Apostándole a la vida, por Rafael Henrique Iribarren Baralt
Hace unas noches mi mente apeló a un sorprendente recurso para hacerme conciliar el sueño. Me dijo: “ Sé que parece un disparate lo que te voy a decir, lo sé; pero, ¿ y si el régimen está con ocasión de la pandemia diciendo la verdad por primera vez en su vida ?, ¿ No crees tú que le puede estar pasando como al “Pastorcillo mentiroso “, a quien nadie le creyó cuando de verdad se le apareció el lobo ?
En la mañana siguiente, abordé tal posibilidad desde un punto de vista estrictamente científico (aunque con mis propias limitaciones), despojándome de toda emoción política. Lo primero que me dije fue: “ Tomando en cuenta que la mayoría del flujo de personas iba hacia afuera de Venezuela y no hacia adentro, tiene cierto sentido las sorprendentemente bajas estadísticas de enfermos del covid-19 ”.
También me dije, a efectos de abordar el problema con toda objetividad, y apartando la posibilidad de que fuesen mentiras las estadísticas del régimen: “Es lógico que, siendo el número de casos positivos directamente proporcional a la cantidad de pruebas que se hagan, hayan pocos casos positivos debido a que ha habido muy pocas pruebas en comparación con otros países “. Proseguí con mis reflexiones: “Es justo reconocer que la rápida decisión de entrar en cuarentena minimizó mucho el exponencial contagio “.
En mis cavilaciones me vinieron a la mente dos personajes. Uno muy reconocido, con razón, por la historia: Sir Alexander Fleming, quien descubrió la penicilina. El otro, bastante relegado por la historia; pero de un valor gigantesco: El Dr. Carlos Finlay, el médico cubano que develó el misterio de la fiebre amarilla. Conviene detenernos brevemente en estos dos gigantes de la medicina.
Sir Fleming en su laboratorio había dejado sin cubrir un cultivo de bacterias, y a consecuencia de esto se contaminó con una mota de polvo. A los días Sir Fleming vio que las bacterias no crecían entorno al moho llamado “ Penicillium notatum “, el cual había crecido por la contaminación del cultivo. Intuyó entonces que este moho tenía un agente antibacterial. Con el tiempo aisló, junto a otros dos científicos, este compuesto y lo llamó: “ Penicilina “. Hay una anécdota, aparentemente cierta, que ilustra lo fortuito del descubrimiento: Años después del descubrimiento, a Sir Fleming le mostraron un laboratorio ultra moderno. Él se maravilló de lo pulcro y estéril que estaba todo. El guía le dijo: “ ¿ Se imagina todo lo que usted habría podido descubrir con un laboratorio así ? ”, a lo que Sir Fleming respondió sonriendo: “ Seguramente no habría sido la penicilina”.
El Dr. Carlos Finlay ( hijo de un médico inglés que se vino a América con la intención, frustrada por la zozobra del barco en que venía, de combatir bajo el mando de Bolívar ) dio con la clave para el dominio de la fiebre Amarilla, la cual azotaba a toda América implacablemente: El mosquito Aedes Agypti era el vector. Su intuición inicial se vio reforzada cuando descubrió el paralelismo que había entre ciertas características geográficas y climáticas con los brotes. Por ejemplo, entre otros: Las epidemias tenían su máximo cuando la temperatura estaba entre los 26 y 30 grados centígrados, intervalo este en el que el que el referido mosquito se reproduce mejor. El 18 de Febrero de 1.881 él expuso su teoría en el Congreso Internacional de Salubridad que se celebró en Washington. Al principio la comunidad científica medio aceptó la idea, con cortés indiferencia; pero luego fue objeto de ácidas burlas. Lo tomaron por loco y lo llamaban “ el Doctor del mosquito”.
Tendrían que pasar 19 años, época en la cual el Dr. Finlay trabajó con asombrosa tenacidad, para que sus ideas fuesen valoradas. Así las cosas, el 1 de Agosto de 1.900 le entregó al Mayor Walter Reed (quien presidía una comisión especial enviada a la Habana, por el ejército norteamericano, la cual tenía como propósito investigar la causa de la fiebre amarilla y ayudar en su combate) una jabonera que tenía huevos del mosquito sospechoso, al tiempo que le dijo: “ Eche agua y nacerán los mosquitos. Haga que piquen primero a enfermos de fiebre amarilla, y, poco después, a sujetos saludables y fuertes. Le aseguro que tendrá usted la clave del enigma “.
El mayor Walter Reed entonces llevó a cabo sistemáticos experimentos, en los que hubo una heroicidad asombrosa ( como la del Dr. Jesse Lazear , quien se abstuvo de matar al mosquito que se había parado en su mano y que por su picada moriría ) , demostrando así lo que el Dr. Finlay le había dicho.
Volviendo a mis cavilaciones sobre la pandemia que nos azota, les comento que movido por la inquietud, y teniendo presente, en sintonía con el hallazgo de Sir Fleming, que el oro, la luz de la redención, emerge de la putrefacción ( Esa es la verdad que entraña el asombró que vivió María Magdalena en el sepulcro), y teniendo también presente que muchas veces no nos aproximamos a la solución por considerarla absurda, que fue lo que la comunidad científica hizo con el Dr. Carlos Finlay, me vino a la mente la remota, pero no descartable, posibilidad de que las putrefactas aguas de los acueductos de Venezuela hayan allanado el camino para que los venezolanos tengamos cifras tan bajas del covid-19. Esta hipótesis, descabellada sin duda, toma cierta fuerza cuando vemos que las aguas de Valencia, donde aparentemente no hay casos, son las peores de Venezuela.
A mí me gustaría decir lo que de seguidas voy a decir con un mínimo de rigor médico, o químico, o biológico; pero no hay tiempo que perder, y prefiero dejar la hipótesis sobre la mesa para que los que sí saben la valoren o la rechacen de plano. ( y antes de exponerla les pido que nadie en su sano juicio intente probarla por iniciativa propia. Lo digo a sabiendas de que ya han muerto personas por, presas del pánico, auto- medicarse con cloroquina ). Mi hipótesis, extraña, e ingenua tal vez, es la siguiente: ¿ Nos habrá facilitado a los venezolanos el combate del virus en nuestros organismos la cantidad exageradísima de desinfectante, cuyo fundamento es el elemento cloro, que a lo largo de los últimos años le han estado echando al agua para así mitigar un poquito la extensa lista de parámetros sanitarios que el agua en Venezuela incumple ? , ¿ Será que en nuestros torrentes sanguíneos hay compuestos que el cuerpo no ha logrado expulsar y que ahora nos sirven para combatir el virus, como por ejemplo: metales pesados ?, ¿ Será que mediante el eventual elemento cloro remanente en nuestros cuerpos, estos fabrican una sustancia aún desconocida que le resta fuerza al virus ?.
Esta hipótesis se ve débilmente reforzada cuando caemos en cuenta de que el agua, bastante particular por así decirlo, que los venezolanos o bien bebemos o bien absorbemos con la piel está vinculada, mediante el elemento cloro, con medicamentos de gran eficacia en la lucha contra el virus como por ejemplo: la Cloroquina y la Hidroxicloroquina.
El Dios griego Hermes, con su sanador caduceo, era el patrón de los hallazgos inesperados y el de los juegos de azar, entre otras particularidades. Esto lo debemos tener presente, para abrir nuestras mentes, para apostarle a la vida, ¡y ganar!