Brasil en vilo, por Alejandro Mendible
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El enfrentamiento en Brasil entre dos propuestas electorales diferentes, la del derechista Jair Bolsonaro y la del izquierdista Lula Da Silva —cuyos objetivos coinciden en enfrentar la desigualdad social como el tema central a resolver, pero mediante maneras diferentes y procedimientos democráticos opuestos— mantiene en vilo a la sociedad brasileña.
El prestigioso pensador y político socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, cuando era presidente de la república a finales del siglo pasado, afirmó que «Brasil no [era] un país subdesarrollado [era] un país injusto». Este señalamiento en el presente electoral lo representa Lula como líder del pueblo, quien aspira a aglutinar el desafío de los sectores populares contra las poderosas élites de poder brasileñas que, en esta oportunidad, se encuentran encarnadas en el actual presidente ultraderechista Jair Bolsonaro a quien consideran un mito divino por darle nuevos ímpetus a la posición conservadora brasileña que les permita mantener el orden establecido desde el surgimiento del país en 1822.
A la altura actual del balotaje definitivo, las dos propuestas ideológicas enfrentadas para la conducción del país se encuentran sustancialmente alteradas por la reconsideración de la concepción simbólica tradicional de los límites e importancia estratégica nacional como efecto del nuevo contexto internacional avalado por el novedoso apresto científico tecnológico alcanzado por la humanidad en el nuevo siglo.
Todo ello crea una coyuntura electoral inédita tendiente a que Brasil, uno de los cinco países más grande del mundo, genere una respuesta a la situación cambiante del mundo actual como, por ejemplo, lo hizo en 1930 ante los efectos de la quiebra del Bolsa de Nueva York cuando se produjo la primera gran revolución nacional que cambió el sentido evolutivo del país: de cafetalero a industrial; mientras, en los actuales momentos tenemos que esperar los resultados electorales del 30 de octubre y, dependiendo de la propuesta triunfadora, discernir si estos resultados conducen a un futuro o a la regresión de Brasil.
Los adversarios apasionados de Bolsonaro consideran su reelección como un retroceso al autoritarismo a una etapa ya superada en 1985, cuando la sociedad civil recuperó sus derechos políticos y forzó a los militares a regresar a sus cuarteles. Sin embargo, sus seguidores lo ven como el guardián del conservadurismo de los valores nacionales relacionado al mantenimiento del orden de la familia, garante de cierta visión de seguridad pública que los protege del colonialismo cultural globalista. Por la otra parte, los opositores de Lula lo asocian al peligro comunista, la desestabilización de la república, el repunte de la inflación y el desarreglo económico, como sucede en los países vecinos sudamericanos, ejemplo Venezuela y Argentina. Además de la corrupción, debido a que «lo peor es el regreso de Lula a la escena del crimen».
En cuanto a los seguidores de Lula —ahora reforzado por el apoyo de prominentes personalidades y nuevos partidos— lo hacen mantener una frágil ventaja por encima de Bolsonaro, con el propósito de triunfar para retomar el rumbo de «una historia de lucha por la democracia e inclusión social».
La sociedad brasileña en el 2022 se encuentra dividida ante dos respuestas diferentes para lidiar con el resto de la región latinoamericana y el mundo, creando una situación contraria a lo apreciado por el escritor judío austriaco Stefan Zweig en 1941, cuando notando la unidad del pueblo brasileño publica el sugestivo libro Brasil, país del futuro. En ese momento el escritor huía de un mundo que se despedazaba en la confrontación de la Segunda Guerra Mundial y el presidente Getulio Vargas decía que no le permitiría a nadie dudar de la grandeza del Brasil.
Ocho décadas después, la unidad del pueblo brasileño aparece escindida entre los discursos radicales de Lula y Bolsonaro, como se vio en el primer debate televisado del segundo turno y después continúa en una escalada climática de ataques mutuos. Sin embargo, entre ambos se imponerse la presencia contundente del centro político, actualmente dominado por una inclinación hacia la derecha como lo indica el resultado de la primera vuelta, en la cual sacaron el 65% de la Cámara de diputados y el 75% del Senado, avizorando la necesidad del nuevo gobierno de entenderse con esta nueva realidad.
