Anabel Rodríguez: El cine me ayuda a canalizar el dolor por mi país
Este 28 de enero, Día del Cine Nacional, “Érase una vez en Venezuela”, obra de Anabel Rodríguez fue preseleccionada para competir como “Mejor Película Internacional” y “Mejor Documental” en los próximos premios Oscar; en razón de esto reproducimos esta entrevista
Autor: Elizabeth Araujo // Actualy.es
Una mujer se levanta de la silla y se asoma a la ventana. Su mirada arropa la vasta superficie de agua que conforma el lago de Maracaibo, que es territorio de su existencia y que la realizadora Anabel Rodríguez ha querido plasmar en “Érase una vez en Venezuela. Congo Mirador”; película a través del cual esta cineasta intenta establecer una conexión con las raíces del país del cual emigró y con el que sueña con volver. Preseleccionada en las categorías “Mejor Película Internacional” y “Mejor Documental” para el máximo galardón del cine, los Oscar 2021, el largometraje narra las vicisitudes de los habitantes de ese pueblo, que son las mismas que atraviesan los venezolanos en este tiempo histórico que les ha tocado vivir.
“’Érase una vez en Venezuela. Congo Mirador’ es una experiencia humana, artística y cinematográfica; y si hay antropología en el proceso se trata más de la consecuencia del vínculo de nuestro equipo de filmación, constituido por personas que llevan una forma de vida urbana y se relacionaron con la gente de un pueblo de cultura pesquera, en una zona remota del Zulia”, explica Rodríguez.
A la realizadora lo primero que le llamó la atención de Congo Mirador fue el parecido que guarda con su propia familia en Villa de San Luis de Cura, de donde son sus padres, y en realidad, toda su familia. El hecho de que la gente del pueblo estaba en el mismo proceso de polarización política, no sólo en Villa de Cura, sino en otras familias de todo el país y de que también se están sintiendo la misma opresión que han vivido en todo este proceso político, como consecuencia de un gobierno que ha tomado el control hasta de los insumos básicos como es la comida.
“Esas fueron las características que llamaron mi atención, porque hay en este pueblo, así como en las zonas rurales de cualquier país de Latinoamérica una conexión cultural con las raíces que nosotros bellamente llamamos querencia, y eso queríamos también contactarlo, registrarlo y expresarlo”, resalta.
De las tablas al cine
De conversación fluida, apasionada, con cierto matiz emocional, y cargada de anécdotas con las cuales podría montar otra película, en esta entrevista realizada a caballo entre Skype y correo electrónico, Anabel Rodríguez cuenta que salió de Venezuela en 1998, a través de una beca de Fundayacucho para estudiar cine en Londres, donde conoció las experiencias de sobrevivencia y que la impulsó, para desarrollar una sucesión de situaciones en la que el hilo conductor es un proceso de aprendizaje de maestros y de la vida misma.
“Yo vengo del teatro venezolano, y los maestros que me iniciaron en las artes son Horacio Peterson, luego, el Taller Experimental de Teatro que fue el útero en el que construí una visión de la vida, del arte y de qué actitud asumir si uno quiere realmente ser un médium o un artista. Carlos Sánchez Torrealba, Guillermo Díaz Yuma, María Fernanda Ferro y Ludwig Pineda fueron entre otros esa base, ese vasto bosque del que busqué aprender. Ellos, amorosamente, desde el Taller de formación, han consolidado a generaciones, y yo fui parte de esto”, recuerda.
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“¿Qué cómo entré al cine? Lo hice de manos de maestros como Franco de Peña y Rafael Marziano, y rodé mi primer corto en 16 mm. Leonardo Henríquez, Diego Rísquez y Karina Franco me dieron mis primeros trabajos y así conocí el mundo maravilloso de la edición cinematográfica desde una moviola a la que llamamos ‘Esmeralda’. Eso, y una beca de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho concedida como premio “Carlos Eduardo Frías” de la extinta agencia ANDA, a mi tesis de grado evaluada por Marcelino Bisbal, me ayudaron a optar para estudiar en una escuela de cine”, rememora.
