Bachelet en Caracas, por Fernando Mires
@FernandoMiresOI
Dejemos de lado admoniciones de políticos sin política, de los que intentan perfilarse con críticas a la visita de la comisionada de la ONU, de los que procuran ocultar omisiones y errores para hacer de Michelle Bachelet un chivo expiatorio sobre quien descargar frustraciones, e incluso de los ilusionistas que esperan de la tan anunciada visita un cambio radical en la vida del país.
Bachelet, importante es precisarlo, va a Venezuela comisionada por las Naciones Unidas. En ese sentido importa poco su pasado político y mucho menos su gestión como gobernante de Chile. En la alta política, sobre todo en la internacional, el cargo hace a la persona y no la persona al cargo. Máxime cuando Bachelet solo es representante de una comisión formada por muchas sub-comisiones donde las decisiones no pueden ser tomadas de modo uni-personal. En fin, Bachelet en Caracas no puede ser ni será Juan Pablo ll en Varsovia, aunque al llamado de Guaidó las calles se llenen de manifestantes.
Después que se vaya Bachelet de Venezuela, la visita pasará lentamente al olvido, oculta por otros avatares que suceden en ese país donde todos los días pasan tantas cosas y a la vez nunca pasa nada.
Lo que no quiere decir que la visita de Bachelet carezca de importancia. En ningún caso: puede ser decisiva en muchos aspectos, bajo la condición, claro está, de que logre articularse con otros hechos y procesos que tienen lugar fuera y dentro de Venezuela.
Escribo estas notas antes de que Michelle Bachelet desembarque en Maiquetía. No obstante, todos los indicios hacen pensar en que la visita de la funcionaria internacional cubrirá tres aspectos fundamentales: el primero será informarse al detalle de la realidad del país, el segundo escuchar atentamente a las partes y el tercero, explorar modos internacionales de mediación que ayuden a sacar al país de la crisis política en la que se encuentra inmerso.
De acuerdo al primer aspecto nadie podrá impedir que el informe que redactará la comisión sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela sea condenatorio al régimen. Por de pronto, nada ha cambiado desde el último informe que entregara la comisión en marzo del 2019. Todas las acusaciones que pesan sobre el régimen de Maduro son conocidas y es imposible desmentirlas en un lapso tan breve. Violaciones de los derechos humanos, juicios sumarios, maltrato a los prisioneros políticos, subordinación del poder judicial al ejecutivo, desconocimiento de la AN, perversión del sistema electoral, deplorable situación en las escuelas, hospitales y cárceles; y paremos de contar.
Cabe asimismo esperar que las fracciones principales que conforman la oposición venezolana utilizarán el nuevo informe Bachelet para insistir en sus hasta ahora fallidas propuestas. Los ultra- extremistas -Machado, Ledezma y Arria- volverán a exigir una intervención armada desde el exterior y el grueso de la oposición que sigue a Guiadó continuará aguardando que de un modo mágico o bíblico tenga lugar el mítico “cese de la usurpación”. En fin, nada nuevo bajo el sol. Lo importante es que de un informe abiertamente condenatorio a su gestión nadie va a salvar a Maduro.
Por cierto, Maduro intentará contrarrestar algunos efectos negativos del informe. Puede que siguiendo el ejemplo de su amigo Ortega en Nicaragua libere a algunos presos políticos. Al fin, para negociarlos los tiene. Así Bachelet no se iría con las manos vacías, la oposición creerá haber logrado un par de triunfos y Maduro aparecerá ante la luz pública como un gobernante magnánimo. Nada de eso está asegurado, pero tampoco está descartado.
Más problemático, sobre todo para los representantes de la oposición, será argumentar frente a Bachelet y su delegación. De hecho la oposición no las tiene todas consigo. Ha cedido, hay que decirlo, muchos espacios discursivos al enemigo. Podrá señalar que ellos luchan en contra de un régimen usurpador. Pero los de Maduro dirán a Bachelet que no puede haber usurpación si sus adversarios se abstienen voluntariamente de participar en elecciones. Y desde el punto de vista formal tendrán, lamentablemente, razón. El 20 M, fecha que según la oposición da inicio a la usurpación del poder, fue producto de una abstención y, siguiendo estrictamente esa lógica, habiendo abstención no puede haber usurpación. Bien aconsejada estaría la oposición entonces si afirmara que el origen de la usurpación hay que situarlo en las elecciones que fueron llevadas a cabo para elegir a la Asamblea Constituyente conocidas como el “smarticazo” y no el 20-M cuando esa oposición, sin siquiera haber levantado candidatura previa, decidió no participar, absteniéndose.
Con toda seguridad Maduro argumentará que su gobierno enfrenta a una oposición que ha elegido la vía de la fuerza insurreccional. Peor aún: tendrá dos pruebas innegables en la mano: la fallida introducción de la ayuda humanitaria del 23 de febrero y, antes que nada, el fracasado golpe militar del 30 de abril. Ambos actos realizados con el objetivo declarado de dividir al ejército. Con toda seguridad -argüirá el autócrata- la obligación de todo gobierno es defenderse cuando es atacado y el suyo no ha hecho ni más ni menos que eso. Difícil será para la oposición argumentar en sentido contrario. Si el gobierno obtiene más puntos que la oposición en esos diálogos no será por lo tanto responsabilidad de Bachelet ni de la ONU. Al fin y al cabo no es culpa de ellos que la oposición venezolana haya decidido enfrentar a un enemigo en los terrenos militares, precisamente donde ese enemigo es más fuerte, haciendo abandono de los terrenos político-electorales, precisamente donde la oposición es muy fuerte. ¡Qué distinto hubiera sido si a la hora de la llegada de los comisionados el pueblo en las calles hubiera estado manifestando por elecciones libres en Venezuela!
Sobre la base de las informaciones reunidas, la comisión Bachelet llevará sus impresiones a las Naciones Unidas con el objetivo de que desde allí sean estudiadas algunas posibilidades para ayudar a Venezuela a salir de la crisis política.
En ese punto, sin embargo, hay que ser pesimistas. En Venezuela tiene lugar en estos momentos una confrontación entre dos extremos: En un lado, un gobierno militar (autocracia y/o dictadura) por naturaleza extremista y anti-político. En el otro, una oposición política hegemonizada por una conducción que, si bien conserva todavía cierto poder de convocatoria, se niega a abandonar posiciones extremas contrarias a su naturaleza política.
La clave para transitar nuevas vías reside por lo tanto en un reencuentro de la oposición consigo misma, vale decir, en un retorno a su condición política: constitucional, pacífica, democrática y electoral. Hasta la llegada de Bachelet ese intento de reencuentro no ha tenido lugar. Solo cabe esperar que los comisionados internacionales hagan valer su experiencia y otorguen un par de consejos a los políticos razonables de la oposición. Quizás hay algunos entre ellos. Nunca hay que perder del todo las esperanzas.