Año nuevo y mañas viejas, por Rafael A. Sanabria Martínez
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Viejo año para dejar lo malo y nuevo año para iniciar lo bueno. ¡Ojalá fuera tan fácil! Como cambiar de traje, pero ¿tenemos el nuevo traje? Continuando con la tradición de ingenuidad navideña en la que como niños disfrutamos la Navidad. Tiempo de fantasías en las que nos gusta creer porque priman «las razones del corazón». Extrapolando esa actitud, llegamos al Año Nuevo cargados de aparente ingenuidad y nos decimos a nosotros mismos que vamos a corregirnos, que todo será mejor, que planificamos cumplir nuevas metas, que llevaremos a cabo nuestros pospuestos objetivos, pero para lograrlo lo único que hacemos es …comernos doce uvas que no tienen la culpa.
Tomamos un nuevo almanaque, la flamante agenda, ajustamos el año en la hoja de cálculo para controlar gastos, pero nuestra actitud no cambia. Pensamos en novedosas estrategias que llevaremos con ímpetu, pero ese entusiasmo lo ahogamos con el alcohol de las celebraciones y lo olvidamos. No queremos cambiar. Nada es nuevo.
No es nuevo que algunos aseguren que Guaidó es presidente y los otros afirmen que no lo es. No es nuevo que, en todos los organismos, los de estos y los de aquellos, que funcionan con el dinero de todos los venezolanos, se descubran desfalcos, robos y tantas otras denominaciones del amplio y variopinto mundo de la corrupción. Ningún grupo posee la exclusividad de la hipocresía para referirse a un pueblo que se ama con palabras huecas, y eso tampoco es nuevo. No es nueva, sino que viene desde antes de Guzmán Blanco la división del país entre grupos que enarbolan supuestas ideologías contrarias, pero actúan igual, con mímica desfachatez.
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En la América hermana se trazan planes para desarrollar la educación, ciencia y cultura, se reducen y controlan focos de violencia, se actúa con decisión en economía y amplían las infraestructuras, pero los venezolanos no tenemos muchas esperanzas de mejorar, con sobrevivir nos conformamos y quedamos agradecidos. Estamos como rehenes entre dos grupos de malhechores o como un ciudadano correcto injustamente preso que se ve rodeado de delincuentes de toda clase …y no debe incomodarlos.
Las leyes, que deben ser inalterables y justas son solo fantasías literarias, juguetes en manos de magos de la verdad: «ahora la vez, ahora no la vez». Cualquier barbaridad sin sustento puede ser afirmada y tendrás una mitad del país asintiendo y otra mitad negándola. Casi no hay intelectuales ni juristas con criterio justo, solo leguleyos defendiendo intereses. Antes de hacer preguntas ya tenemos las respuestas. No hay examen de la realidad solo lectura de guiones.
Pero, ¿todo está tan malo? ¿No hay salida? El problema es que la salida es tan elemental y sencilla que es casi inusable. Estos problemas no sucederían si fuésemos honestos.
Después de pasar toda una vida en el mundo de las apariencias, las trampas y las falsas fachadas, con la corrupción hasta los tuétanos, funcionando en organizaciones que de una u otra forma medran en ella. La corrupción es el oxígeno o el lubricante de tantas agrupaciones. Si un individuo de un día para otro va a su compañía, su partido, su ministerio o su alcaldía decidiendo ser un adalid de lo correcto para poder sacar el país adelante, sabe que será execrado, señalado, apartado como una oveja negra.
Corrupción conocemos en el gobierno de cualquier nivel y geografía, en todos los partidos, compañías privadas y públicas, fundaciones y ONG, religiones, cuerpos armados del Estado, universidades, colegios profesionales y sus miembros, en instituciones culturales, todo el sistema judicial completo y los medios de comunicación (que me perdonen los que no nombré, pero tienen los méritos suficientes). Y es corrupción por bienes materiales además del sobrinazgo y el amiguismo, la información filtrada, la pérdida de archivos, decisiones en contubernio, cálculos deliberadamente incorrectos y tantas otras formas que siempre tienen su faz llamada dinero.
¿Será acaso 2023 el momento para convertirse en un país donde se persiga la corrupción? Aunque están frescas las fantasías y los buenos deseos navideños, no lo creo posible, pero ¡qué bueno sería!
2023 podríamos convertirlo en el año del despertar y la sinceridad. En el que reconozcamos que la aparente ganancia por la trampa es nuestro antiguo problema, nuestra cadena al atraso. Perdón por la imagen con la cual pretendo ilustrar, pero estamos como un grupo de gánsteres que decidiera dejar las armas mas ninguno se atreviese a ser el primero en soltarlas.
Más importante que diálogo gobierno-oposición que bien visto es ridículo. ¿De qué van a hablar? Actúen con corrección y ya está. O es que no saben que es actuar honestamente o es que ninguno quiere deponer primero las armas como en la alusión anterior. Más importante es que todos los ciudadanos –nosotros– representantes y representados, no admitamos dobles caras ni dobles sistemas.
Tenemos un problema de valores, y eso se paga muy caro. Reparémoslo, este país maravilloso aún existe, es alegre, directo, de gente franca y bondadosa que se sobrepondrá al país que se humilló en el Darién, que dejó de creer en sí mismo, que allende se constituyó en sinónimo de delincuencia, hambre y mendicidad.
Comencemos a abrir la boca, a levantar el índice, a anotar cada acción incorrecta. Lento al principio, puede ser, pero decididos a barrer y poner orden. El no hacerlo lo hemos pagado muy caro, excesivamente caro.
¡Basta! Pasemos el suiche. Tú y yo, lector, somos correctos desde ya. ¿Quién se nos une?
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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