Al Teodoro que sigue en nosotros, por Xabier Coscojuela
¿Qué hubo? Ese era el saludo que con su fuerza vital anunciaba a todos la llegada de Teodoro Petkoff a la redacción de TalCual. Iba acompañado por palmadas también recias. Recibía el reporte, los recordatorios y la agenda que la siempre eficiente Azucena Correa le tenía preparado para que afrontara el día.
El siguiente paso era ponerse a escribir el editorial. Si el tema lo tenía entre ceja y ceja se ponía manos a la obra. En caso contrario hacía una especie de consulta entre los presentes para que le propusieran sobre qué escribir. Si la sugerencia no le convencía la respuesta era automática: eso no da ni para cinco líneas.
Al terminar de escribir se lo leía a un grupo que estaba en la redacción. Escuchaba con amplitud las críticas, comentarios u observaciones que cada quien hacía. Algunas las tomaba en cuenta, otras las descartaba con argumentos. En la abrumadora mayoría de los casos, sus editoriales fueron acertados. Sus puntos de vista sobre lo que ocurría en Venezuela o el mundo, muy pertinentes.
Su estatura política, intelectual, ciudadana, era inmensa, al igual que su modestia, su humildad y su solidaridad. Tenía un gran sentido del humor. El trato para todos los que trabajamos a su lado en TalCual siempre fue respetuoso, tolerante, abierto a cualquier iniciativa, preocupado por el bienestar de todos. Su coherencia entre lo que predicaba y lo que hacía es, sin ninguna duda, una de sus principales virtudes.
Tuvo, como todos, aciertos y errores. Rectificó a tiempo y asumió su responsabilidad. El recuerdo de la lucha armada le provocaba una gran rabia, o mejor dicho, una monumental arrechera, perdonen la palabra pero es la que mejor describe su ánimo frente a esa decisión. Estaba convencido de que el país sería otro si el Partido Comunista se hubiera mantenido en la lucha democrática.
Las diferencias políticas que tuvo con algunos venezolanos no le impidieron mantener la amistad con ellos. Siempre recordaba con gran cariño al viejo, así lo llamaba, Gustavo Machado, como también a Pedro Ortega Díaz, otro importante dirigente del partido del gallo de quien decía que siempre tuvo razón, por oponerse a la lucha armada.
Rechazaba el culto a la personalidad y, por lo tanto, también el autobombo. Incluir en las páginas de TalCual una nota o artículo que lo ensalzara era una tarea titánica. La mayoría de las veces no se lograba.
En las conversaciones en el carro, mientras me daba la cola, aprovechábamos el tráfico caraqueño para repasar el día a día, pero también yo le buscaba la lengua para que contara parte de sus vivencias. Sobre su vida personal poco logré. Siempre fue muy reservado.
Se preciaba de conocer los caminos verdes para sortear el pasado tráfico de Caracas. En una ocasión, mientras bajábamos por la principal del Country Club, rememoró que utilizaba esa vía, en su adolescencia, para ir desde su casa en Chacao a la Escuela Experimental Venezuela, donde estudiaba. Era otra Caracas.
Su etapa como “guayanés” la describía como una de las más felices de su vida. Se fue a vivir a Ciudad Guayana a fundar el Movimiento al Socialismo entre los trabajadores de las empresas básicas. Ellos debían ser la vanguardia del movimiento obrero venezolano.
En TalCual alentó la formación del sindicato y a diferencia de lo que ocurría en otros medios no hostigó ni persiguió a quienes asumían funciones sindicales. En una oportunidad desde la gerencia le advirtieron que los representantes laborales estaban muy “belicosos”, su respuesta fue tajante: ese es su trabajo, dijo, y zanjó el asunto.
Era un enamorado de Venezuela y de los venezolanos, el pueblo más gentil del mundo, así lo definía, a pesar de que nunca logró convencer a la mayoría de sus integrantes de que podría haber sido un buen presidente. El rencor, el resentimiento no tenían espacio en su corazón.
Admiraba a Nelson Mandela, incluso una vez, a petición de un familiar suyo, le pidió un autógrafo en un congreso en el que coincidieron. Su admiración no era solo por la larga lucha que había dado –que también–, sino por la posición del líder africano después de tomar el poder y su esfuerzo por reconciliar a los habitantes de ese país y lograr una nación próspera y equitativa para todos.
Ese también era su anhelo para Venezuela. Desde las diferentes posiciones que ocupó hizo lo que estuvo a su alcance por lograr un mejor país. Como dirigente político, como parlamentario, como ministro y después desde la dirección de TalCual su norte fue el de construir una Venezuela democrática, con equidad social, respetuosa de los derechos humanos, de oportunidades para todos. Por eso siempre tuvo claro que el chavismo era un error garrafal.
Estaba convencido de que TalCual seguiría aunque él no estuviera, pero desde acá le reafirmamos que siempre estará entre nosotros, con sus palabras y con su ejemplo. Quienes asumimos hoy esta responsabilidad de mantener este medio, el mejor homenaje que le podemos rendir a Teodoro es seguir haciendo de TalCual un medio que habla claro y raspao.