Arrechito murió…, por Teodoro Petkoff
Hugo Chávez está envalentonado. Vive, dice, el momento más esplendoroso de su vida. Delirio sobre El Calvario. Delirio sobre el Poliedro. Delirio sobre Miraflores. Todos espacios reducidos, casi cerrados. Donde sólo caben los elegidos. La revolución protagónica ha llegado a su óptimo nivel cualitativo: son cada vez menos, pero resteados. Obcecadamente resueltos a negar la realidad y a asumir una ofensiva cuya promesa es la confrontación.
Después de mí, el diluvio.
“El que se nos atraviese lo ponchamos. Ahora nos toca batear a nosotros, vayan buscando un buen pitcher, porque le vamos a entrar es a leña limpia”. Es el mismo Chávez de los peores momentos. Incendiario y estrafalario. Guapetón y provocador.
Es el Chávez que le da una patada a la Mesa de Negociación y Acuerdos, el Chávez que irrita a los miembros del Grupo de Amigos. El que no abre una válvula para que la sociedad venezolana se exprese electoralmente sobre la suerte de este régimen sin calle ni futuro. Incluso sin banderas, esas que él dice que lo diferencian de los golpistas del 11A, aplastadas por su verborrea infantil.
“En esta fecha –la de su anhelado 4F- ratificamos el juramento empeñado de dedicarnos toda la vida a la lucha por los derechos del pueblo, por la justicia”. Noble ideal burlado, consigna hueca en los labios de quien despacha sin consideración alguna la jornada cívica del 2 de febrero porque, según él, no firmaron cuatro millones de venezolanos y venezolanas. ¿Cuántos firmaron señor Presidente?, ¿Acaso es usted quien cuenta las firmas?, ¿No es esa tarea del nuevo Poder Electoral que ahora está dispuesto a elegir?
Hugo Chávez está envalentonado porque está convencido de que derrotó al paro. Su reacción en nada se parece a la de aquellos próceres que tanto cita, siempre generosos en la victoria. Esta, además, sería una victoria pírrica, sobre los escombros de un país camino a su más profunda crisis de la era democrática. Pero Chávez se miente a sí mismo, y a su reducido auditorio, cuando subestima la raíz profunda de la protesta popular.
Es cierto que el paro no produjo la convocatoria a las elecciones anticipadas, ni lo sacó de Miraflores, como en algún momento cierta dirigencia desafortunada se lo planteó. Pero el descontento es indetenible, la protesta no cede ni un milímetro y permanece intacta en su decisión de hallar una salida democrática a la severa circunstancia actual. Lo demás es caerse a coba, delirio simple y fantasioso.
“No podrán con nosotros en ningún terreno”, grita el líder. Miente el líder. Sólo hay un terreno donde se dirime esto, señor Presidente. En las urnas, terreno al que usted le tiene particular ojeriza. Pero hacia allá deben seguir orientados los esfuerzos de ese incontenible río humano de venezolanos y venezolanas que están dispuestos a quemarle el bate.