¿Antagonismo o rivalidad?, por Rafael A. Sanabria Martínez

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Venezuela sigue sumergida en el síndrome de la rivalidad, se habla de independencia, pero aún permanecen marcadas huellas de la época colonial. En vísperas de una nueva contienda electoral, el ambiente se torna hostil en el seno de los líderes nacionales de la escena política,el sector oficialista y algunos partidos opositores (mal llamados alacranes) llaman a ejercer el sufragio, mientras otras fracciones opositoras (la unidad) exhortan a no sufragar.
Lo cierto es que estas actitudes son propias de la rivalidad y no del antagonismo. Sin duda alguna es necesario revisar la historia para buscarle un antídoto a este flagelo que carcome nuestras aspiraciones de entendimiento y empatía entre los venezolanos. Estudiemos lo que ayer sucedió para entender el hoy.
Ayer la lucha entre los «mantuanos» y los «blancos peninsulares» fue, sobre todo, la lucha por el poder político. Ahora bien, en las querellas de orden político la oposición de los intereses en disputa tiene más de «rivalidad» que de «antagonismo». Es por ello que al referirnos a las disputas entre los «mantuanos» y los «blancos peninsulares» empleamos más bien el término «rivalidad», que el de «antagonismo»; éste tiene una significación mucho más profundo, una significación de carácter económico-social.
Si los «mantuanos» y los blancos peninsulares eran «rivales», los «mantuanos» y los «pardos» eran entre sí grupos antagónicos. ¿Y por qué? Porque entre ambos estratos sociales había de por medio, no propiamente cuestiones de color que resolver, sino algo mucho más profundo: cuestiones de orden económico y social.
Los «mantuanos», como hemos repetido varias veces, tenían el poder económico de la Colonia, representado por la propiedad de los latifundios; manejaban a los indios como sus peones y a los negros como sus esclavos; como descendientes directos que lo eran de los conquistadores y pobladores beneméritos se les reputaba como nobles; con las cargazones de cacao que remitían a España obtuvieron las «Lanzas de Castilla» y se convirtieron en «Grandes Cacaos»; su poder económico les había permitido comprar y monopolizar los cargos de Regidores para disfrutarlos y ejercerlos de por vida, con lo cual se formó una verdadera «oligarquía municipal» en las distintas ciudades del país; y también su poder económico los había colocado en el vértice de la pirámide intelectual de la Colonia.
Los «pardos», en cambio, que constituían el grupo mayoritario de la nación, tan sólo practicaban los llamados «oficios viles», que lo eran los manuales; no tenían acceso a los cargos municipales; carecían de títulos nobiliarios; su instrucción era casi nula; en cierta época se vieron afectados por una estúpida disposición de la Corona que les prohibía contraer matrimonio con los blancos; se hallaban excluidos del servicio militar en las tropas permanentes; sólo tuvieron acceso a la Universidad en las postrimerías del régimen colonial; no podían aspirar a un grado superior al de Capitán de Milicias; y, por último, sus mujeres, por disposición de las llamadas «Leyes Suntuarias», no podían engalanarse con oro, sedas, chales, etc.
Empero, lo grave del problema para los «blancos criollos» estaba en que los «pardos», que no debían, en su concepto, aspirar a nada, aspiraban a todo; el espíritu de resignación les era extraño. ¡Qué diferencia entre un paria hindú, convencido y gustoso de su destino porque tal es el mandato de Brahma, y un pardo indiano, inconforme, convulsivo, arrebatado, que aspiraba siempre a acortar la distancia que lo separaba del mantuano!
No era el «pardo» colonial un hombre de «casta»; era, si, un hombre de «clase». No podía, en verdad, ser «casta» aquel grupo social de los pardos, porque grupo social que ponga en movimiento el complicado mecanismo del orden social, que infunda a todo el cuerpo social el necesario dinamismo que éste requiere para su evolución progresiva. es precisamente lo más opuesto al petrificado concepto de «casta».
Antagonismo, repito, había entre «mantuanos» y «pardos». Y el antagonismo lo era sobre todo de orden económico y social. Antagonismo que para los «pardos» significaba pugna por lograr la igualdad en todos los aspectos de la humana existencia.
Sabían los «pardos» que los «mantuanos» luchaban contra los blancos peninsulares para despojarlos del poder político que éstos habían detentado secularmente; pero sabían asimismo que los «mantuanos» aspiraban a independizarse de la Metrópoli para establecer en el país, no una República democrática, sino una República aristocrática en la que ellos pudieran implantar la «tiranía doméstica».
Ello explica el horror con que los pardos mirasen, al menos durante los primeros años de la Guerra de la Independencia, la emancipación de Venezuela respecto a la Metrópoli española.
El tránsito de la Colonia a la Independencia no puso fin al secular antagonismo entre «mantuanos» y «pardos». Ocurrió, en efecto, concluido que estuvo el periodo colonial, lo que tenía que ocurrir: al desaparecer aquel poder regulador, especie de cuerpo neutro, que personificaban los funcionarios coloniales, el antagonismo entre los «pardos» y los «mantuanos», que la misma «siesta» colonial había mantenido aletargado, hizo explosión, y la Guerra de Independencia, llamada a tener carácter internacional, según lo habían presumido y calculado los propios corifeos del «mantuanismo», se convirtió, en la primera fase de su desarrollo, en guerra civil, en guerra de clases, para mayor desolación de la desierta Venezuela.
Estos primeros tiempos de la contienda independentista, señaladamente en los sangrientos años de la Guerra a Muerte, sirvieron de válvula de escape a las tendencias igualitarias de los pardos, largo tiempo contenidas por la presencia de ese poder morigerador que encarnaban los funcionarios coloniales.
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Venezuela en la actualidad no se divide en la práctica en ese tipo de clase social que regía a la época de la Colonia, pero el espíritu de los actores del acontecer político sigue enclavado en el corazón de la colonia. Los sectores políticos entre sí viven en una profunda rivalidad por el poder político, mientras hay un pueblo en luchas antagónicas para conseguir la igualdad en todos los sentidos que le permita una convivencia sana y armoniosa.
Urge con carácter de responsabilidad una profunda revisión de estos términos, porque hasta dentro de las mismas fracciones políticas existen marcadas rivalidades entre sus militantes. ¿ Será que volvimos en la práctica a las tradicionales clases sociales?
¿Será que hay venezolanos mantuanos y venezolanos peninsulares? ¿O todos somos productos del mestizaje?
Seguimos anclados en el mismo lugar sin dar el primer paso hacia adelante en pro de la convivencia. La rivalidad entre unos y otros no es el camino.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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