Al son del calipso, por Teodoro Petkoff
Por primera vez una reunión entre América Latina-Caribe y Estados Unidos no presenta tensiones relevantes ni termina en pura retórica sin consecuencias. Desde este punto de vista, la Cumbre de Trinidad debe mucho al modo como el gobierno de Obama la encaró y la preparó. Los pasos previos que fue dando crearon un ambiente tal que hasta para un provocador profesional como Hugo Chávez resultaba cuesta arriba adelantar alguna de sus proverbiales malacrianzas. De hecho, Obama ha entendido perfectamente que si bien el régimen cubano no despierta hoy ninguna emoción en este continente, hacia Cuba existe una postura, más sentimental que política, que hace de la presión yanqui sobre la isla algo particularmente odioso para la sensibilidad latino-caribeña. De modo que para entenderse positivamente con el subcontinente nada mejor que una revisión de la anacrónica política gringa hacia Cuba. Es lo que está haciendo Obama, quien llegó a Trinidad precedido por las medidas ya tomadas por su gobierno y el Congreso de EEUU, hacia Cuba y que, obviamente, contribuyeron significativamente a crear un ambiente constructivo en la reunión. Tanto así, que la negativa del gobierno venezolano, y de otros tres de los integrantes del Grupo Tíramealgo, a firmar la declaración final, resultó totalmente descafeinada en un cónclave donde no hubo quien no exigiera el levantamiento del bloqueo a Cuba y no abogara por el retorno de su gobierno a la OEA y cuando los gringos, respecto de Cuba, han venido mostrando un talante de apertura.
Desde luego, no es ajena a los resultados de la Cumbre la actitud de una América Latina que, a diferencia de los tiempos en que la mayoría de sus gobiernos eran sumisas ovejas de un rebaño arreado desde Washington, ahora hace del respeto mutuo, la equidad y la no injerencia imperial en nuestros asuntos la piedra angular de la relación entre Estados Unidos y todo lo que está al sur del Río Bravo.
En este sentido, y dentro del mismo orden de objetivos perseguidos, la relación especial establecida entre Obama -desde el inicio mismo de su gestión-, y Lula, constituyó, de lado y lado, toda una definición de política. Respeto mutuo entre iguales es el nombre del juego. La visita de Hillary Clinton a México marcó también un momento de redefinición. No es poca cosa que un gobierno norteamericano, reconozca, al fin, la responsabilidad que tiene la condición de Estados Unidos como primer consumidor de estupefacientes así como de mayor vendedor de armas, en la tragedia que sacude hoy a México en su sangrienta guerra contra los clanes del narcotráfico. Por supuesto, obras son amores. Vamos a ver.
Detalle anecdótico es el de Chávez. En Trinidad se le acabaron todos los aguajes. La «artillería» que decía tener lista tuvo que metérsela por el…bolsillo. Terminó calificando la reunión como «casi perfecta». Y todo porque Obama le dio la mano y cruzó unas palabras con él. Está visto que Chacumbele no aguanta una picada de ojos de un presidente gringo.