Amores que matan, por Teodoro Petkoff
El presidente nuestro, por lo visto, no tiene compón, no es capaz de rectificar. Si no la pone a la entrada la pone a la salida. Desde el D2 se le nota peligrosamente desestabilizado, emocional y políticamente. En nueve años nunca se le ha visto tan errático y contradictorio. Con su valoración de las FARC y la proposición que hace sobre ellas, para decirlo en «colombiano», Chávez la embarró. Salir de abogado de una cáfila de narcotraficantes y secuestradores, que no goza del favor de nadie en el mundo y menos aún en Colombia, habla de una grave pérdida del sentido de la realidad.
Cuando recibe dos señoras secuestradas desde hace seis o siete años, que dejan atrás otras ochocientas víctimas del mismo procedimiento inhumano y detestable, tendría que percibir sin mayor dificultad que hace rato las FARC perdieron la condición de fuerza beligerante y de organización política. Pretender para esa banda la calificación de fuerza beligerante equivale a pedirla para el cartel de Cali.
La liberación de las señoras Rojas y González había permitido al presidente anotarse un punto. Ajustándose a los requerimientos del gobierno colombiano, no montó el mismo show contraproducente y narcisista de la primera vez. En esta oportunidad, la discreción y la prudencia permitieron un desenlace feliz, respecto del cual nadie le regatearía parte del mérito. Pero ahí mismo se le volaron los tapones y salió con la barrabasada de su «proposición».
¿No le dice nada a Chacumbele la reacción del presidente ecuatoriano, quien, después de felicitarlo, condenó, sin embargo, con frases categóricas a las FARC y a los secuestros? ¿No le dice nada la reacción del presidente Colom, de Guatemala, también de izquierda democrática, en el mismo sentido? ¿No le dice nada hasta la reacción del vocero de sus panas, los chulos Kirchner, quien desmarcó a su gobierno de la «genial» idea chacumbeliana? ¿No le dice nada, sobre todo, la reacción de las figuras más importantes de la izquierda democrática colombiana? Lucho Garzón, el muy exitoso ex alcalde de Bogotá y la figura de izquierda con más posibilidades de entrar a la Casa de Nariño, no se cansa de repudiar sin esguinces a las FARC. Gustavo Petro, cuyo coraje en la denuncia de la parapolítica (lo cual en Colombia puede pagarse con la vida), se ha demostrado también en la condena de las FARC, sus secuestros y sus crímenes (lo cual también se puede pagar con la vida).
Patricia Lara, ex candidata a la vicepresidencia colombiana en la formula del Polo Democrático, tampoco disimula su franco rechazo a una conducta y a una organización que, pretendidamente revolucionaria, avergüenza, sin embargo, a todo aquel que lucha por el cambio social. Un abogado del diablo corre el riesgo de achicharrarse. Hay amores que matan.