Alegoría con destino, por Simón Boccanegra

Alexander Fadeiev se llamaba un escritor ruso de los tiempos en que existía la Unión Soviética. Su novela más famosa, «La Joven Guardia», la leíamos con pasión los jóvenes comunistas de los años de Pérez Jiménez. Narraba el sufrimiento, los horrores y también la gloria de la gran guerra contra el nazismo. En 1919 había sido soldado del naciente Ejército Rojo y dos veces fue herido en combate. Pero en 1946 fue nombrado presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, cargo que desempeñó hasta 1954 y desde allí se convirtió en el cancerbero de Stalin contra los intelectuales. Fue gran comisario del “realismo socialista”, brazo derecho de Andrei Zhdanov, ministro de la “Cultura” de Stalin, y solía decir cosas como que no estaba de acuerdo con equis decisión del gobierno pero que tal o cual escritor o músico censurado (o enviado al Gulag) se lo habían buscado y que bien hecho. Después de la muerte de Stalin y ante las revelaciones de sus crímenes, Fadeiev, profundamente avergonzado del rol que había jugado, se metió un tiro. Dejó dicho en su carta de despedida: “Es imposible para mí vivir lejos del arte… ya que ha sido destruido por el ignorante y arrogante mando superior del partido y este mal no puede ser enmendado”.