“Barranco sin fin” y la jubilación, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
El viernes 20 de mayo mi amigo de toda la vida, “Barranco sin fin”, salió muy temprano a su trabajo en el ministerio, tal como lo ha hecho de manera reiterada desde hace un poco más de 24 años. En la cuadra le colocamos ese mote por su persistente manía de buscar lo que no se le ha perdido.
Ese día, como siempre, “Barranco sin fin” hizo su parada obligatoria donde Eustacio, el kioskero de la esquina. Bebió el guayoyo caliente y dulzón preparado por Lucrecia, la mujer de Eustacio, quien lo ofrece de manera gratuita a los vecinos que han sido fieles a su negocio desde 1976, cuando fue inaugurado. En ese año, atraídos por la súbita riqueza que se exhibía gracias al boom petrolero, llegaron a Caracas desde su natal Boconó,
Después del saludo de rigor y comentar sobre lo dura que está la vida, “Barranco sin fin” se instaló en la parada de las busetas a esperar pacientemente el transporte. Conocía a todos los choferes, más sin embargo, verificó si tenía los billetes necesarios para costear la travesía.
Recordaba con nostalgia cuando usaba monedas. Todavía tiene en su mesita de noche, la canequita de cuero donde guardaba el sencillo para el pasaje. Juró que se la daría a su hijo como parte de la herencia. Una mala pasada de la memoria hizo que no fuera posible. Ahora Gustavito está en Perú y “Barranco sin fin” tiene el pálpito que ya no lo volverá ver.
Nuestro amigo tenía todo planificado para ese viernes. Aprovecharía la “invitación” que con carácter de obligatoriedad, le hiciera su jefe para asistir al acto en el Poliedro. Se escaparía para llevar las medicinas que con urgencia, necesitaba su hermana Doris, allá en las Veredas de Coche. Maduro cumplía cuatro años como presidente.
Debo aclarar, antes de continuar, que “Barranco sin fin”, me solicitó encarecidamente no mencionar su nombre real. Argumenta que aunque no le estén dando la Bolsa CLAP, no quiere ser votado del ministerio. Le faltan exactamente 3 meses y 17 días para jubilarse.
Me comentó que había decidido no eludir la invitación al acto presidencial como otras tantas veces lo había hecho. Esta vez no quería abusar de su suerte. Ha tenido conocimiento de compañeros despedidos a días de cumplirse la fecha de la jubilación o compañeras botadas en período de reposo postnatal, por haber escrito un tuit o un mensaje en Facebook, hablando mal del gobierno.
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Me informó que si bien se propuso ir al evento, no se quedaría hasta el final. No era de su interés lo que allí se iba a decir, pero no podía arriesgar la jubilación. Por el contrario, necesitaba que lo vieran. Así, firmó con letra de molde, y no con su ilegible firma, la lista de chequeo al momento de abordar el autobús. No debía haber dudas de su asistencia. Todo estaba perfectamente calculado.
Me indicó que planificó escapar en el momento en que el ambiente estuviera en su climax, así nadie notaría su ausencia. Era viernes y los controles de salida debían estar relajados. Pero, por si las moscas, al llegar se haría fotografiar junto a las pancartas que tenían la cara de Chávez y Nicolás, se aseguraría de tomarse otra junto con los “dirigentes” del sindicato y, por supuesto, no podía faltar una selfie en la que tras de su cara sonriente, se divisara al orador principal. Eran las evidencias de su asistencia y “entusiasmo”. Así, su jubilación no correría ningún peligro.
Al final todo salió mal. Después de aplaudir a rabiar cosas con las que no estaba de acuerdo, de escuchar insultos subidos de tono contra dirigentes opositores que nunca han insultado al primer mandatario, intentó abandonar el local, pero ¡oh sorpresa!, habían sellado todas las salidas.
“Barranco sin fin” confiesa que no se contuvo y vociferó a los cuatro vientos su descontento por la falta de consideración. Me comenta que había muchas personas mayores, otros con compromisos que debían cumplir una vez culminado el horario de trabajo, otros rogaban se les permitiera salir ya que debían tomar sus medicinas, muchas mujeres lloraban por no poder buscar a sus hijos o nietos en las escuelas. Los pedidos fueron infructuosos, los guardias no transigían. Finalmente, lograron abandonar el lugar bien entrada noche. Abrieron las puertas solo cuando el largo y tedioso acto, culminó.
El lunes 23 de mayo, “Barranco sin fin” me llamó para comentar lo ocurrido. Indignado, decidí hacer esta nota. Hoy miércoles 25, despierto con su llamada y me informa que al llegar a su escritorio, consiguió una memorándum de su jefe, conminándolo a asistir a su oficina para el día jueves 26 de mayo.
“Barranco sin fin” está muy preocupado. Intento tranquilizarlo. Le menciono que la cita quizás es para informarle que se le cumplió la fecha para ejercer el derecho a la jubilación. Me responde: “la verdad no estoy seguro, por menos de lo que hice han despedido a muchos. Con ellos nunca se sabe”. Continuará.
Tulio Ramírez es Abogado, Sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
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