Aquella Maracaibo, por Orlando Chacón
Mis abuelos me cuentan sobre una ciudad imponente, aquella Maracaibo tierra del sol amada, de calles antañonas y casitas coloniales, donde se vivía con la puerta abierta y se gozaba en cada parrandón. Aquella Maracaibo de extensas avenidas, innovación, arte y gentilicio único. Aquella Maracaibo de bonanza, de industrialización, de progreso, de fe y un calor tan grande como la fuerza de su gente.
Aquella Maracaibo de grandes universidades y avanzada investigación, de deporte en cada cancha, de buques, ferrys y lanchas navegando por aquel esplendoroso lago y siendo iluminados por un Relámpago del Catatumbo que vestía de esplendor el cielo de nuestra ciudad. Aquella Maracaibo que cada 18 de noviembre se convertía en una marea de devoción hacia su Chinita amada.
Aquella Maracaibo, capital del Caribe, que con el paso de los años se fue convirtiendo en la Maracaibo marginada y sin un real.
Una Maracaibo inmersa en penumbras, donde sus ciudadanos caminan con la mirada perdida dejando una estela de desesperanza ante el inexistente servicio de transporte, sin ver una válvula de escape clara que acabe con la peregrinación por comida y medicinas que hoy agobia los hogares venezolanos arropados por la miseria y la corrupción.
No hay una calle de nuestra ciudad que no sea el reflejo del ensañamiento y odio que tienen hacia Maracaibo y su gente. Cantaba Ricardo Aguirre en La Grey Zuliana, “Maracaibo ha dando tanto, que debiera de tener, carreteras a granel, con morocotas de canto”. Hoy las vías públicas, los semáforos, las aceras, el alumbrado, los servicios públicos, todo demuestra que no hay gobierno, solo existe una tiranía que decidió convertir la destrucción en su plan de Estado.
El terminal de Maracaibo, es claro ejemplo del deterioro y la anarquía en nuestra ciudad, siendo el más desordenado, el menos aseado y el más inseguro de toda Venezuela. Dicho terminal, se encuentra en pleno Casco Central de Maracaibo; evidenciando el ejemplo más certero de retroceso en nuestra ciudad. El centro de Maracaibo, en su mejor momento era una feria de trabajadores informales que a toda hora colapsaban la Av. Libertador de nuestra ciudad, y que hoy es protagonista la soledad y aquellas estructuras de locales y tarantines abandonados porque no pueden más. No hay empresa, comercio -formal o informal- que haya sobrevivido a la peste que nos cayó.
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Así mismo, el deterioro de nuestras plazas, espacios de libre esparcimiento, es una situación incoherente que no puedo justificar mientras existen millonarios laboratorios de redes sociales para halagar la pésima gestión municipal. El ciudadano de a pie repudia a quién convirtió en miseria la que debería ser la primera ciudad del Caribe y donde existen barrios en nuestro municipio cuyos vecinos nunca han conocido el servicio de agua por tubería y mucho menos de gas.
La inmensa plaga de zancudos y moscas que agobia a los marabinos es ya una crisis de salubridad, todo producto de las montañas de basura que están en cada casa y cada esquina como adorno de navidad. El asfaltado de nuestras calles no es la prioridad para la deficiente gestión municipal actual, como tampoco lo es, el instaurar las aceras para que los peatones no tengan que lanzarse a las calles exponiendo sus vidas. Pero que más exposición que montarse en una chirrinchera, la cual el “alcalde” legalizó.
Pasar hasta 24 horas y más sin electricidad, se ha convertido en parte de la rutina, que inicia a las 6 de la mañana en la cola de un banco para retirar tan solo 90Bs.S. Una cantidad irracional, comparada al gasto diario de alimentos y transporte, irracional, al lado del costo de un medicamento inexistente en nuestros depauperados, agonizantes y colapsados hospitales.
Que estos ineficientes se vayan, se ha convertido ya en un clamor popular, en un reclamo que inició como un murmullo y hoy se convierte en un grito ensordecedor, deben irse de nuestro terruño.
A Maracaibo le cayó una plaga, una bacteria, un cáncer, que pretende doblegar y quebrantar la fe y la esperanza de quienes aún apuestan a esta ciudad. Con la frente en alto quienes creemos en nuestra Maracaibo y su gente, seguimos dando la cara, sin miedo, trabajando para cambiar a quienes en hambre, miseria y oscuridad han llevado a nuestra ciudad.
Somos una generación de jóvenes que decidió aportar por Venezuela, una generación que no se conforma con la realidad que vive nuestra ciudad y su gente. Con trabajo, constancia y propuestas, demostramos que sí es posible esa ciudad que soñamos, que nos merecemos y que vamos a construir, juntos. Una Maracaibo infinita, verde, moderna y sustentable.
Al cumplirse 489 años del aniversario de la Maracaibo que amo, hay razones para ser optimistas, porque estamos convencidos que hay una historia por construir en nuestra ciudad.
“Acabaron con la plata
y se echaron a reír,
pero les puede salir
el tiro por la culata”