Aumento: sal y agua, por Teodoro Petkoff
El aumento de 30% en el salario mínimo, que inevitablemente empujará hacia arriba al resto de la escala de ingresos de empleados y obreros, concebido como una compensación a una inflación que ronda también el 30% entre mayo del 2007 y mayo del 2008, lamentablemente tendrá un efecto inflacionario adicional. Cuando se está en medio de una ola de alzas veloces en los precios, la subida de cualquiera de estos que tenga efectos macro –como sueldos y salarios, por ejemplo, que tienen que ver con millones de personas–, se desparrama sobre el resto de la economía, por la vía de un incremento generalizado en los costos de producción de todos los bienes y servicios, que inexorablemente se trasladan a los precios que paga el consumidor. El gozo pronto se irá al pozo.
El gobierno está en medio de las dos cuchillas de una tijera. Reajusta, por un lado, los precios controlados de varios productos de primera necesidad y consumo masivo, congelados desde hace 26 meses, y con ello alimenta la inflación. Aumenta los sueldos y salarios y con ello también alimenta la inflación. La culebra se muerde la cola.
El nivel elevadísimo de los reajustes de precios y el no menos elevado porcentaje de incremento salarial se conjugan para anular los tímidos resultados del ajuste macroeconómico que, sin querer queriendo, y sobre todo sin llamarlo por su nombre, viene adelantando el gobierno. Ha tomado medidas muy ortodoxamente «neoliberales» –como las habría calificado el presidente de haber sido otro gobierno quien las pusiera en práctica–, tales como la reducción de la liquidez monetaria en casi 3% desde diciembre pasado a esta parte; ha elevado las tasas de interés activas y pasivas y ha embestido, a punta de emisión de deuda, contra la tasa paralela. Todo ello persigue reducir la presión de demanda sobre los precios. Es decir, reducir el consumo. Puro «neoliberalismo».
Pero no sólo la insuficiencia de las medidas sino la circunstancia de que el gobierno es rehén de su política general, que incide determinantemente sobre sus decisiones económicas, hace difícil que se cumpla el pronóstico del ministro de Cordiplan según el cual «la inflación jamás pisará este año el 30%». La reducción de liquidez es meramente coyuntural; la campaña electoral bombeará de nuevo más la plata a la calle. El control de cambios, sobre todo en medio de u n proceso inflacionario, mantendrá e incrementará la sobrevaluación del bolívar y con ella la desmesura importadora y su efecto disolvente sobre el aparato productivo, lo cual causa otro efecto indeseable sobre los precios.
La tasa paralela volverá a subir y continuará operando como un motor inflacionario. ¿Qué habría que hacer? Pues, una política macroeconómica profunda y no de pañitos calientes. Por ahora, el aumento salarial es simplemente pan para hoy, hambre para mañana.