Bota contra los sindicatos, por Teodoro Petkoff
En la economía, el «Socialismo del siglo XXI» tiene dos vertientes. Una, es la expansión del estatismo y la asfixia del sector privado; la otra, la liquidación del movimiento sindical como objetivo de mediano plazo. Por un lado, se estatizan empresas de todos los tamaños, al mismo tiempo que se rodea al sector productor privado de una espesa alambrada de púas, compuesta de toda clase de leyes, decretos, resoluciones y arbitrariedades, reduciéndolo a una suerte de vida vegetativa, en la cual decae día tras día.
Por el otro, a los sindicatos de las grandes empresas, desde Pdvsa hasta las de Guayana, pasando por contratistas petroleras y supermercados e, incluso, torrefactoras de café, así como a los de la administración pública, se les ningunea sistemáticamente, con el claro propósito de sacarlos de la escena, liquidando, como prioridad «revolucionaria», la contratación colectiva.
A los sindicatos que operan en el sector privado se les viene creando una red de organizaciones paralelas, dirigida por activistas del oficialismo, que, finalmente, debilita al conjunto, haciendo irrelevante la presencia sindical, que es el objetivo último.
El modelo es el soviético-cubano y el chino. Apunta a barrer con el sindicalismo independiente, tanto del Estado como de los patronos privados, y sustituirlo por organizaciones de fachada laboral, cuyo rol es el de representar al Estado ante los trabajadores, tanto en el sector público como en el privado, y no, como debe ser, a los trabajadores ante sus patronos públicos y privados, porque siempre existirán contradicciones y enfoques diferentes entre patronos y trabajadores, que deben ser resueltos en la mesa de negociaciones y, eventualmente, mediante la presión huelguística, que tampoco, por cierto, admite el régimen, bloqueándola por todos los medios.
Chacumbele aspira a que la contratación colectiva desaparezca y sea sustituida por decisiones unilaterales del gobierno en todo cuanto atañe a sueldos, salarios y demás condiciones de trabajo. Según la teoría chavista, puesto que «el gobierno es de los pobres», todo lo que haga será a favor de los trabajadores y estos no necesitarán luchar por sus reivindicaciones.
La práctica, sin embargo, lo que viene mostrando es que el gobierno-patrono es el peor de los patronos. Ignora a los sindicatos, desconoce contratos colectivos vigentes, no paga a tiempo, se hace el loco con las prestaciones, rechaza la contratación colectiva. En Mercal, por ejemplo, 11 mil trabajadores esperan desde hace cinco años la discusión de un contrato colectivo que la empresa se niega a admitir. Lo mismo ocurre en la administración pública, donde el contrato colectivo tiene más de cinco años de vencido. En Guayana, todo el sindicalismo, chavistas y no chavistas, está en alerta máxima, movilizándose en defensa de sí mismo y de las conquistas laborales. La ofensiva de Chacumbele ha sido implacable. Más de cien dirigentes sindicales de Guayana están sometidos a juicio y uno de ellos, Rubén González, del sindicato de Ferrominera, está en la cárcel, precisamente por cumplir con su deber como dirigente laboral. La pelea es peleando, dicen los trabajadores y sindicalistas.