Más tarde, se encontraba en Londres con dos trabajos, viviendo en una casa semi okupa, y un puesto en la London Film School, estudiando cine. Allí rodó muchos cortometrajes, pero al mismo tiempo compartía su tiempo en el pub o bar en el que trabajó como bartender durante siete años. “Esa experiencia despertó en mí muchas ganas de conocer a la gente, de contar sus historias, me sacó muchos prejuicios de la cabeza. Fue así como me quedé en esta suerte de adicción que es el cine”, narra.
Asumirse como migrante
Con la ansiedad y la esperanza mezcladas en sus expectativas diarias de emigrante, y sin los beneficios de la beca, más las ganas de hacer lo que en Venezuela le resulta difícil, cine; Anabel Rodríguez, se trasladó de Londres a Viena, y es en Austria donde permanece desde hace ocho años. Subraya que la historia de su condición de migrante es la de casi todos los que conforman la diáspora.
“Migré además porque el miedo que producen la criminalidad y las carencias de las cosas básicas que ya entonces se asomaban fueron insoportables para Sepp Brudermann, en aquel entonces mi esposo y quien fue el productor de la película. En verdad no sabía que se extendería tanto tiempo, siempre con el pensamiento de volver, del cuidado a mi hijo de 10 años, del apoyo a mis padres que permanecen en el país. Sin dudas, es esa separación de la familia lo más duro de mi situación de emigrante. Esa es la pérdida más importante. Y siempre tengo el sueño de volver y continuar con mis emprendimientos desde Venezuela. El venezolano es muy ‘echao pa lante’, en especial las mujeres”, asegura.
El filme venezolano @OnceVzlafilm forma parte de las listas de películas elegibles de todo el mundo (93 filmes en categoría Película Internacional y 238 títulos en categoría Documental). El 9-Feb la academia anunciará los preseleccionados.https://t.co/qKndY0tmGb vía @TheAcademy
— Juan Carlos Lossada (@Lossadajuan) January 30, 2021
Congo Mirador, cuando la política hace aguas
Una vez hace no mucho tiempo el pueblo venezolano de Congo Mirador, ubicado a poca distancia de lago Maracaibo, fue un lugar próspero, repleto de pescadores y poetas. En los últimos años ha decaído y se ha desintegrado, pudriéndose entre la polución y la negligencia: una pequeña pero profética reflexión sobre el estado actual de Venezuela.
En el centro de la lucha del pueblo por su supervivencia se hallan dos líderes femeninas: la señora Tamara, la coordinadora chavista, y Natalie, la profesora y opositora a las prácticas de soborno e intimidación aprobadas por el estado. A medida que se acercan las elecciones nacionales, el miedo entre la comunidad se extiende más allá de la división partisana de la política del país: las casas de los habitantes del pueblo se están cayendo a pedazos, dejando así a familias sin ningún tipo de sustento para poder sobrevivir. Ni aquí, ni en ningún otro lugar.
La película, que fue presentada en el reconocido Festival Sundance y luego en el Festival de Málaga, retrata el drama de un “pueblo de aguas” olvidado en el Lago de Maracaibo, justo en los días previos a unas elecciones. A la pregunta de si se trata de una indagación antropológica acerca de un lugar que incluso en Venezuela resulta desconocido, Rodríguez en filme quiso manifestar, a través del cine, la influencia de la propaganda política en esa comunidad remota y viviéndolo me di cuenta de que el uso de esa propaganda y del control sobre la comida han sido base para la imposición de un sistema político que busca controlar la voluntad de todo un país.
Podría decirse que la idea de realizar esta película empieza por la curiosidad de su expareja por conocer el fenómeno del relámpago de Catatumbo, y ambos se fueron al sitio desde donde les aseguraron era el lugar más propicio para observarlo. Pero, subraya que fue el pueblo Congo Mirador lo que más le atrajo, y fue así como surgió la idea de convertir las vivencias de un pueblo olvidado, con sus frustraciones y esperanzas, en tema de una película.
