Bolas van, bolas vienen; por Simón Boccanegra
Ayer fue un día de bolas. Que si en Maracay hay «algo raro»; que si en Puerto Cabello es la cosa; que se alzaron en Puerto Ordaz y en Falcón. Puras ganas de preñar pajaritos. Sin embargo, tan brava fue la ola que tanto José Vicente como Diosdado se sintieron obligados a echar aceite sobre las aguas agitadas. Si yo fuera gobierno pondría algunas neuronas a trabajar sobre un tema inquietante: ¿por qué es tan frágil el clima psicológico y político del país, que desplazamientos militares de rutina pueden provocar tal avalancha de rumores? ¿Qué está pasando como para que una parte del país esté deseando un golpe? El río suena porque piedras trae. Pero no el río militar sino el río civil. Hay una enorme porción del país (en fin de cuentas, el 40% de los electores no votó por Chávez, para no decir que lo hizo contra él), cuya impotencia política, carente como está de organizaciones partidistas que le den cuerpo a su ya muy polarizado sentimiento de rechazo al gobierno, la transforma en caldo de cultivo para el golpismo. ¿Cómo manejar este sentimiento? Tal vez el milenario clásico militar chino, Sun Tzu, tenga algunas respuestas para quien lo quiera consultar.