Armas para el diálogo, por Teodoro Petkoff
Diálogo y discusión para el reencuentro de la nación». Con esta frase, incluso de bella sonoridad, termina Alejandro Armas su artículo del domingo pasado en El Nacional. Este es uno de los más importantes documentos políticos surgidos del chavismo en estos treinta meses. En la página 15 lo glosamos bastante extensamente. Para el «reencuentro de la nación», es decir, para superar esta venenosa polarización que tiene dividido al país en dos bloques casi parejos, que se detestan y que sólo se comunican entre sí a través de sus respectivos prejuicios, Armas presenta, en lo económico, un programa de diez puntos, un «decálogo». Lo sugiere como plataforma posible para discutir la construcción de los acuerdos necesarios en torno a «varias líneas rectoras que despejen con claridad dónde concentrar los esfuerzos del Estado, de los empresarios y de los trabajadores, de modo que el potencial de las fuerzas productivas nacionales encuentre un cauce firme para crear prosperidad, seguridad social, institucionalidad y paz».
Con mucho respeto hacia el jefe del Estado y sin ningún tono polémico explícito, Alejandro Armas (miembro del CTN del MVR y presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional), habla, sin embargo, de «revolución» no como ruptura y trauma sino como resultado de la creación de consensos. Es, desde luego, lo congruente con el concepto de «revolución democrática y pacífica». Un proceso de esta naturaleza es inimaginable a través de la «profundización de las contradicciones». Democracia y paz, en medio de un proceso que se autodefine como «revolucionario», no implican supresión artificial del conflicto, pero sí un manejo de este compatible con las exigencias de los acuerdos sociales y políticos necesarios para la gobernabilidad. La «profundización de las contradicciones» (cementerio donde yacen tantos proyectos revolucionarios que creyeron en la estúpida conseja de que «mientras peor, mejor») sólo conduce a la imposición no democrática, con mayor o menor violencia, de una parte del país sobre otra. Eso sólo siembra vientos y las tempestades tarde o temprano se desencadenan. En este sentido Alejandro Armas reclama de sus compañeros la comprensión del delicado momento que vive la nación y pide un sano pragmatismo para abordar los desafíos que están por delante.
El «decálogo», que en páginas interiores se puede leer resumido, implica una seria rectificación del rumbo económico asociado a la rectoría de Jorge Giordani. En otro momento lo comentaremos en detalle. Por ahora nos interesa subrayar el sentido político de un documento que plantea al Gobierno la necesidad de rectificar y de tender puentes hacia otros sectores. Eso de «tender puentes» lo acabamos de escuchar también en boca de José Vicente Rangel. Pues bien, obras son amores. «Tender puentes» no puede ser concebido como una operación cosmética, una trampa cazabobos, para ganar tiempo, que es el tufillo que despide el lenguaje de Rangel. Se trata de un esfuerzo que debe ir más allá de la mera cortesía en el lenguaje, para abrir un espacio serio al debate en torno a las proposiciones para enfrentar las dificultades presentes. El gran mérito del «decálogo» de Alejandro Armas es que transforma la retórica vacía en ideas concretas para buscar acuerdos. ¿Habrá en el gobierno oídos que escuchen voces como esta?