoritarismo ya no necesita imponer su fuerza: es la propia sociedad la que, asustada, entrega parcelas de su libertad.
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Este ciclo es visible en muchas sociedades actuales, incluso en aquellas con tradiciones democráticas. Basta instalar el relato adecuado: una conspiración imaginaria pero que ha sido replicada tantas veces sea posible, por ejemplo, para transformar la incertidumbre social en pánico y el pánico en obediencia.
Frente a esta estrategia de manipulación emocional, la democracia enfrenta un reto inmenso. Defender las instituciones democráticas ya no basta si no se defiende también la información veraz, la educación crítica y el coraje cívico.
El ciudadano democrático debe ser capaz de reconocer la verdad y el miedo sin dejarse paralizar por este último. Debe exigir datos antes de creencias; resistir las simplificaciones emocionales que vienen desde las manipulables ofertas de protección. Porque allí donde la posverdad y el miedo son fabricados, el pensamiento crítico es el primer antídoto.
A modo de conclusión, podría decirse a manera de cierre momentáneo, que estos socios, el miedo y la posverdad, deberían ser identificados por cada uno de nosotros como ciudadanos libres. Sin embargo, la muchas veces obsesiva manera de encontrar la verdad en lugares donde no se cuenta un filtro diseñado para esto, hace que estos tengan éxito ante nosotros. De tal manera que, si no somos nosotros quienes le damos forma al miedo, serán otros los que nos darán forma a nosotros. Y en esa forma, el autoritarismo siempre encontrará su molde perfecto.
Este análisis nace de la convicción de que, para defender la democracia hoy, es urgente mirar el miedo y la posverdad con ojos críticos, no como simples conceptos teóricos sino como amenazas cotidianas que, de no enfrentarse con lucidez, terminan erosionando los pilares de nuestra libertad y convivencia.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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