Apunte sobre la vejez, por Fernando Rodríguez
El abuelo de un amigo mío tiene una irremediable querella con Dios, no tanto por lo que pudiese acaecer después de la vida, que para él no son sino cuentos de camino, supersticiones bastante primitivas, sino por habernos condenado a la vejez, cosa espantosa. Hay dos cosas raras en su doctrina: se definía como ateo por lo cual era gratuita esa acusación en contra de Dios alguno y, segundo, porque es famoso por disfrutar, a sus casi noventa años, de una flamante senectud que le permitía comer con gula. También manifestaba jugar bolas criollas con precaución y bailar estupendamente con juveniles damas. Pero así somos de contradictorios.
Lo que sí es cierto, de toda certeza, es que la vejez es una vaina, mayor o menor, pero una vaina. Además, de toda la descomposición corporal y, la peor de todas, mental basta señalar la angustia metafísica que nos produce el tiempo que termina. Parece absurdo que la vida se desarrolle para desaparecer, pero por ahí le dio al azar evolutivo si es verdad lo del abuelo de marras sobre la inexistencia de Dios. Y si este existiera, tendría que dar muchas explicaciones, no tanto de la creación sino de la destrucción del mal en última instancia.
Tormento de teólogos y creyentes lúcidos, de este y todos los tiempos. Pero sin ir tan lejos pensemos en la estética, en aquella bella joven que nos ponía a temblar cuando caminaba por el pasillo de la Escuela de Filosofía ahora arrugada a más no poder –hay cada piel – y con una mirada extraviada, perdida, quien sabe en qué rincón de pasado. Abuelo, tiene razón.
En parte porque estoy viejo (nada de tercera edad, adulto mayor…), viejo; pero por razones objetivas también… la vejez está de moda. Sobre todo como problema.
Resulta que la gente vive cada vez más, las expectativas de vida: crecen y crecen. Ya hay países que superan los ochenta años y, no olvidar, también, humanos que viven más o menos la mitad, en África, claro. Al producirse este fenómeno, es decir, la multiplicación de los ancianos se produce en términos económicos, que son los que mandan, que haya mucha gente que consume y no produce, proceso en crecimiento que quien sabe qué término tiene.
Hay quien ha dicho que, posiblemente, ello no se soluciona sino con una especie de Herodes a la inversa, manera poco deseable porque al fin y al cabo no solo tenemos padres y abuelos sino que, probablemente, nosotros mismos lo somos o lo seremos. Pero ya los economistas inventarán paliativos o barbaridades.
En cualquier caso, más personalmente, hay que ponerse a inventar cómo hacemos cuando ya no tengamos muy precisas cosas que hacer, trabajo pues. Y mira que en los países desarrollados, sociedades bien planificadas a la vez que, profundamente, individualistas (donde, entre otras cosas, el concepto de familia no es lo que solía ser), el problema ya tiene centro, nombre y todo: la soledad del anciano. Que enviudó, que los hijos se fueron a hacer su propia vida, a veces lejísimo porque estamos globalizados, los amigos que se encierran, se atontan o se mueren.
Y el tipo o tipa se queda con un gato al que le da el resto de llanto que le queda. Se han inventado mecanismos raros y costosos para paliar un poco el asunto. Por ejemplo, usted puede llamar a un teléfono en que alguien, supuestamente, amble y atento, va a compartir con usted una conversación sobre el juego de fútbol de la noche anterior o el último ataque terrorista o el traje que uso fulana para la entrega de los Oscar. Algo es algo. O en vez de vivir en su hogar, como sus ancestros, termina aquí, contando la plata, si quiere calidad, en algún curioso centro comunitario conviviendo con otros solitarios.
Puede que hasta pase a formar parte de un coro o haga cursos de cocina. Claro que esto es distinto si usted es Voltaire que recogía aplausos por sus obras más allá de los ochenta o Picasso que pintaba erotizado hasta que murió, pero no abundan. Hay, para dar otros ejemplos, hasta universidades exclusivas para la tercera edad o turismo que incluye hasta enfermeros y sillas de ruedas si fuesen necesarios.
No vamos a hablar de que pasa en el mundo de los pobres. Menos de lo que está ocurriendo hoy en Venezuela, tierra de miserias y migrantes. Estas líneas, confieso, son un ejercicio programado para mover las neuronas y alcanzar un poco de dicha, como un crucigrama pues.
Se trata de un curso que estoy haciendo en el IPP-UCV con mi amigo Elías Pino. Así que nada que nos llegue muy de cerca y nos acongoje el corazón. Aunque, no exageremos, a ambos nos quedan amigos, mujer y unos hijos del carajo. Y una causa, ayudar como se pueda a terminar de darle una patada por el rabo a los criminales que nos gobiernan.