En cuanto a los antecedentes de la centro izquierda que acompaña a Lula, se remonta a 1994 cuando Fernando Henrique Cardoso llegó a la Presidencia de la República y para establecer equilibrio entre las condiciones económicas existentes del país y la justicia social, procurando aminorar las enormes contradicciones acumuladas centró su acción gubernamental en la implementación de un plan de estabilización económico integral: El Plan Real (nombre de la nueva moneda).
Para su funcionamiento, articula un centro de convergencia con los partidos progresistas en el Congreso y este acuerdo lo amplía, incorporando la participación de los gobernadores con cuyo entorno logró crear un momento virtuoso de conciliación, propicio para impulsar el despegue nacional de desarrollo.
Esta situación mudó a partir del 2003 con la llegada del lulismo al poder y el pacto se fue rompiendo ante la deferencia del régimen hacia los intereses de gobiernos afines sudamericanos, estableciendo alianzas populistas, formando un frente regional a modo de la primera ola de la izquierda llamada de «socialismo del siglo XXI» y cuyos vínculos venían desde 1990 con la creación del F,oro de Sao Paulo concertado por el contubernio entre Lula y Fidel Castro para apalear en América Latina los efectos de la caída del Muro de Berlín.
Los efectos desestabilizadores del nuevo fenómeno regional se caracterizan por la aparición, dentro de la izquierda tradicional, de una tendencia radical llamada por Teodoro Pecokff «borbónica» (autoritaria) la cual actuaba en cada país mediante el personalismo, el autoritarismo y el control de los poderes públicos; y a escala regional se arropaba con el «odio estratégico» de la Cuba fidelista contra lo Estados Unidos. Según Castro, esta potencia imperialista era la culpable de todos los males de América Latina, mientras ocultaba su posición de pensamiento único y su modelo improductivo.
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Esta situación se desploma ante el desvanecimiento del contexto de la Guerra Fría y el surgimiento de una nueva realidad hemisférica conformante de una nueva correlación de las fuerzas políticas internas sometidas. La democratización vigente en la región le confiere golpes importantes a la tendencia de izquierda radical a partir del 2016, cuando el lulismo es sacado del poder y en el presente la tendencia solo controla los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, estigmatizados como dictaduras que apoyan a la Rusia de Putin y se muestran en contra del «Occidente colectivo».
En el resto de las repúblicas, se constata que los gobiernos de derecha que llegaron al poder lo perdieron al no lograr estabilizar la pleamar de los reclamos populares, lo que le ha permitido a la izquierda, ocultando sus diferencias, obtener victorias electorales significativas creando un segundo shock de ensayo socialista en procura de la transformación de los tradicionales Estados nacionales liberales.
El caso más reciente lo constituye la llegada al poder de Gustavo Petro el pasado 7 de agosto con la organización Colombia Humana.
De continuar la tendencia, le tocaría al Brasil, el único país lusoamericano, despejando una cuestión de gran monta para la suerte de América Latina y, en particular, para América del Sur ya que abarca el 47% de su territorio, tiene la mitad de su población, es el más industrializado y produce el 51% de su PIB.
En esta disyuntiva hay dos salidas. La de Bolsonaro, que apela a las fuerzas profundas del conservadurismo brasileño —»Brasil por encima de todo»—; de ser respondido este eco ganando las elecciones, el país se aislará de la región. Por el contrario, si Lula gana —apelando a la justicia social irredenta por el egoísmo de las élites—, Brasil se acercará a América Latina y contribuiría en la formación de un nuevo paradigma de desarrollo regional sudamericano.
En fin, Brasil podrá convertirse en potencia mundial cuando deje de ser un país injusto, una situación que para los bolsonaristas se podrá alcanzar después de desideologizar al país de las perniciosas ideas comunistas e iniciar un nuevo Estado nacional; mientras, para los lulistas cuando sean sepultados los privilegios de las élites mediante una auténtica inclusión social en la consecución de la creación de la «patria grande» con la cual soñaron los próceres de la independencia latinoamericana.
Alejandro Mendiable es profesor titular UCV (jubilado)
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