Balance y perspectivas Editorial por Fernando Rodríguez
Lo de La Planta fue, por supuesto, guerra política. Cómo no iba a serlo si aquí todo lo es: la Fórmula 1, los amables crucigramas, la Vinotinto, el Miss Venezuela, el robo de Julio Iglesias, los helicópteros militares que se caen a montón, los medicamentos para la diabetes, la materia prima para las arepas, José Gregorio Hernández, las encuestas, el venezolano rector de MIT… cómo no iba a serlo si la criminalidad es la obsesión mayor de los venezolanos y uno de los numeritos que nos hacen brillar en la esfera internacional. No habría de qué sorprenderse.
Lo que sí es más arduo es saber quién ganó la batalla, aquí hay que hilar más fino. Sin duda ganaron los vecinos del siniestro penal que abominaban, con razón, tan temible vecindad. Sobre todo ahora que a los privados les dio por lanzar tiros de todos los calibres a los cielos caraqueños como si fuesen fuegos artificiales. Y uno imagina lo triste que debe ser morir de una bala fría, anónima, solitaria, sin destino. También se puede reconocer que, al fin y al cabo, no hubo masacre sino escasas bajas, para una tan prolongada e intensa confrontación. Pero justo ahí comienzan los enigmas.
Porque si algo quedó claro es que los pranes nacionales son tipos de temer y el conjunto de éstos un estado mayor muy consistente.
De manera que suena a hacer de la necesidad virtud el tratar de vender la solución negociada como producto del tierno corazón de la señora Varela.
Y dudamos que muchos venezolanos hayan quedado muy animados por lo que vieron y oyeron a ese respecto. Que la batalla haya durado casi un mes, parece serio. Tan rubicunda como la anterior batalla de El Rodeo. Que, además, el poder de fuego de las huestes sin libertad fuera de la magnitud de la exhibida, armas de gran potencia incluidas, caramba, da qué pensar y qué temer. Sobre todo porque parece haber consenso en que los suministradores de tan delicado y abundante material no pueden ser otros, al menos en calidad de mulas o cómplices, que la Guardia Nacional Bolivariana. Y como si fuese poco los hierros no aparecen hasta ahora, salvo dos humildes granadas. Asunto éste curioso, por aclarar.
De parte del gobierno no solo hubo que movilizar mil quinientos efectivos, que no son pocos, sino a los cinco poderes y, según Varela, prácticamente a gran parte del tren ministerial, por no hablar del pescueceo de los eventuales herederos.
No solo eso sino que el propio Presidente, enfermo y clandestino para todos los venezolanos, nos entera recién de que tuvo conversaciones varias con los jefes del ejército enemigo. Un asunto de Estado, pues. Y como la gente tiene su lado perverso, y también bastante razones para desconfiar de los torturadores de la jueza Afiuni, muchos pensaron que tantas concesiones y miramientos no eran muy debidos, ni gracias humanistas, sino concesiones a los mismos sujetos que llenan las morgues los fines de semana. Es que son del mismo palo, diría algún ofuscado talibán. Pecaminosos pensamientos, pero tratándose, a no dudar, de votos para el 7-O, hay que tenerlos en cuenta.
Por último resulta que como las cárceles a las cuales fueron trasladados los vencidos no son precisamente un dechado de comodidades y de amplios espacios vacíos, sino todo lo contrario, suena justo eso de que solo se ha corrido la arruga y que lo que se ha hecho es juntar a los pranes para futuras batallas.
Y una pregunta final: ¿era tan difícil en trece años y pico al menos construir unas cuantas cárceles como Dios manda, lo cual, entre otras virtudes, nos hubiese mejorado la imagen internacional al menos tanto como lo ha hecho el costoso Pastor Maldonado? Juzgue usted, atemorizado lector.
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