Burla a la ciudad, desprecio de la universidad, por Marco Negrón

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«¡A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César y a la UCV lo que es de la UCV!»,
Hugo Chávez en el paraninfo de la UCV, 21 de diciembre de 2000.
En octubre del año pasado, en la revista digital Trópico Absoluto, publiqué una «memoria personal» en la que relataba mi experiencia al frente de la Fundación Fondo Andrés Bello para el Desarrollo Científico de la UCV entre 1997 y 2003. Como lo decía entonces, a inicios del siglo la estrategia de desarrollo de la Zona Rental Plaza Venezuela, contenida en su Plan Maestro, comenzaba a desplegarse exitosamente, apuntando a consolidar a Caracas como una de las capitales de vanguardia en la región, pero una serie de intervenciones torpes e, infiero, mal intencionadas del Ejecutivo Nacional terminaron bloqueándola.
Retrasando su implementación, induciendo el retiro de inversionistas ya comprometidos y poniendo en riesgo la operatividad de la Fundación, tales intervenciones afectaron al Plan de manera significativa pero sin llegar a trastocarlo; aún era posible, si se diseñaban las acciones de urbanismo resiliente necesarias para enfrentar la adversa coyuntura, recuperar el rumbo en paralelo a la que sin duda sigue siendo una condición sine que non: la restauración de la institucionalidad democrática.
En la búsqueda de salidas razonables, a finales de 2019, la dirección de la Fundación estableció contacto con la Alcaldía del Municipio Libertador, concretándose un encuentro con la alcaldesa y sus colaboradores en el primer trimestre de 2020, celebrado en los terrenos de la Zona Rental; así se les pudo ofrecer una visión completa del Plan y del carácter y misión de la Fundación, de las causas que habían entrabado la ejecución de aquel y su grave impacto sobre la operatividad de la Fundación, aprovechando además para señalar algunas situaciones irregulares causadas por actuaciones de organismos de la Alcaldía y que estaba en sus manos corregir.
La alcaldesa agradeció la información suministrada y reconoció el valor de las propuestas, admitiendo a la vez que desconocía sus características y alcances y comprometiéndose no sólo a resolver los problemas que dependían de su despacho, sino además a explorar la posibilidad de identificar inversionistas interesados en participar de los proyectos.
Aunque el tiempo pasó sin mayores resultados más allá de la solución de algunos de los problemas que dependían de la Alcaldía, esa ventana parecía haber quedado abierta a la espera de coyunturas más favorables.
No se contaba, sin embargo, con la inagotable capacidad de infligir daño de quienes hoy controlan las palancas del poder ni con la voracidad de su apetito por el mal gusto: pese a la aparente cordialidad de aquel encuentro, a inicios de este año se produjeron otras acciones especialmente visibles y agresivas, con la abusiva ocupación de lotes de terreno en el borde norte para implantar obras improvisadas, grotescas y cada vez más costosas de revertir.
La primera, la construcción de un terminal de autobuses promovido por la alcaldesa en persona, del cual no se tienen mayores detalles. La paradoja es que, entre los proyectos abortados por las erráticas acciones gubernamentales se contaba, precisamente, algo más que un terminal, un intercambiador modal de transporte de 24.000 m2 concertado con CAMETRO; el proyecto, regularmente aprobado por la Ingeniería Municipal, había sido seleccionado mediante concurso, conforme a la práctica de la FFAB, y se encontraba en la fase final de elaboración.
Además, generaba una renta destinada a financiar las actividades de investigación de la Universidad que, por tratarse de una inversión privada, no implicaba erogación de dinero público: un ejemplo, penoso pero no excepcional, del interminable desastre que para la sociedad venezolana ha significado la entronización del llamado socialismo del siglo XXI, una consigna vacía que ha pretendido sustituir las posibilidades ciertas de progreso por una retórica hiperbólica.
La segunda, erigida con inusitada rapidez y que pretende conmemorar la victoria del ejército ruso sobre el nazismo, es una manifestación, cronológica y geográficamente desubicada, de las peores versiones del llamado realismo socialista, localizada en un entorno urbano en el cual brillan desde hace muchos años obras de algunos de los más destacados artistas plásticos del siglo XX, entre otros Cruz Diez, Soto y Otero en Plaza Venezuela, Arp, Lobo, Calder y Laurens en la Ciudad Universitaria. ¡Y pensar en las tantas veces que se criticó a los gobernantes de la república civil por no prestar suficiente atención a la calidad del espacio público!
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Pero, además, la plaza sobre la que se alza el monumento es un auténtico reventadero de sol, una placa reflectante que, al funcionar como una «isla de calor», empeorará las ya deplorables condiciones ambientales del sector.
En el contexto actual las palabras de Chávez en el paraninfo de la UCV terminan revelándose como retórica altisonante pero vacía: nunca, como en lo que va de siglo, nuestra principal universidad se había visto tan humillada y maltratada.
Los recientes asaltos a su patrimonio deberían movilizar a todas las fuerzas vivas de la nación, porque lo que está en juego va más allá de la supervivencia de la universidad más antigua e importante del país: su progresiva aniquilación seguiría ampliando en nuestra población esa lesión profunda de la condición humana que algunos estudiosos han calificado de daño antropológico.
Marco Negrón es arquitecto
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