Alianzas con el tirano, por Leonardo Regnault
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El año 1924, muerto Lenin se abre el debate por la sucesión. Stalin, el hombre fuerte del partido, entiende que debe seguir tejiendo alianzas para poder enfrentar a Trotski, que después del fallecido es quien tiene mayor prestigio en la revolución soviética. Trotski es el gran triunfador de la revolución de octubre, el más grande orador de la Rusia revolucionaria, su mejor escritor y el organizador del ejército rojo que triunfó en la guerra civil contra los blancos.
Esta realidad lleva a Stalin, el más zamarro de los dirigentes bolcheviques, a buscar a otros para conformar un bloque que pueda competir con el mayor líder soviético, después de Lenin. Uno de los escogidos es Zinóviev, quizá después de Lenin y Trotski, el dirigente más apreciado por el bolchevismo; se trata del discípulo más cercano de Lenin, antes de la revolución de octubre. Kámenev es el otro: es un hombre que, sin ser tan popular como Zinóviev, gozaba de un respeto más elevado que éste en los círculos de los dirigentes bolcheviques.
En ambos, Zinóviev y Kámenev, está arraigado el temor de ver que Trotski se convierta en el sucesor de Lenin, ya que desde 1905 es una piedra en el zapato para los bolcheviques, con una oratoria y una capacidad literaria que lo hacen un hombre distante y altivo, de esos que no sólo se complace con derrotar a su adversario, sino que muchas veces les gusta humillarlos, lo cual generó antipatías y recelos en muchos que lo veían como a un enemigo.
Solo Lenin, que después de muchas desavenencias, ha logrado formar una dupla imbatible con Trotski, por lo que entiende que él es el indicado para sustituirlo. No obstante, Lenin no logra definirlo de manera contundente antes de su muerte física. Esta circunstancia es utilizada por Stalin, gélido y oscuro personaje, para conformar un triunvirato que dirija el partido y por ende la revolución.
Trotski intentó infructuosamente dar la batalla, pero su arrogancia intelectual, su distanciamiento de muchos de los dirigentes lo llevó al fracaso. Derrotado el titán de la revolución, aquel que en muchos aspectos eclipsaba al mismísimo Lenin, le tocó el turno a Zinóviev y Kámenev. Para ello, a Stalin lo acompaña Bujarin, un hombre brillante y con una profundidad cultural como pocos en la dirección partidista.
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Consolidado ya en la cúspide del poder, y entendiendo que ya aquellos que le habían servido no eran necesarios, Bujarin corrió la misma suerte de los demás. Es ilustrativo el detallado informe que le entrega Kámenev a Zinóviev después de su reunión con Bujarin, cuando ya éste había perdido la confianza del dictador. Dice que llegó aterrado, de manera subrepticia, pálido, tembloroso, echando miradas aprensivas a su alrededor y hablando en susurros.
Empezó por suplicarle a Kámenev que no le hablara a nadie de la reunión y que no lo mencionara por escrito o por teléfono. Este que tan solo siete meses antes había logrado en el XV congreso del partido aplastar a la oposición, Kámenev incluido, hoy buscaba su apoyo. El pánico hacía que sus palabras fueran incoherentes. Decía que era el nuevo Gengis Khan, nos estrangulará, él nos asesinará, esto sin pronunciar el nombre de Stalin que para el momento ya tenía el control total del partido, de la revolución y la federación.
Esta crónica de la lucha por el poder en la unión soviética, y no es que la tiranía interrumpiría su curso con el triunfo de uno u otro bando, puede servirnos de aprendizaje. Sobre todo cuando hay quienes prefieren aliarse con la dictadura para desplazar los liderazgos con los cuales no comparten visión. Maduro ansioso del poder total ha intentado, por todos los medios tejer alianzas con sectores de la oposición para dividirla, y con esto seguir acumulando la fuerza necesaria en pro de consolidar su poder actuar, igual que lo hizo el hombre de hierro de la extinta unión soviética.
Pareciera que ha logrado su objetivo de conseguir esos aliados; pareciera que un sector del país prefiere una alianza con este representante del nuevo totalitarismo tropical antes de buscar la manera de entenderse, aunque sé que no es nada fácil, con la mayoría opositora, colocando por encima del país el predominio de sus propios intereses, oportunistas y de inconmensurable irresponsabilidad.
Pero quiero recordarles a los cegados por la ambición la suerte que corrieron aquellos que se aliaron al hombre fuerte pensando que ellos se salvarían.
Al final, sino logramos derrotar esta tiranía juntos, los que piensan que ocuparán el espacio de la oposición para luego derrotarlo correrán la misma suerte política de Zinóviev, Kámenev, Bujarin y la del propio Trotski.
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