¡Bate ya!, por Teodoro Petkoff

Un año después del parón, la consigna es otra, aunque la intención sea la misma. Escuálidos y rojillos la entonan por igual: ¡Bate Ya! Nada como la temporada de pelota, que se inicia esta noche en cuatro escenarios, para que la gente sienta que aún hay país. El fanático, casi todo venezolano que se precie de tal, sabe que no hay slump que dure cien años ni gobierno que lo resista. ¡Bate Ya!, desde el Zulia hasta Caracas, en el José Bernardo Pérez y en el Antonio Herrera.
El sonido inconfundible de los maderos, el grito sincronizado de miles de gargantas, será la música de fondo que, con el favor de Dios, ¡a quien más nos vamos a encomendar!, acompañara este otro cronograma de 75 días que, al final, premiará a uno sólo, al campeón.
El país se debate desde hoy en dos territorios: el de la pelota y el de la política. Aquel, para vivir la vida, minimizar los sinsabores y compartir con panas desconocidos que visten la misma franela o llevan una gorra igual. Juego de reglas y estrategias, que cuando se disputa en el calor del Caribe adquiere la pasión y la inteligencia que estremece al importado más impasible. El otro, el de la real política, que toca nuestra existencia aunque no lo queramos, dibuja, entre tensiones y jugarretas, también su incierto cronograma en innings agotadores con protagonistas inesperados, unos, y demasiado descifrables, los otros. O el otro, el del ¡Bate Ya!
La llegada de la pelota, con sus rivalidades de siempre, será un bálsamo ante tanto atraganto de revolución. La gente comenzará a leer los periódicos por su última página, donde el deporte le disputará el espacio a la noticia roja y dura de todos los días; sí, se seguirá hablando de política, pero entre outs y bolas; será, como debe ser, la anécdota, lo episódico. Al menos, durante los próximos 75 días, con sus firmazos incluidos. Porque nadie olvidará que la consigna es: ¡Bate Ya!
Dicen, expertos en análisis enrevesados, que el deporte adormece a los sociedades y las desvía de su sueño redentor. Pero lo cierto es que la política –como el ejercicio que debería conducir a ese despertar– tendría que aprender del deporte, de la pelota nuestra de todos los días. De que se gana y se pierde. Que al rival no se le humilla. Que la victoria pertenece a los que juegan en equipo y reconocen el valor de cada pieza. La pelota, y el deporte en general, pone en su lugar a los fanfarrones, porque callan sus destemplanzas a fuerza de batazos nobles, al corazón.
¡Bate ya!