América Latina gira y gira, por Fernando Rodríguez
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La verdad es que después de la oscura y larga noche del populismo latinoamericano de fines del milenio pasado —llamado localmente chavismo— se suponía que el advenimiento de la primavera democrática —con el apoyo del mundo libre y sus inversionistas y entes financieros atestados de dólares dispuestos a convidarnos— las cosas iban a marchar tal como en una película de Walt Disney, como las de antaño sobre todo. Me voy a saltar a México porque es muy peculiar y no tengo tanto espacio.
El adelantado y el modelo fue Mauricio Macri, de distinguida presencia y modales, bien estudiado en el gran país del norte, en la temprana madurez, notable hombre de negocios, hijo y nieto de empresarios de muchos ceros. ¿Qué más? Tanto pintaba que el FMI le dio un préstamo que a usted y a mí nos dejó boquiabiertos.
Y mire usted, los Kirchner —que sobre todo habían hecho historia reciente por la enorme y truculenta cantidad de robos al erario público, perpetrado por ellos mismos y sus cortesanos más fraternos— que parecía que no solo desaparecerían para siempre de la política sino que unos cuantos pasarían el resto de sus días encanados, ganaron las elecciones, sin reclamos.
Los Kirchner ganaron con una fórmula extraña, en la que un notorio renegado de la familia real sería presidente y la diabólica Cristina vicepresidenta. Y la fórmula salió. Muchos concluyeron cosas diversas de la sorpresa: que el que vio claro, y a tiempo, el pelón liberal fue el “progre” papa Francisco, que siempre le puso mala cara al prometedor Macri, por reaccionario. Otros concluyeron que obviamente el neoliberalismo no redime pobres, sobre todo en su prolongada fase inicial. O que Argentina es muy arrabalera y con una política gansteril, a pesar de Borges.
Lo cierto es que el peronismo de mil caras nunca muere.
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Lo de Bolivia fue mucho más candente. Yo no tengo todavía claro lo del supuesto fraude electoral, pero sí el golpe porque ese sí fue un golpe modelo clásico.
Sobre el fraude he llegado a pensar que todas o casi todas las elecciones latinoamericanas contienen su poca o mucha dosis de fraude, menos las uruguayas, cosas de idiosincrasia y, a la hora de las chiquitas, muchas sombras quedan en sombras. Pero también creo que el vengativo gobierno de transición no hizo nada bien y nadie terminó por quererlo.
Volvieron entonces las huestes de Evo, aunque todavía no se sabe muy bien en qué medida el propio Evo.
Y ahora parece que se impone un agente de Correa en Ecuador. La verdad es que el presidente Lenin Moreno también prometía, aunque no hay que olvidar que el Ecuador de Correa no había quedado en el esterero, pero no pegó una y terminó de nuevo en las garras del neoliberalismo puro y duro que ya había asomado disfrazado con el propio Correa.
Vino la hecatombe económica que acabó con la primavera “liberadora”. Agregue que también el ensañamiento de la pandemia puso lo suyo (¿recuerda los cadáveres «caminando» por las calles de Guayaquil?). Creo que esto genera otro desastre porque Correa es un tramposo político y lo buscan por corrupto y es probable el triunfo de su candidato —un títere— en segunda vuelta, a menos que se dé un extraño compromiso entre izquierdas y derechas que, como se sabe, unidas jamás serán vencidas.
Estos tres casos nos pueden dar algunas pinceladas aleccionadoras. La primera es que los que vuelven lo hacen de una manera mucho más prudente y moderada.
Cristina no aparece y se ha limitado a tratar de salir de las innúmeras acusaciones judiciales —en Argentina queda alguna justicia justa— de ladrona de ella y los suyos, y Fernández se ha mostrado empoderado y moderado, hasta con el caso venezolano.
Luis Arce, en Bolivia, ya demostró que es un diestro economista. Llevó a Bolivia a donde nunca había estado y ha mostrado distancias con el disfuncional y primitivo Evo. Total, que el panorama solo se parece un poco a aquel de las loqueteras verbosas de Chávez, el hamponato de los Kirchner, las burradas de Evo o la zarzuela de Zelaya en pijamas, perseguido por sus tropas y otras tropelías y desvaríos.
Los dioses seculares locales ojalá logren una izquierda ni esquizoide ni hamponil.
Pero creo que lo más importante es que caigamos en cuenta de que no basta echar al usurpador, si fuese posible, porque lo que viene puede parecerse más a un lóbrego invierno que a las primaveras de mi apreciado Luis Ugalde, sobre todo en tiempos de virus y economías en caída libre.
Cuidado con Fedecámaras y otros ansiosos glotones, el pueblo tiene demasiada hambre y a lo mejor paga la justa ira con la tolerancia democrática, si es que llega alguna vez, repetimos.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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