¡Basta de represión!, por Teodoro Petkoff
El derecho a la protesta pacífica, constitucionalmente garantizado, ha sido conculcado en la práctica. Manifestar se ha tornado una aventura de alto riesgo. Este régimen de represión no tiene antecedentes en nuestro país. Cierto es que hemos vivido temporadas tormentosas y turbulentas a lo largo de nuestra historia, durante las cuales se han producido episodios de violencia brutal contra quienes ejercían el derecho a la protesta, pero la represión desatada por el gobierno de Maduro supera con creces todo cuanto hemos conocido anteriormente.
El gobierno está obligado a detener el ritmo infernal que ha impuesto a la vida venezolana de estos días. En cuarenta días se registran más de tres decenas de muertos y desde el 12 de febrero, «Día de la Juventud», se ha producido casi un muerto diario. Hay centenares de heridos, muchos de ellos con lesiones tan graves que podrían esperarse algunos desenlaces fatales. Entre los incontables estudiantes detenidos, más de mil se encuentran con régimen de presentación ante los tribunales. Esto hay que pararlo. El gobierno está sembrando vientos. El principal garante de la tranquilidad pública es, naturalmente, el propio gobierno.
Debe comenzar por respetar el derecho constitucional a la libertad de manifestación pacífica. «Los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley.» Así reza el artículo 68 de la Constitución Nacional. Pues bien, a eso es precisamente a lo que el régimen chavomadurista le está colocando toda clase de trancas. Pareciera como si existiera una intención soterrada de liquidar definitivamente el acceso a las calles a quienes pretendan expresar en ellas, pacíficamente, su sentir político. Una investigación realizada hace algunos pocos años demostró que cuando una manifestación no es atacada por los cuerpos de seguridad, todo transcurre en sana paz. La tremolina la arma siempre el ataque represivo.
Ahora bien, el gobierno está convocando a un sedicente «diálogo» de paz, pero con la particularidad de que él mismo ha escogido a sus interlocutores. Eso no es un diálogo sino una payasería. Si en verdad se aspira a que la conflictividad de que está preñada nuestra sociedad pueda ser atenuada e, incluso, eliminada, el primer paso para ello debería ser detener la acción de los llamados «colectivos», que no son otra cosa que grupos civiles armados por el gobierno y al servicio de éste. Esto permitiría, de entrada, allanar el camino para sentarse a conversar. Un verdadero diálogo es el que coloque alrededor de una mesa tanto a los representantes del gobierno como a los de la oposición organizada. El esquema presentado por Maduro excluye a los genuinos representantes de la oposición, amén de insultarlos y agraviarlos en todos los tonos posibles. En las actuales circunstancias de violencia desatada, es más urgente que nunca establecer los contactos necesarios para abordar el tema de la violencia desde una perspectiva que conduzca a soluciones efectivas y abra el camino para el debate sobre los problemas de fondo, de carácter político, económico y social.