Bolivia: ¿podrán negociar una salida?

Tal como todos los observadores lo preveían, el referéndum revocatorio boliviano no cambió nada. El llamado «empate catastrófico» quedó igual. Evo presidente; los cuatro prefectos (gobernadores) de la Media Luna (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija) ratificados y a ellos se une la prefecta de Chuquisaca, hasta hace poco masista, devenida opositora, que no estaba en disputa dada su reciente elección. Cinco de nueve provincias continúan alineadas contra el Gobierno central. Pero hay un dato impresionante que no puede ser ignorado: Evo Morales obtuvo el 65% de los votos, doce puntos porcentuales más que en su elección. El dilema continúa planteado en los mismos términos anteriores: o una negociación para buscar salidas, aceptables para todos, a la grave e interminable crisis política o la confrontación, también interminable, con el peligro de que se salga de madre y derive en violencia de alta intensidad. Bolivia, afortunadamente, posee una tradición de llegar al borde el abismo y luego saber dar un paso atrás para buscar soluciones no violentas. A pesar de su larga y torturada historia de golpes militares y de los pleitos entre mineros a dinamitazo limpio, los bolivianos no se caracterizan por la propensión a la violencia civil. Más aún, la circunstancia de que Evo sea un sindicalista, dado, por la naturaleza propia de tal condición, a negociar y conversar y habiendo llamado, una vez conocido el resultado del referéndum, a un nuevo round de conversaciones, cabe esperar que las dos partes, seguras ahora de su respectiva fuerza, se avengan a resolver en la mesa de negociaciones lo que sería una tragedia de hacerlo en el campo de batalla. Una Constitución aprobada entre gallos y medianoche, con ausencia de los opositores –que son más de un tercio de la Asamblea Constituyente–, no puede ser impuesta a la brava; unas autonomías aprobadas localmente tampoco pueden serlo. O negocian o negocian.