Auschwitz, por Simón Boccanegra
La humanidad conmemora en estos días los sesenta años de la liberación de Auschwitz. ¿Por qué recordar ese momento y ese lugar en medio de ese siglo XX pleno de horrores que aniquiló bélicamente a más de un centenar de millones de personas en las más diversas zonas del globo y por las más variadas causas? Se me ocurre que pocas veces la crueldad fue más sistemática, masiva, indiscriminada, más propiamente sádica que en ese campo de exterminio y en toda las modalidades del holocausto. Pero, sobre todo, su lugar emblemático en la historia de la miseria humana radica en el hecho de sus causas: exterminar una raza, hasta el final, cualquiera fuese su comportamiento y su diversidad por el nudo delito de ser, de portar una determinada condición genética.
Nunca más, se aulló dolorosamente después de las atrocidades de la segunda guerra mundial. ¿Nunca más? Basta el más somero conocimiento de la historia posterior a ésta para constatar que en Vietnam, en los Balcanes, en Ruanda, en el Medio Oriente, en el terrorismo de muchas caras… el horror que llegó a su clímax en Auschwitz continúa negando la humanidad del hombre. Por eso esta conmemoración no sólo debería ser de la comunidad judía sino de todos los que poblamos este planeta que sigue siendo valle de lágrimas.