“Desde un inicio la intuición me indicó que esta situación de Congo Mirador era efectivamente un reflejo de mi propia historia, sociológicamente hablando, de la historia familiar, permeada por la política. Entonces quisimos contar ese estado de cosas en el Congo Mirador, dentro de esa clave de ser un reflejo de Venezuela. Ahora que la película existe y es el cuento, que es, deseo que ‘Erase una vez en Venezuela’ genere en el espectador preguntas que a la gente se le mueva esa querencia y desde allí nos sensibilicemos hacia nosotros mismos como sociedad y nos veamos desde el amor”.
-¿Era inevitable que en un pueblo con tales características y en medio de una polarización política, debido a la proximidad de las elecciones, fuese imposible eludir una toma de posición, su compromiso de cineasta?
-Desde luego, yo considero que la historia que logramos contar es profundamente política, y antes que nada, humana. Más bien humanista. Mas, sí me esfuerzo en seguir el pensamiento que hay en los versos de nuestro poeta mayor, Rafael Cadenas: “Tengo ojos, no puntos de vista”. Pues, quería observar la realidad como un todo, y me interesaba entender la naturaleza de alma de nosotros como seres humanos. Y desde esa actitud al aproximarme a la realidad quise orientar la mirada para ver cómo funciona el ejercicio del poder en un ámbito pequeñísimo, como es Congo Mirador, y cómo, al ponerlo en relación con quienes sí realmente tienen el poder económico, político y comunicacional, se revela lo vulnerable que somos todos como sociedad civil frente a esta élite.
-De acuerdo con las críticas recibidas este debut suyo en documental largo apunta al visto bueno para una cineasta deseosa de abordar el cine de ficción. ¿Es así o sigue siendo el documental el mejor género en el que se siente más a gusto?
-Realmente mi intención es buscar profundizar en el camino que hemos iniciado como equipo. Creo mucho y fundamentalmente en el equipo artístico que se ha formado a raíz de esta experiencia, en la que cada miembro es un cineasta con aportes a la narrativa y a la cinematografía.
“Esta película, su autoría de hecho, es producto de una colaboración permanente entre los miembros del equipo. Me gustó mucho que durante este proceso trabajamos con cineastas cuyo foco está en la dramaturgia, como Marianela Maldonado, también el productor/ editor Sepp Brudermann, ambos como escritores de esta película, con ellos sostuve un diálogo permanente durante el proceso de grabación, y en estas conversaciones nuestro centro de gravedad fue siempre la historia que buscábamos contar. Esa colaboración con Marianela y Sepp, por ejemplo, es algo que quisiera cultivar y en lo que quiero profundizar en las próximas oportunidades”.
El compromiso con el cine
-¿En tanto que venezolana sufre usted el drama de su país o trata de tomar distancia para no “contaminar” su labor creativa?
-He aprendido a vivir con el dolor de la devastación venezolana que, en concreto, es una devastación personal, familiar, colectiva. Mi forma de canalizar ese dolor es buscar contar esas historias. Lucho por tener la oportunidad de poder seguirlas contando y eso amerita una gran perseverancia, pensamiento estratégico para conseguir aliados y lograr financiar estas historias. Los cineastas venezolanos somos en realidad parias, estando dentro o fuera del país.
Rodríguez señala que, políticamente hablando, observa con preocupación una tendencia de la “desestabilización de la democracia. El ejercicio de la libertad creo que va a ser un reto central para los ciudadanos del mundo, pues si no lo ejercemos con fuerza, nos toman, controlan y dejamos de ser quienes llevamos nuestras propias vidas. En Venezuela creo que hemos pasado por la experiencia y es un ejemplo de cómo podría tornarse el totalitarismo”.
“Veo con emoción eso que luce como una contradicción de la humanidad y que se manifiesta por un lado con un desarrollo tecnológico que va a gran velocidad; y por otro, una tendencia que va más a lo básico, al cultivo de la tierra, a las comunidades (comunas), políticamente algo así como el ideal anarquista. En esos caminos veo infinitas posibilidades del desarrollo de las narrativas, del desarrollo filosófico de la humanidad. Y todo ello enmarcado en el hecho del calentamiento global que está allí como una fuerza muy envolvente y que nos pone en contacto directo con nuestra mortalidad. Yo espero que esta combinación nos lleve a un rápido desarrollo espiritual, ético”, concluye.