America Inc., por Gustavo J. Villasmil-Prieto
A diferencia de muchos compatriotas y amigos, no soy de los que ande precisamente «brincando en una pata» por el triunfo del señor Trump. Creo que no es una buena noticia para los que creemos en sociedades centradas en la dignidad humana como valor cardinal. No por ello hago parte de los viudos de la señora Harris, que resultó siendo todo un «bluff».
Las razones de la aplastante derrota sufrida por los demócratas habría que buscarla en las estridencias de un discurso «woke» cuyos grandes promotores nunca vieron esa delgada línea que jamás debieron franquear. Vayan y busquen entre tanto profesorcito de Harvard con cara de «yo no fui», en las sandeces del senador Sanders y en las estridencias de la representante Ocasio-Cortez, tan bien vestida como políticamente ignorante: en payasadas como esas estuvo el fundamento de la derrota del otrora gran partido de JF Kennedy.
Pero puede que el remedio aplicado para curar la enfermedad «wokeista» resulte tan malo – o quizás peor– que dicho mal. El centro político ha muerto en Estados Unidos. A la Casa Blanca han llegado la antipolìtica, el supremacismo racial y el autoritarismo más iliberal como en su día a la Alemania que le firmó un cheque en blanco al oscuro cabo austriaco que decía tener a mano la solución de todos los males de aquel, el país más culto del mundo para entonces.
En las elecciones de 1933, el Nsdap (nazis) arrasó con el 43 % de los más casi 40 millones de votos emitidos. Sin mayoría aún para controlar la cámara del Reichstag pero habiendo triplicado a su contendor más cercano (el SPD socialdemócrata), poco tardó para que uno a uno fueran cayendo los votos que forzaron al viejo mariscal von Hindenburg a designar como canciller a Adolf Hitler. Días después, una ley habilitante votada por «Raimundo y todo el mundo» le otorgó todos los poderes al hombrecito de marras. Consecuencias conocidas; similitudes el mundo de hoy, evidentes.
Recordando aquellos tiempos asistimos hoy a la tragedia de unos Estados Unidos de América en los que se acabó el «check and balance», ese delicado equilibrio de poderes definitivamente incómodo para tipos como Donald Trump.
El supremacismo racial en Estados Unidos – que quedó «vivito y coleando» después de Gettysburg– estará de plácemes. Con lindezas como la de tildar de «comeperros» y «comegatos» a los inmigrantes en Ohio, a lo que hemos de sumar las reiteradas amenazas de levantamientos de muros y de un costosísimo plan de deportaciones, el trumpismo, dejó claro que el «we the people» de los Padres Fundadores estará limitado en lo sucesivo a «we, the white people», por lo que Iberoamérica debe prepararse para seguir siendo –como siempre y más que nunca– el «back yard» de un país con serios dramas políticos y sociales cuyas élites han encontrado en nosotros la causa última de todos ellos.
De momento, ya empieza a pisar fuerte el gólem autoritario en el Norte. El 45º presidente se refuerza con un jugador de élite, el siempre sospechoso señor Musk. Lo traen para dotar al poderoso estado norteamericano dizque de una «estructura eficiente», a la manera de una gran corporación. A modelos como ese debe Trump su éxito empresarial, qué duda cabe.
Pero cosa muy distinta a lidiar con un holding de hoteles y botiquines de alta gama, campos de golf y rascacielos – los negocios de Trump siempre han sido por ese estilo– es vérselas con la espléndida federación de 50 estados fundada sobre las ideas de Madison, Hamilton y Jay. ¿Acaso piensa Trump tratarlos como sucursales de una Casa Blanca convertida ahora en «casa matriz»?
A tales desafíos tendrán que salirle al paso la gran democracia de la América del Norte y sus instituciones en tiempos como estos, malos para los grandes valores sobre los que se sostiene Occidente. La irresponsabilidad histórica de un débil y senil Joe Biden puso la mesa para el aquelarre de insensatez encabezado por la señora Harris que terminó echando en brazos de un peligroso «hooligan» de la política a la primera potencia del mundo.
¿Qué necesidad tenía el Partido Demócrata, por ejemplo, de centrar su discurso de campaña en tópicos como el del aborto, de antemano inaceptable para buena parte de su electorado natural? ¿Cuánto daño no hizo a la campaña demócrata la mofa de la señora Harris a los dos estudiantes de Universidad deWisconsin-La Crosse? Preguntas como estas habrán de quedar para la reflexión de la dupla Harris-Waltz, que a algún doloroso valle habrá ido a parar llorando tras una derrota tan aplastante como la del 5N.
Habrá quien por allí afirme que, al fin y al cabo, ese problema es muy de ellos, de los estadounidenses. Pero el asunto se complica cuando dos guerras se libran en el mundo y a un continente entero – Iberoamérica– al que le vendieron las barajitas del «sueño americano», ahora le niegan el premio prometido pese a haber completado el álbum.
La lectura que debemos hacer desde aquí debe ser fina. Toca, para empezar, llamar la atención de mucho «magazolano» – como acertadamente los acaba de bautizar el profesor Pino Iturrieta–, los mismos que se creyeron de pie juntillas aquello del «todas las opciones están sobre la mesa» en 2018 a la espera ver llegar a la 7ª flota por Macuto. Los ve uno eufóricos, convencidos que «ahora sí» van a cambiar las cosas aquí. Más les valdría administrar tanto entusiasmo.
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Venezuela es un cubo de hielo más en el vaso corto en el que el señor Trump degusta su güisqui en alguna terraza de Mar-a-Lago con su «amigazo del alma», el señor Putin, al teléfono. Se acerca el 10E. Son de agradecer los apoyos y respaldos internacionales, incluido – como no– el estadounidense, pero esa fecha es nuestra y solo nuestra.
En Washington DC se juegan muy altos intereses, pero somos nosotros aquí los que nos jugamos la vida. A la Casa Blanca no ha llegado un estadista sino un hombre de negocios. Son los tiempos de la «America Inc». Tengámoslo claro.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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