Biden, futuro con esperanza, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
Estaba escrito que Joe Biden, a partir de ahora nuevo presidente de EEUU, quisiéralo o no, tendría que depositar su esperanza de victoria y la solidez de su liderazgo en la idea fulgurante de un cambio visible y creíble en la conducción política de América y el mundo. Se hizo muy evidente que semejante cambio se correspondía con sus deseos personales. El primero de los cuales –y así lo dejó ver– era imprimir un serio viraje respecto al modelo atrabiliario del presidente republicano Donald Trump, cuyas sonoridades expresivas y, en general su peculiar estilo, terminaron enredando hasta extremos peligrosos la urdimbre de su política.
Podría decirse que Biden aprovechó las gratuitas pugnacidades de su adversario para deslizar sin gran esfuerzo la índole y urgencia del cambio que sugería y que la humanidad comenzaba a esperar de su futuro gobierno. Lo que puesto en términos de catch-as-catch-can no era más que aprovechar los excesos pugilísticos del otro con el fin de vencerlo sin necesidad de malgastar los propios. Si se me objetara que aquello difícilmente hubiera sido pensado así, respondería que en todo caso de esa manera concluyó.
Si no ha sido un nítido éxito, cuando menos a eso se parece y confieso no distinguir con nitidez entre “parecerse a una victoria” y serlo efectivamente.
—Sí, pero Maduro y los iraníes siguen en su puesto.
—Bueno, sí, pero el caso es que la unión solidaria en su contra también lo está y en las declaraciones del nuevo gobierno norteamericano, al igual que la Unión Europea y la comunidad internacional, se observa una apreciable determinación.
Por eso la situación se mantiene bloqueada y no se avizora que en algún momento deje de estarlo. ¿Quién pierde más con eso? Obviamente el más débil de la ecuación, quien sin embargo podría escapar del atolladero, si por fin entendiera la importancia de negociar de veras con la oposición y la comunidad internacional la salida pacífica articulada en unas elecciones universales, directas, secretas y transparentes; vale decir, creíbles. Si fuera de esa naturaleza desaparecería casi por encanto la oprobiosa costumbre de la persecución, la tortura, la venganza, la irracionalidad y el odio.
Biden invoca palabras sencillas pero armoniosas y quizá las más efectivas. La primera, la mejor, la unidad que en su discurso oficial suena como toda una panacea y, en efecto, puede serlo.
El macizo cúmulo de desgracias que asedian nuestro acosado planeta, incluido el virus que atenta contra el género humano, podría retroceder enfrentado y vencido en el marco de la unidad, si unimos los hallazgos alcanzados por los laboratorios de la ciencia médica.
El firme combate contra la sistemática violación de los DDHH que se ha convertido en causa común de la especie, en emblema mundial de la humanidad.
Con la mayor firmeza, el presidente Biden se aferra a esas nobles banderas. Razones, todas ellas, para dar fuerza a la defensa de los derechos del hombre, asociándola a la paz y la libertad.
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El objetivo más reiterado del programa del presidente Trump cargaba un trasfondo pugnaz. Proclamaba que norteamérica sería “grande otra vez”. Lo que tal eslogan agitaba es que la grandeza se había perdido en manos de mandatarios débiles y quizá genuflexos. Una de las que se sintió más herida fue Hillary Clinton, quien protestaba: ¡Como si no hubiese perdido alguna vez!
Lo cierto es que a juzgar por la opinión de sus competidores y enemigos, EEUU es el peor enemigo del hombre. Así lo sostenían Stalin y sus violentos aliados, y con análogos epítetos, Mao, Castro, Ché Guevara y el oficialismo soviético compactado alrededor del Pacto militar de Varsovia. Se parecía más a la verdad, con lo que confirmarlo pero sin poder evitarlo, la opinión de Hilary se acercaba más a la verdad que la de los interesados personajes arriba mencionados.
Dado que para ser el más feroz de los países no se necesitara ser tan fuerte como desalmado.
Sin concitar en su contra sentimientos adversos.
¡Complicado ser mandatario de una gran potencia! Predicar la superioridad tampoco es recomendable.
Biden cuida claramente mejor que Trump estos aspectos de la conducta de los gobernantes. El orgullo natural de una poderosa nación debido a sus logros es perfectamente comprensible, pero suele ser percibido como arrogancia racista y, por lo tanto, un gobernante hábil, como Biden, está obligado a no dejarse arrastrar por estos suelos pantanosos. Recordó que durante dos siglos presidentes norteamericanos se han sucedido en el mando con ejemplar respeto a la voluntad soberana de los ciudadanos. El primero de todos fue Washington, primero igualmente en la guerra y en la paz. Para mostrar prendas de legítimo orgullo, parece que el presidente Biden ha querido resaltar la condición democrática y el amor por la libertad antes que amenazar con las uñas del poder. Bravo entonces por él.
Américo Martín es Abogado y escritor.
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