Atrapado sin salida, por Laureano Márquez

Vaya una manera de estar jodidos. Parece que nada de lo que haga la oposición venezolana produce resultados. Con una cuarta parte de lo que se ha hecho aquí, media docena de países en estos últimos siete años se han sacudido a sus gobiernos democráticamente.
Es que nada entre nosotros termina de ser claro ni contundente, todo se queda como a mitad de camino entre lo que pudo haber sido y lo que podría ser.
Reconozcámoslo también: No es fácil ser oposición a un régimen, como el actual, que se dedica a denunciar a los otros acusándoles de todo lo que él hace sin que le tiemble un solo músculo de la cara, en el supuesto de que los regímenes tuviesen cara. Por otro lado, no termina de definirse como una dictadura seria. Razón por la cual, se puede seguir hablando y diciendo sin ser del todo perseguidos.
Es decir, sin ser perseguidos por las opiniones, pero comienzan a perseguir a los que opinan por otras razones: asesinato, terrorismo, difamación, ausencia de luz de cruce en sus vehículos. En otras palabras, cualquiera que nos mire desde lejos reconocerá todos los elementos formales de la democracia: Hay elecciones, prensa libre y división de poderes, pero cuando todo esto se ve de cerca, la cosa cambia.
Este ninismo ontológico mantiene a la gente de convicciones democráticas navegando entre dos aguas. Por ejemplo: No votar es malo y votar también. Parte de la trampa del organismo electoral está en hacernos creer que es mucho más truculento de lo que efectivamente es para desmoralizar, pero no totalmente. En ese sentido el retiro de las candidaturas opositoras no le conviene, porque descubre demasiado el plan, por eso la furia del régimen. Pero una votación opositora, a menos que sea masiva, no producirá el resultado deseado. Votar en masa puede que pudiera servir, pero tampoco se sabe a la final, porque hay procesos inauditables y, más que todo, una certeza en el alma de que mientras más avanzamos en tecnología más primitivos nos volvemos. Estas situaciones son las que hacen que uno le oiga decir a una señora inteligente en una misma oración lo siguiente: “Yo no voy a votar, porque esto es una trampa, pero no les voy a dejar el país, allí estaré a las cinco de la mañana”.
En fin, querido lector, toda lógica ha sido quebrada. Por ello, la única forma de resistencia que queda es plantearse el absurdo como arma de lucha política: Que los candidatos se inscriban y se retiren cuatro veces de aquí al domingo; que lo hagan deshojando una margarita ante el CNE; acudir a las concentraciones del oficialismo para que un torrente de apoyo inesperado los confunda; pasear por las cercanías de la Embajada Americana y hacer como si se reciben instrucciones; convocar a marchas que nunca salgan y luego, un día, marchar sin convocatoria, etc. Pero frente a las elecciones del domingo, en concreto, tengo una propuesta: Como el proceso no puede cerrarse si hay gente en la fila, pues a golpe de tres y media de la tarde acudimos masivamente a las mesas de votación a hacer nuestras colas, cuando estemos a punto de llegar nos salimos y nos colocamos nuevamente al final de la fila y prolongamos este proceso electoral ad infinitum. De esta manera, la Asamblea no podrá instalarse nunca porque las elecciones serán interminables.
Al gobierno le conviene porque muestra al mundo sus avances en materia de democracia participativa y protagónica y nuestro destino dará la sensación de estar siendo llevado por la pluma de Ionesco, como siempre… Qué curioso, qué extraño y qué coincidencia…