¿Autocrítico?, ¡Autocrático!; por Teodoro Petkoff

No sabemos si los intelectuales «orgánicos» del chavismo, que expresaron algunas críticas muy pertinentes al desenvolvimiento del anteriormente denominado «proceso», leyeron a un tal Aponte, calumnista del diario VEA, quien los llenó de los acostumbrados insultos que el chavismo staliniano reserva para los enemigos. Tal vez Vladimir Acosta y Juan Carlos Monedero, los susodichos intelectuales, si es que lo leyeron, lo desestimaron, pero hete aquí que el propio Chacumbele embistió contra ellos. Ahora es en serio, pues. Acosta y Monedero no iban a pasar lisos después de haberse metido con el santo y con la limosna. El Filósofo de Sabaneta se burló del concepto «hiperliderazgo», que ellos habían acuñado. «¿Hiperlíder yo? Si más bien hay cosas en las que debería meterme y no lo hago». De paso, o no entendió o no quiso entender lo del «hiperlíder», al que aludieron Acosta y Monedero, y lo confundió con «metiche» (que también lo es), que es una de sus connotaciones, pero no la única ni la más importante. Después de rechazar las observaciones críticas de «sus» intelectuales, modestamente se confesó «autocrítico» y termino lapidándolos: «Realmente son enemigos disfrazados de chavistas». O sea, no debatió sino que estigmatizó, según la conocida fórmula del stalinismo original. Una vez que alguien es declarado «enemigo del pueblo», sus argumentos son lo de menos. Con el «enemigo» no se discute, se le aniquila. En su caso, a falta del paredón físico, los fusila moralmente.
Después de arreglar cuentas con el «Chivo» Acosta y con Monedero, completó su faena policíaco-intelectual apelando al ya famoso ladrillo de István Mészáros, quien constituye su última pepera ideológica. Con Mészáros le va a ocurrir lo que le pasó con «El Oráculo del Guerrero», su lejano libro de cabecera, cuando sus pujos intelectuales no iban más allá de los libros de autoayuda. Después que Boris Izaguirre reveló que el tal «Orá culo del Guerrero» era un libro de y para gays, el Primer Macho no volvió a mencionarlo nunca más. Después que lea algo más que los párrafos que Giordani le marca en el citado libraco, va a vivir el mismo desconcierto.
Mészáros desbarata el concepto de «socialismo de mercado», con el cual los chinos disfrazan lo que no es sino puro capitalismo –y de la especie salvaje–, mientras Chacumbele se traga todavía la coba de que por aquellos lares se construye el «hombre nuevo». Seguramente le sorprenderá también la demolición que hace Mészáros del modelo económico soviético, con su hiperestatismo, su planificación centralizada, su «economía de comando», con su burocratización y con su insignificante productividad, gracias a trabajadores superexplotados y carentes de todo incentivo para trabajar, con la apropiación del excedente económico, no por la burguesía sino por la «nueva clase» burocrática. Chacumbele dice que «su» socialismo no es el soviético ni el cubano, pero todo lo que hace, en lo económico y en lo político, va copiando bastante de aquel modelo, de allí que antes de que sea demasiado tarde, y termine de arruinar al país, bueno es que se lea a Mészáros completo y bien. Al menos en lo que atañe al stalinismo.